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Timocracia

Timocracia

Si usted querido amigo se acercó a este texto porque el título le sugirió que versará sobre la llegada de Timochenko al poder, puede abandonarlo ahora. No hay rencores. Si en algún recodo de su memoria algo le dice que este podría ser uno de los conceptos griegos de las escasas formas de gobierno, es usted digno de admiración y respeto, pero lo abandonará también. No hay problema. Para qué leer lo que uno ya sabe. Pero si a usted no lo movió ni lo uno ni lo otro, bien pueda, por simple curiosidad quédese leyendo esta tardía reflexión.

Nadie en sus cabales se anda flagelando con la lectura de los clásicos de la política universal, a no ser que quiera ser presidente de la república, o, en su defecto, escribano de discursos del presidente de la república. O, profesor de los que van a ser presidentes de la república. O, periodista preocupado por saber cómo gobiernan los presidentes de la república. En últimas, hay mucho mártir que lee -o debe leer- lo que en literatura es lo que los purgantes a la alimentación: un mal necesario. Eso es hedonismo pleno. Hedonismo, no hediondismo aclaro.

No le advertí que esta -acaso reflexión- además de tardía, era pesada. Muy pesada. Si aún no se ha ido, y sus ojos todavía están sobre estas líneas, he de confesarle que los purgantes ya no provocan lo que el quenopodio, y que la timocracia es la forma de gobierno que practica Juan Manuel Santos. No insista, nada tiene que ver con Timochenko. Ni con los tales diálogos de La Habana. Ni con la pesadez estomacal que producirá comerse tanto sapo. La timocracia es una forma de gobierno en la que -según Platón- los únicos que participan son los ciudadanos que poseen un determinado capital o un cierto tipo de propiedades.

Juanma -así le dice Varguitas-, no es aristócrata, ni oligarca, ni demócrata, pero tampoco un tirano. No es un aristócrata pues no hace parte de los mejores. En su línea familiar, salvo Antonia Santos, no hay mucho de dónde escoger. Don Eduardo, su tío abuelo, fue un adelantado, pero con mañas. Le compró El Tiempo a su cuñado y desde allí favoreció sus aspiraciones políticas, al punto de ser elegido presidente sin contendor conservador. Una proeza como la de Juan Manuel, que fue electo presidente sin haberse ganado jamás otras elecciones. Increíble, aún no se ha ido. Sigue leyendo. No es oligarca, pues aunque los mamertos lo pregonan, el poder en Colombia no está en manos de unas pocas personas pertenecientes a una clase social privilegiada. El monstruo tiene varias cabezas, pero solo una visible, la que aún se cree aristócrata. No es un demócrata, pues no atiende las voces de las mayorías ni gobierna para ellas. Y no es un  tirano, pues en este simulacro de democracia, aún es posible -demos por caso- escribir columnas. Otra cosa es que las lean. Todavía está usted ahí.

Santos es -digámoslo de una vez-, un timócrata. Que no tiene nada que ver con Timochenko, aunque podría sí relacionarse con ser un timador y con su gran secreto: hacer creer al timado, que es él el que tima. En todo caso, es probable que yo esté tan equivocado como Platón, que llegó a considerar la monarquía como el Estado ideal. Y ésta devenía en una corrupción triste pero necesaria. Bien lo entendió Turbay Ayala, en sus justas proporciones. Yo les advertí, iba a ser una lectura latosa.

Platón estableció las categorías de los diferentes estados en un orden de mejor a peor: aristocracia, timocracia, oligarquía, democracia y tiranía. Pero como el poder absoluto, corrompe absolutamente, advirtió que cualquier sistema de gobierno terminaba por degenerarse y recomenzar el ciclo. La timocracia fue una especie de aristocracia u oligarquía gradual. Cuantas más fanegas al año era capaz de producir un hombre, más participación tenía en la política y la economía públicas. Nada que no sepan los Santodomingo, Ardilla Lulle o Sarmiento Angulo. 

Y la mayor evidencia: la búsqueda de honor es uno de los fundamentos de la timocracia. También el militarismo. Guerrerista como ministro, pacifista como presidente. Si Santos lo ha tenido todo, lo único que le falta es gloria. Ser el presidente que logre la paz. Fue su gran apuesta y su mayor inversión. Nada más. Con eso tiene para superar la heroína, es decir, a Antonia Santos que tras ser traicionada por un amigo prefirió la muerte que la delación de los integrantes de la guerrilla de Coromoro. Cómo ha cambiado la familia. Problema suyo si sigue leyendo.

Desde cuando dijo recibir el mandato de manos del mejor presidente de Colombia en toda su historia, Santos dejó entrever que era un timócrata. Según Aristóteles, la democracia es una degeneración de la timocracia, y en ese sentido, Santos no necesitó propiedades para llegar al poder. A diferencia de Uribe que desde la región montó su andamio de poder con fajos de billetes y mucha tierra. No me consta la utilización de otros polvos, pero sí que Tomás y Jerónimo aprendieron la lección. Si llegó hasta aquí, lea la conclusión, es lo único que vale la pena.

Si en algún momento la clase social fue determinada en Grecia por el apetito, el espíritu y la razón del alma de cada individuo, no podemos menos que reconocer que Platón aún tiene la razón. Hasta tanto el poder político y el filosófico concuerden, mientras que las diferentes naturalezas busquen solo uno solo de estos poderes exclusivamente, las ciudades no tendrán paz, ni tampoco la raza humana en general.