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Sobre Verbos, por Lizandro Penagos

Sobre Verbos, por Lizandro Penagos

 

Popeye: ¡un ángel!

 

Antonio Ulises Cortés Escobar le dijo a Jhon Jairo Vásquez Velázquez, alias Popeye, en el Pabellón de Recepciones de la cárcel de Cómbita en Boyacá: “Usted es un ángel”. Lo hizo con el mayor nivel de sinceridad que puede alcanzar ser humano alguno. Un ángel el hombre que confesó haber cometido 250 crímenes con mano propia; el mismo que entregó el arma para asesinar a Luis Carlos Galán; que hizo parte de los atentados bomba al avión de Avianca y al DAS; que asesinó a la mujer que amaba por órdenes de Pablo Escobar, que había sido su amante; que participó en los secuestros de Andrés Pastrana, de Francisco Santos, de Carlos Mauro Hoyos, asesinado en medio del intento de plagio; que silenció a Don Guillermo Cano y a Jorge Enrique Pulido. Un ángel el sicario que esparció bala como semillas de maldad y las regó con sangre, muchas veces de inocentes, para que floreciera una de las épocas más aciagas de Colombia. Sí, al mismo.

          Antonio Ulises fue capturado con fines de extradición el 12 de abril de 2007. La nota diplomática, la 0285 del 26 de enero de 2007, se desprende del informe presentado por el agente de la DEA (Drug Enforcement Administration) Peter Gudowitz. Se lee en el punto H del mismo: “Es acusado de trabajar en laboratorios de drogas de la organización Uribe Serna y ayudar en el transporte de cocaína”. Sobre la humanidad de este exempleado del Banco Popular cayó la Ley 30 de 1986 con todo el peso de su parafernalia jurídica y la liviandad ética del nacionalismo arrodillado que envía “cucarachas” y no “peces gordos” a los Estados Unidos.

          Ese día, salió de su apartamento en el barrio Chiminangos de Cali a comprar el desayuno a las 9:30 a.m. iba en bermudas y chanclas. Lo rodearon. El operativo fue profuso. Policía uniformada y encubierta. Patrullas y taxis. Motos y gafas. Incredulidad y vergüenza pública. ¡Por fin! ¿Dónde se había metido? ¡Casi que no! Él solo atinó a decirles: ¿Puedo llamar a mi hijo? De inmediato fue llevado a la SIJIN (Seccional de Investigación Criminal de la Policía) de la Autopista Simón Bolívar. Reseña y papeles. Incertidumbre y confusión. Allí uno de sus captores le dio almuerzo y le comentó en voz baja: “Tome, yo sé que usted no tiene plata”. Fue enviado en un vuelo comercial a Bogotá con un escolta que no le cruzó palabra. A las 7:00 p.m. aterrizó en la capital y en medio de un aparatoso despliegue policivo fue llevado a la DIJIN (Dirección de Investigación Criminal de la Policía). Allí el monstruo mediático se alimentó de su perplejidad. Un enjambre de periodistas cubrió la noticia. Era un gran golpe. Un “pez gordo”. Fueron 15 días. Hacinado, cohibido y abatido. Esposado de manos y pies a un compañero de infortunio (ese día capturaron a 14 y su celda fue la número 14) fue trasladado a la Cárcel de Cómbita en Boyacá.

          Perdió vínculos, pero no amigos. Se supo querido por sus familiares. “Todo obstáculo se supera, menos la pelona”, afirma con una tranquilidad que espanta. Y añade: “Cuando a uno lo acusan de narcotráfico en Colombia lo primero que pierde es la nacionalidad”. Nunca ha salido del país. Su pasión es montar en bicicleta y su riqueza es inconmensurable.

                “Tres días son felices en la cárcel”, evoca. “La visita conyugal que era cada mes, los domingos; la raqueta general, porque nos sacaban a la cancha de fútbol y podíamos jugar y ver los carros que pasaban a los lejos; y claro, el día que se recupera la libertad”.

          Los 404 internos de las 202 celdas del patio 7 de Cómbita lo quisieron y respetaron. Llegaron incluso a cederle un cambuche para el amor, construido con cuatro bolsas para la basura -a $15 mil c/u, - cinta de papel -$30 mil el rollo- y dos sábanas. Se alquilaban a $25 mil. 20 habitaciones y 40 minutos, máximo, no eran suficientes para casi nadie. Se vendían pastillas prodigiosas a $60 mil. Un celular podía costar $5 millones. Por eso afirma con una certeza inexorable: “La cárcel es un banco, una multinacional del soborno”. Allí no se maneja dinero, solo una identificación numérica (TD) a la que se le consigna en el Banco Popular. ¡Qué ironía! Su número era el 3993. En el caspete aparecía el saldo, que se consumía como las horas y los días, a cuentagotas y en medidas dosis.

          Antonio Ulises estuvo preso casi once meses, hasta el 26 de febrero de 2008. La Embajada Americana retiró la solicitud de extradición el 21 de febrero de 2008 y al día siguiente, el 22, el Fiscal Mario Iguarán revocó la captura. La justica no creyó en su inocencia, la delincuencia sí.

          Con su riqueza de espíritu pudo decirle a Popeye en la cara: “Usted es un ángel para mí”. “Yo soy inocente”. “Solo usted puede ayudarme”. “Yo no soy quien dicen que soy”. “Hable con ellos”. Y el hombre habló y su palabra es ley.

          Cuando sus supuestos cómplices cayeron al patio 7, fue la salvación. Heyder Uribe y su tío Jorge Uribe Montoya declararon a su favor. Un abogado le cobró $200 mil por elaborar el documento testimonial, que Ulises pagó lavando loza.

          Su caso fue un intrincado tramado de suplantación en el que todos los miembros de los organismos del Estado involucrados, recibieron dinero. Alrededor de $3.000 millones pagó el verdadero delincuente, José Antonio Villegas Villegas, quien fuera vecino de su casa en el barrio Los Andes.