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Sobre Verbos, por Lizandro Penagos

Sobre Verbos, por Lizandro Penagos

 

Recto final y fuego sucio

 

No es recta final, no es juego sucio. Es recto y fuego. No son dos errores los que dan título a esta diatriba inservible, son acaso los dos actos constantes y permanentes del circo político nacional, con lanza fuegos y dispara babas, payasos de la simulación, magos de la trapisonda y domadores de conciencias. Se cuentan con una mano los cinco candidatos a la presidencia y caben en una sola, las propuestas que han hecho para sacar adelante esta sociedad. El próximo domingo 25 de mayo asistiremos -como hace 40 años, finalizado el Frente Nacional evidente- a escoger al menos malo, a votar por uno para no elegir al otro. Nada cambia, es un recto final. Y no es un juego, es el fuego abrasador de la inmensa hoguera de vanidades en la que se queman las exiguas esperanzas de Colombia.

               Esa es la línea de medianía y postración a la que nos ha llevado una clase dirigente inferior a los problemas de la nación, pero muy parecida a sus mayorías. Porque puede sonar a perorata repetir que los pueblos tienen los gobernantes que se merecen, pero el paro agrario y el de profesores, tienen un tufillo de oportunismo que deja ver cuánto daño han hecho a la cultura democrática, las prácticas politiqueras de quienes ocupan el lugar de unos líderes que no aparecen, porque ellos se construyen a partir de las sociedades y necesitan de ellas para forjarse. Todo se reduce al cálculo burocrático y a la conveniencia económica, al lance personal y el efecto sobre las masas. Por eso no pierde vigencia aquello de que la economía va bien, pero el país va mal.

               Y a nadie parece importarle, ni a los medios que juegan ese juego y ganan con pauta publicitaria; ni a los partidos que están siempre más preocupados por las alianzas (lentejas o mermeladas) que por las personas; ni a la academia que sumida en su burbuja analiza y lanza su grito hasta su propio ombligo; ni a la iglesia, ni a los sindicatos, ni a los negros, ni a los indígenas, ni a los empresarios, ni a nadie. A unos por conveniencia y a otros porque la situación no la han hecho ver como insalvable. Así es y así será. In saecula saeculorum.

               Una parte de la sociedad colombiana, que si bien manipulable no ha sido del todo resignada, saldrá a votar por el ex candidato de Uribe (Santos), o por el candidato de Uribe (Zuluaga), o por el ex alcalde de Bogotá de Uribe (Peñalosa), o por la ex ministra de defensa de Uribe (Ramírez), o por la ex novia de Uribe (López). La abstención de nuevo será alta, pero jamás triunfadora como repiten a coro las cacatúas del periodismo superfluo. Otra cosa es que los bastiones de nuestra democracia, la ignorancia y la pobreza, hayan vuelto a la población flexible, condescendiente y alcahuete.

               Una democracia donde la distracción es la norma, porque lo importante jamás se discute y el nivel de participación ciudadana comienza y termina con el acto de votar, cuando se ejecuta; es una democracia falsa e impostada, formal pero no real. Se ha cocinado esta campaña en una hoguera de mañas y esguinces, en un infierno de acusaciones y vulgaridades. Lo recto, si atañe a lo justo y lo imparcial, a lo razonable y lo objetivo, no aparecerá el día de las elecciones.

               Y ni hablar de la otra acepción del término. Ya sabemos a qué olió esta campaña y a qué olerá el próximo presidente de la república. El fuego entretanto, todos sabemos, es al tiempo destrucción y purificación, vida y quiebre histórico, pero el domingo solo será el símbolo de lo que deja esta campaña incendiaria y escupe fuego, cenizas al viento, pavesas de un anhelo colectivo por el que trabajan apenas unos pocos e invisibles individuos.

               Salvo Clara López, una señora bien que giró a la izquierda, no hay nada rescatable en el abanico de candidatos, incluido por supuesto, el presidente Santos. Es preparada y mesurada. Coherente y decente. Y además, ha propinado una bofetada -que ojalá no se convierta en nocaut- a una izquierda mamerta nacida en la marginalidad y que apenas roza el poder, se deslumbra con él y termina no solo pareciéndosele, sino convirtiéndose en el monstruo que critica y contra el que dice luchar. Tanto se movieron los líderes tradicionales de la izquierda fogosa y vehemente, que llegó una gélida señora de la elite bogotana y les arrebató el protagonismo. Pero votar por ella es como votar en blanco, una patada de ahogado que no sirve para absolutamente nada, solo para prolongar la agonía.