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Turbación en Turbaco

Turbación en Turbaco

A pesar de tanto Charlie Hebdo, la reanudación de relaciones entre Cuba y Estados Unidos, las declaraciones cada vez más desafortunadas de Maduro, el asesinato de una niña de cinco años a manos de su madre, la muerte de una bebé indígena Emberá, el fallecimiento del papá del Petronio, Germán Patiño, las confesiones de Louis van Gaal y la resaca de gol de Falcao, el escándalo de Miss Tanguita y ahora la flamante Miss Universo, esta columna se niega a permanecer todo enero condenada al frío congelador periodístico. No es un refrito o un reencauche, solo un hecho que ya se olvidó y no debería.

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               Tal vez ningún otro tema haya suscitado más estudios y publicaciones académicas que la relación entre los medios de comunicación y la violencia. Subjetividad, terror, distorsión, manipulación, frustración, indignación generalizada, información sin contexto, estimulación de la agresividad, modelos de conducta, y un buen número de enfoques, dan cuenta de su presencia en todos los ámbitos. Son tantos los enfoques como los criterios para definirla, de ahí que se haya difuminado a tal extremo que hoy se considere violenta la muerte de un toro a puñal y patadas y nadie proteste u organice manifestaciones porque el primer día del año murieron en Colombia 70 personas asesinadas. No se cuentan muertos en accidentes o decesos por enfermedad. Bala y puñal. Sangre. Pérdidas humanas. Vidas. Violencia humana. Humanos contra humanos. Y nos detenemos en un toro.

               Me dirán insensible, y hasta animal, pero vi una cadena humana que vociferaba alrededor de la Plaza de Toros de Cali en contra de la fiesta brava y una mujer llena de agujas en la espalda que era el símbolo de la protesta en contra de la tauromaquia en Cartagena. Nadie sin embargo protesta por los 15 muertos de Bogotá el primer día del año, por los 14 de Cali ese mismo día, por el hombre de Yopal, la mujer de Medellín, la jovencita de Barranquilla, el joven de Valledupar. Y por tantas otras formas de violencia que cada día no asolan.   

                Qué pasa por la mente de periodistas y de protestantes cuando la indignación los ahoga y empalaga para defender animales y los ciega ante el mero registro de la barbarie social y el desconocimiento de algunas tradiciones. Conciben acaso que deberíamos erradicar del mundo a quienes deciden jugarse la vida y en esa lidia matar el animal que enfrentan. En una plaza, en una corraleja o en un potrero. O en cambio, pretenden eliminar toda forma de consumo que implique matar a la presa. Ninguna muerte es inocente. Toda muerte es violenta. La del pollo o la gallina, el ovejo o el conejo. No se mata a consejos. Qué culpa tiene el marrano de que su muerte no sea mítica sino fáctica. También se comen al toro de lidia.

               ¡Vi a un chico con una camiseta de los anti taurinos devorando un chorizo! Pensará: Si no veo cómo lo matan, no importa. El ultraje es el espectáculo, arguyen. La inteligencia humana y la inocencia animal, precisan. Humanizan al toro y luego aseguran que no puede defenderse, que sufre, que llora. Sufre también la gallina cuando pone el huevo. Es un parto todos días. Y la vaca cuando la ordeñan. Es abuso. Y la abeja cuando regurgita la miel. Es un robo. Y el gusano cuando fermenta el queso. Y todos los animales que se cultivan para el consumo. Son seres vivos y como tal sienten. Organismos vitales. Pero de ahí a que piensen con raciocinio hay un buen trecho. Pero los animalistas trasladan sus inquietudes, temores, sueños y anhelos a los animales. ¿Qué culpa tiene la pobre gallina de que todo lo celebremos con un sancocho y que en buena parte del suelo patrio sea el plato típico? Montemos entonces la defensa de las gallinas. Abolamos los asaderos de pollo, por el ultraje de la exposición. Propongamos respeto para el cerdo, sinónimo de cochino y gordiflón. Larga vida para el camarón y no hipócritas vedas. Desove libre para el esturión y no más caviar. No más agua hirviendo para la langosta viva y que las mamonas se mueran de viejas, en los Llanos Orientales, valga la claridad.

               Lo ocurrido en Turbaco merece cubrimiento y comentarios, pero sobretodo, respeto. Ha pasado en Sincelejo, en Sabanalarga, en Cereté o San Pelayo, en toda la Costa Caribe. Carnaval y muerte. Sangre para ofrendar la vida. Los medios, tan proclives siempre a armar escándalos para cubrir su medianía, concentraron toda su atención en el hecho y desconocieron los sucesos y el contexto cultural. Que un hombre apuñaló a un toro (descabelló es el término y lo hacen en todos los mataderos de Colombia) y luego la turba remató al animal a patadas, fue el eje de la noticia. Críticas y búsqueda de responsables. Organizadores y autoridades. El acto, por supuesto, no debe defenderse, sino más bien tratar de entenderse como fenómeno cultural. En las corralejas confluyen los hombres que trabajan en labores asociadas con el ganado y un machismo galopante: vaqueros, carniceros, garrocheros, peladores, caballistas, banderilleros, amansadores, toreros, etc. Hay trago, música y mucho sudor, y todos sabemos que la mezcla de estos y otros fluidos es a veces letal, pero casi siempre vital. Es la fiesta, la tradición, el fandango, la exaltación del valor, la lucha del poder humano y la fuerza bestial. Comenzaron siendo espacios de aprendizaje para las faenas, pero han terminado desbordándose como una válvula de escape social que al tiempo desfoga y llena. Podrán ser salvajes, pero no son un delito. Y crueles, pero volvamos al sancocho. ¿No es cruel torcerle el pescuezo a una gallina? Las corralejas con cultura popular, allá las élites centralistas si buscan la adrenalina en otros escenarios y prácticas. Desmontarlas no será una cuestión de legislación, sino de educación, y a esta última no le paran muchas bolas ni el Estado ni los medios.

               Hay una construcción mediática de la realidad donde aparece y se explota la violencia hasta la saciedad y una suerte de virus social que se propaga desenfrenado desde micrófonos, pantallas y páginas, cuando se informa y se discute sobre lo que es verdaderamente violento. El país anduvo rasgándose las vestiduras porque unas personas mataron un toro a puñal y patadas, y no dice ni mu por todos los muertos que la animalidad humana entierra. En Bogotá hubo una marcha en contra del terrorismo de los extremistas islámicos en Francia. Es la jerarquización arbitraria de las noticias que determina sobre qué se debe hablar y cómo hacerlo. ¡Hay tantas formas de violencia!

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Adenda: Se debe condenar la masacre de los periodistas franceses de Charlie Hebdo, tanto como reprochar que en nombre del humor y la libertad de expresión se irrespete y provoque cualquiera creencia, sea ésta religiosa, política o de cualquier otra índole. Marchó el pueblo francés y posaron tomados de la mano líderes políticos del mundo, los mismos que ordenan invasiones y declaran guerras en busca de réditos económicos en países donde las personas no piensan como en Occidente ni creen en lo que nosotros creemos o nos han hecho creer.