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Sobre Verbos, por Lizandro Penagos

Sobre Verbos, por Lizandro Penagos

 

La mentira: ¡una verdad inobjetable!

 

Nunca se miente tanto como antes del sexo por primera vez y de las elecciones todas las veces; durante una conquista fugaz o en un negocio pasajero; y después de haber sido descubierto en una traición o cometido una infracción de tránsito. Aunque en Colombia se miente a toda hora, en cada momento y en absolutamente todos los escenarios posibles. De modo que podríamos decir que en nuestra nación se miente antes, durante y después de todo. Ante la justicia, ante la DIAN, ante la mujer, ante el agente, ante el altar y ante el presidente, que es el que más miente. Ante las cámaras, en los bancos, en las notarías, en Facebook, en las encuestas, en el DANE, en los exámenes, en los formularios, en los medios, en La Habana, en los balances, en los informes, en las estadísticas, en toda parte.

           Ya es una letanía democrática decir que los políticos no cumplen. Y no cumplir es una depurada forma de mentir. Más que una condición, no cumplir -o mentir- es su más destacada característica. Pero como llevan siglos haciéndolo, culpando a otros por nuestros males y desdichas, e incumpliendo, la costumbre se hizo tradición, o viceversa, y hoy el incumplimiento está en el ADN de todos los colombianos, hace parte de nuestra naturaleza. (Salvo contadísimas excepciones, dentro de las cuales -por supuesto- no me cuento. Ahí están para corroborarlo las desdichadas mujeres que han padecido el infortunio de mi compañía). Se miente en la política y se miente en el amor. Se miente en la economía y en la amistad. Se miente en el horror y en la tragedia, en la tristeza y en la alegría. Se miente porque no hay carácter. Es como si todos fuéramos cretenses, aludiendo claro a la célebre paradoja de la lógica formal: “Todos los cretenses mienten”, dijo un cretense.

          Miente Santos y mintió Uribe, han mentido todos: Pastrana, Samper, Gaviria, Barco, Belisario, Turbay, López, otra vez Pastrana, y todos los anteriores a éstos. Las deudas sociales en Colombia lo confirman, datan de hace siglos. Se hace un poco y se crece en igual medida, pero ante todo se incumple, se miente. Hace poco Gustavo Lenis no quiso mentirle a Vicky Dávila en medio de una entrevista y la dama lo trató de payaso. El caballero, entonces, se le salió de los chiros. El director de Aerocivil reconoció el error de uno de sus funcionarios y asumió la responsabilidad de investigarlo y sancionarlo, sin conocer en detalle los pormenores y las consecuencias. Su “no sé”, desató la ira santa de la periodista que nunca miente.

          Mienten los Delfines y las Ratas, los Lagartos y las Culebras. Mienten los brasieres y las corbatas. También las pestañinas y los coloretes, tanto como los vejetes. Miente la silicona y el implante, miente el señor y miente el amante. Miente el vendedor ambulante y el psicólogo delirante. Miente la vendedora y la modista, miente el olfato y miente la vista. Miente el altruista y miente el contratista. Miente la FIFA y el futbolista, cuando actúa cual artista o funge como periodista. Miente el ladrón y miente la opinión. Miente la fea tanto como la DEA. Miente el profesor y miente el estudiante. Miente el Congreso, que lo hace en exceso. Mienten las Cortes de manera suprema y miente la nena que ha perdido la pena. Miente el zapatero y el pintor, el constructor y el policía, la empleada y la mesera, el juez y el sindicalista. Todos mienten, unos con ira y otros tiernamente. Te amaré toda la vida, es la mentira más grande. No puedo vivir sin ti, la más errante. Mienten todos cuando prometen e incumplen todos cuando lo meten. Cuando lo meten a uno en el consabido: esto se le demora tres días. Y efectivamente son tres días. Cuando se conviene y acuerda, cuando se promete e incumple, y cuando finalmente -a veces con póliza- entregan el trabajo. Pero entre estos tres días pueden pasar diez cuando menos, veinte por diversas causas y disculpe usted, yo le dije que eran treinta días hábiles.

          Colombia es un país que miente e incumple. La palabra ya no tiene valor. Ya no es compromiso. Es lo mismo cinco que cincuenta. La vergüenza ha cedido al descaro. La promesa no es garantía. Ya ni el viento se lleva las palabras, porque éstas carecen de valor. Y la buena fe es violada por la desvergüenza. Todo se empeña, menos la palabra. Hoy más que nunca la palabra encubre, engaña, oculta. Lo último es la palabra. El lema es: es tan fácil prometer como incumplir. Y como la culpa siempre es del otro, la gente puntual es la culpable de que uno llegue tarde. Dios, el culpable de la sequía. El Niño de la Niña y los chigüiros de la ausencia de acueductos. En últimas, no es que no nos importe mentir o incumplir, la situación es mucho más grave, es que ya no nos importan las personas. Por eso la palabra ya no es una tarjeta de presentación, sino un rastro en un papel higiénico.

          Miente la Fiscalía ante el caso Garzón y miente con más afán en el de Galán. Mienten en nombre de la razón. Mintieron Luis Carlos y Jaime. Todos fingimos creerles. Mienten los testigos. Mienten sus familiares, sus hijos, sus viudas, sus seguidores, pero sobretodo, sus amigos. Solo hay un lugar donde nadie miente: la tumba silente. Aunque debo decir con desconcierto que ninguna verdad es absoluta y, lo anterior, es absolutamente cierto.