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Sobre Verbos, por Lizandro Penagos

Sobre Verbos, por Lizandro Penagos

 

Leandro, el último juglar

 

Presagió Albert Camus en su tercera y última novela, La Caída (1956), que para definir al hombre moderno bastaría con decir que copulaba y leía periódicos. Cuando se publicó este clásico del existencialismo no había Internet, ni redes, ni tanto embeleco distractor, de modo que hoy la noción está apenas medio muerta, pues ya casi no se leen periódicos, pero se fornica con más profusión. Al menos los que aún prefieren los amigos de verdad y no los del Facebook, echarse el de los pajaritos y no madrugar a trinar en el twitter o tomarse un selfie en plena acción. Sin IPhone, sin tablet, es decir, con la inteligencia como atributo personal y no del teléfono, en muchos sentidos -muchísimos- hago parte del reducido grupo los pre-modernos. Todavía leo periódicos, compro y leo libros, y veo televisión. Sí, aquello también. Mis amigos se cuentan con los dedos de una mano. La otra se ocupa eventualmente en otros menesteres, como decidir con el control qué veo en la tele.

                Este fin de semana fue provechoso. Y lo fue por Señal Colombia. Un canal de los pocos que da gusto ver. Vale la pena ver. Tres excelentes productos, sobre tres seres humanos excepcionales. Comenzó con Jaime Garzón, Especial. Un híbrido entre el reportaje y el documental que con alrededor de 30 entrevistados traza una imagen más humana de quien ha comenzado a tomar ribetes míticos. Colombia no es ajena a esa propensión humana de convertir en héroes a los muertos, mucho más, si murieron asesinados. Pero el trabajo hecho por Francisco Ortiz, quien fuera su director en Zoociedad, se acerca -por el volumen de testimonios- a esa intención de periodismo total que se ha ido perdiendo intencionadamente. Con una promoción un tanto exagerada: “El hombre que cambió la forma de pensar de los colombianos”, intentó llamar la atención de la teleaudiencia. Además de una programación de repeticiones bien estructurada. Con un formato ceñido a la fragmentación temática de las entrevistas que sirven al montaje, el trabajo logra cautivar y se convierte en un referente periodístico. Sin embargo, al carecer de una propuesta audiovisual novedosa, pues todo el peso cae en la ambientación del archivo, no le alcanza para ser una pieza documental.

                El segundo plato de este menú, suculento y delicioso no por lo abundante sino por lo calidoso, fue el documental Rafael Escalona, el amigo, dirigido por Felipe Cardona, un  egresado de la Universidad Autónoma de Occidente que recogió material, elaboró material y organizó material para entregarnos un trabajo que regocija. Un verdadero documento audiovisual, que se atreve a mezclar pasado, presente y futuro: fotografía, video y graficación. Que siendo póstumo para el personaje central, lo recoge, ya no con la necesidad de enaltecerlo, sino con la pretensión de reconocerlo como ser humano, sin los ropajes políticos, sociales o económicos que fabricaron su fama. Una pieza donde los muertos están más vivos que nunca, donde además de Escalona, entrega su testimonio La Cacica, Consuelo Araújo Noguera, su amiga, su mentora, su primera biógrafa; donde Diomedes Díaz canta en el velorio del Maestro; donde sus amigos beben mientras lo evocan para engrandecer la leyenda del nuevo nombre de la capital del Cesar, Valle de Old Parr; donde algunos de sus 28 hijos reconocen toda la estirpe y todas sus mujeres lo aman, confirmándose así que no fue Gabriel García Márquez el que influyó en Escalona, sino éste en el Nobel. Una pieza muy bien lograda.

                Y la tercera, el plato fuerte, la pieza magistral, el documento audiovisual más espléndido de una exquisita trilogía, fue Leandro, el último juglar. Qué maravilla, que personaje, qué tratamiento, qué puesta en escena, que narración, que casting para identificar y elegir a los dos niños -también invidentes y músicos- que representaron la infancia y la adolescencia del Maestro, que dirección, que habilidad visual para volverles a dar sentido a los testimonios del compositor ciego, muerto hace poco más de un año; que ambientaciones no creadas sino halladas para decorar el relato, que buen trabajo le entregaron a la televisión colombiana Alejandro Vargas Corredor, director, y Eduardo Muñoz Gómez, productor general y director de fotografía. Leandro Díaz fue ciego de nacimiento y vio a través de la poesía y la música, es decir, del alma. Por eso Dios se demoró un poquito más conmigo, dijo alguna vez el Maestro, porque no me puso los ojos en la cara, sino dentro de mí ser.

                Como el autor de La Ilíada y de La Odisea, este poeta natural recuperó con sus composiciones el relato que nace en la tradición oral y lo llevó a la literatura, porque eso es una buena canción, literatura pura y dura. Su ceguera no se discute como la de Homero, el poeta griego del siglo IX, y tampoco su existencia, el lugar de origen y de muerte. Leandro José Díaz Duarte nació en Lagunita de la Sierra-Guajira el 20 de febrero de 1928 y murió en Valledupar-Cesar el 22 de junio de 2013. Apenas dos circunstancias físico-espaciales porque volvió a nacer para la música cuando lo llamaron El Homero de la provincia en Tocaimo-Cesar y no se ha muerto todavía. Este documental no dejará que ello suceda. Lagunita de la Sierra se llamaría después Hatonuevo y Leandro, El rey de La diosa coronada. Para mí, Matilde Lina, es su mejor canción; y el documental emitido el 2 de noviembre, Día de los muertos, un bálsamo de existencialismo, de filosofía camusiana, la del absurdo y el ego, de la tergiversación de los valores, la conciencia, la culpa y el desarraigo.

                Una mujer me llama Leandro. Creo que los dos estamos ciegos.