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Sobre Verbos, por Lizandro Penagos

Sobre Verbos, por Lizandro Penagos

 

Televisión y Mundial

 

Al margen de todos los récords impuestos en Brasil 2014, los de la televisión y la publicidad superan cualquier cifra imaginada por el más optimista de todos los telehabitantes del planeta y el más ambicioso de todos sus multimillonarios. Si Sudáfrica 2010 lo vieron dos billones 400 millones de espectadores, Brasil 2014 superaría con amplitud ese guarismo. Es un hecho irrefutable que desde su consolidación tecnológica, en la década de los ochenta, la tele es la ganadora anticipada del encuentro orbital. Sin duda es uno de los negocios más lucrativos de la FIFA, pues la cesión de derechos es una ilimitada caja registradora que con el tráfico digital, multiplica exponencialmente los telespectadores y los dividendos.

          Las ganancias -como siempre- son un secreto muy bien guardado, pero rebasan las de todos los espectáculos de nuestra civilización. Un incalculable. Solo un dato. Adidas venderá -solo en Alemania- 8 millones de camisetas (con Sudáfrica 2010 vendió 6,5) a 80 euros cada una. Patrocinó 10 selecciones. De Colombia ha vendido 2 millones y 13 millones de balones Brazuca. El Real Madrid en dos días recuperó -con la venta de camisetas- la mitad de lo que le costó James Rodriguez, cuyo sueldo ronda los $50 millones diarios.

          La pantalla -que ya había abandonado la sala de la casa para instalarse en las habitaciones-, abandonó ahora el hogar y se instaló como nunca antes en centros comerciales y negocios de todo tipo. Las multipantallas y los videoproyectores se ocuparon de los espacios abiertos y como si lo anterior no fuera suficiente, la televisión migró vía digital a tabletas, computadoras y teléfonos de alta gama, lo que hace imposible entregar un consolidado exacto de cuántos televidentes tuvo este Mundial de Fútbol, pues la atemporalidad y la infinita posibilidad de repeticiones, complejizan el balance estadístico. Lo que hay son estudios, análisis y proyecciones, pero no datos puntuales. Se especula que solo la final entre alemanes y argentinos pudo ser vista por 1.500 millones de personas.

          Muy pocos eso sí, vieron las arcadas de Messi que de nuevo estuvo a punto de vomitarse; o el espectador que entró al terreno de juego, pero nadie vio porque por disposición de la FIFA ningún canal puede “ponchar” este tipo de situaciones. Las pantallas en los estadios estaban en buena medida dispuestas para “las vedettes” y “los clientes”. A veces se repetían más las caras de los espectadores que las de los protagonistas. De los futbolistas se destacaban más las imágenes en cámara lenta que daban cuenta de su sufrimiento, su desesperación, su impotencia. Las caras pintadas de la tribuna, las chicas hermosas, los niños tristes, los técnicos y suplentes desencajados, los disfraces alegóricos de cada nación y los payasos con ansías de figuración, que las decisiones arbitrales dudosas sobre lo acontecido en la cancha. Eso sin mencionar que jugadas intrascendentes de figuras rutilantes del mercadeo futbolístico -como Cristiano Ronaldo- fueron repetidas hasta la saciedad y escogidas dentro de las mejores. Aunque el Balón de oro, del mercadeo, se lo llevó Messi.  

          Las novedades tecnológicas del Mundial en relación con la televisión, estuvieron en un punto intermedio. Si bien el apoyo computarizado sirvió para definir jugadas en la raya de gol, no definieron en absoluto las apreciaciones fallidas de los jueces en un fuera de lugar, por ejemplo, o sino que lo diga Mario Alberto Yepes. Gracias a Dios y a la FIFA, olimpo y pedestal de los dioses modernos, esa sigue siendo una interpretación humana. El apoyo de la renovada Spidercam, que a diferencia de la estrenada en Japón-Corea, permitió movimientos de arriba hacia abajo (50 metros) y en diagonales (de todo el terreno y el estadio), y no solo a los costados y en la cruz que determinan los cuatro puntos cardinales, brinda más espectacularidad que eficacia. Sus cuatro cables motorizados siguen la dirección y la velocidad del juego.

          El caso es que la FIFA entregará su estudio sobre la teleaudiencia del Mundial Brasil 2014 y con él comenzará a revalidar los costos de su preventa para Rusia 2018 y Qatar 2022, que si bien distantes, ya son la mira de los canales de televisión y los portales de Internet. Ni las frías estepas rusas, ni las hirvientes dunas qataríes -que son el manto del oro negro-, podrán congelar o derretir el costo de los derechos de transmisión y los espacios televisivos, que por altos que sean se recuperarán y entregarán ganancias con la publicidad. No hay un solo plano televisivo que no la contenga. En las graderías, en las bebidas, en las camisetas, en los guayos, en el balón y hasta en los tatuajes de los jugadores, hay patrocinadores.

          Todas las marcas, de todos los productos, por disímiles y lejanos del deporte o del fútbol, echan mano del Mundial para vender. Desde desodorantes hasta automóviles, pasando por toda suerte de productos, donde el televisor no es un electrodoméstico, sino un poderoso miembro de la familia y la sociedad que impone su jerarquía. Todo se vende con la etiqueta del Mundial y del fútbol, y el poder de los canales se evidencia y radica en sus contenidos visuales en movimiento. En muchos países, los canales regionales y locales debieron conformarse con fotografías, para realizar sus informes y comentarios sobre la cita mundialista. Es la fiesta de los poderosos y allí es donde hoy se libran las más tenaces batallas del mundo moderno, las comerciales, que son vistas por millones de inocentes televidentes que -acaso sin saberlo-, se enlistan en uno de los bandos cada que deciden a través de qué canal y medio ver a sus ídolos.