Icono del sitio

Sobre Verbos, por Lizandro Penagos

Sobre Verbos, por Lizandro Penagos

 

¡Nairo Presidente!

 

Nadie discutirá que el lugar de enunciación del humor es la ficción y que por cuenta de esa condición tal vez en ningún otro escenario puedan decirse cosas más serias. Es lo que ha ocurrido en las redes sociales con dos hechos deportivos trascendentales: el 1-2 de Colombia en el Giro de Italia con Nairo Quintana y Rigoberto Urán; y el anuncio final de José Néstor Pékerman, que dejó por fuera de la cita mundialista a Amaranto Perea, Luis Fernando Muriel y Radamel Falcao. Los grandes medios nacionales cubrieron la primera noticia con el oportunismo propio de quienes se suben al tren de la victoria; y la segunda, con el morbo característico que se alimenta de la desgracia humana, sumado al jugador convertido en objeto publicitario. Falcao es una marca que por cuenta de su lesión hizo que dejaran de sonar las cajas registradoras de varias empresas nacionales y extranjeras. La presión no era solo futbolística o sentimental, también fue económica.

A los anagramas que volvieron a bautizar a dos muchachos humildes Na-Iron-Man, Rigo-go, Rigo-naitor y el Uran-cán, se sumaron anhelos nacionales expresados en el estupendo terreno de la ficción. Todavía espumeaba el champagne de la victoria en Trieste, a orillas del mar Adriático, cuando en las redes sociales ya navegaba un tarjetón maravilloso: Nairo presidente y Rigo vicepresidente. Una dupla genial. Humilde y triunfadora. Boyacá y Antioquia. Cómbita y Urrao. Una fórmula de gobierno para Colombia que reúne características indispensables para regir los destinos de una nación: trabajo, disciplina, esfuerzo, inteligencia, táctica, rigor, humildad, liderazgo positivo, compañerismo, trabajo en equipo sin pertenecer al mismo, en suma, todo lo contrario de lo que hoy nos ofrece la realidad.

Nairo, un campesino que debía subir 16 kilómetros diarios en su bicicleta para ir a estudiar; y Rigo, que debía pedalearse todo el pueblo varias veces para vender chance y ayudar con el sostenimiento de la familia, porque cuando tenía 14 años a su padre lo asesinaron los paramilitares. Por eso son lo que son, no porque el Estado en cualquiera de sus obligaciones haya hecho algo para que estén donde están. Es la grandeza de nuestros deportistas que antes de vencer en la competencia, le ganan a la miseria y a la muerte, a la ignorancia y a la marginalidad, a la pobreza y a las necesidades. La historia se repetía y se repetirá una y otra vez. El gran Martín Emilio Cochise Rodríguez hizo piernas como mensajero de la droguería Santa Clara y Lucho Herrera recorriendo Fusagasugá para arreglar jardines.

De los futbolistas ni hablar. Con excepciones que caben en los dedos de dos manos, todos gambetean el hambre, eluden el destino y le marcan un gol a la vida. Ni los ciclistas, ni los futbolistas, ni los boxeadores, ni los pesistas, ni ningún deportista colombiano suele ser versátil con los medios de comunicación. Lo suyo no es hablar, es hacer, por eso son lo opuesto de los políticos y por eso el humor los enaltece. Su prestigio radica en sus logros y no en las promesas. Nuestros deportistas destruyen el prestigio del poder hegemónico en todas sus manifestaciones o, dicho en positivo, construyen el desprestigio de los que se ufanan de sus triunfos y se ponen sus camisetas, y los llaman después del triunfo, y los reciben el Palacio, y los llenan de homenajes, y al final, los olvidan porque les han exprimido el zumo de una gloria fraguada con sudor, lágrimas y muchas veces, sangre. Una imagen épica de Colombia es el rostro de Lucho Herrera en el Tour de Francia del 85, cuando tiñó con sangre la camiseta de pepas rojas que lo acreditaba como rey de la montaña y se impuso en Saint-Étienne en un descenso temerario e inolvidable. Su vida por el país. 

Pero no solo Nairo y Rigo dieron para fórmula y tarjetón, también Pékerman y Falcao. El primero por haber tenido el carácter suficiente para dejar por fuera de la selección al segundo; y éste, porque a su trabajo de recuperación física le sumó el mental, y el espiritual incluso, con todo el apoyo médico y científico del que hoy dispone el deporte, con células madre y más, sin asesores espirituales pero con todo un país rezando para que pudiera jugar el mundial Brasil 2014. Los dos lo hicieron con una firmeza tan profunda como admirable, con unas argumentaciones pausadas y pensadas, sin falsos positivos, sin buscar culpables, sin descalificar a nadie y con la certeza que entrega el deber cumplido, así las adversidades se empeñen en ir en contra. Marque así: Pékerman presidente, Falcao vicepresidente. Es un chiste claro, es humor por supuesto, pero es también el viejo paradigma: el humor es cosa seria. Implícito está el desdén por los políticos y la política, la burla por una democracia maltrecha y desgastada, un homenaje a la honestidad. El régimen enunciativo del humor es la ficción, pero cuánto quisiéramos que las fórmulas que hoy se disputan el poder político en Colombia tuvieran algo de lo que conforma a nuestros deportistas.

Bien lo dijo el mejicano Alfonso Reyes, “La ficción vuela, sí; pero, como la cometa, prendida a un hilo de resistencia: ni se va del universo, ni se va del yo, ni se va de la naturaleza física por más que la adelgace”. Lo hecho por los ciclistas ganadores en Italia y los futbolistas que perdieron la posibilidad de jugar en Brasil, debe asumirse como sendas lecciones de nacionalidad y racionalidad, en el mejor sentido que puedan expresar los dos términos.