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Sobre Verbos, por Lizandro Penagos

Sobre Verbos, por Lizandro Penagos

 

De la Caja Mágica a la Caja Boba

 

Bastante conocida es la respuesta/reflexión de Sigmund Freud cuando le comentaron que, frente a la biblioteca de Berlín, las juventudes nazis estaban quemando sus libros: ¡Cuánto ha progresado la Humanidad! En la Edad Media me hubiesen quemado a mí. La realización de los foros regionales que adelanta la ANTV (Autoridad Nacional de Televisión) para conmemorar los 60 años del medio en nuestro país sugiere algo similar. ¡Cuánto ha avanzado la televisión en Colombia! Para celebrar los 50 años, se acabó con INRAVISIÓN; y justo cuando cumplió su mayoría de edad, acabaron con la CNTV (Comisión Nacional de Televisión). Que se hagan foros regionales para debatir el futuro es ya una ganancia, aunque las decisiones se sigan tomando en Bogotá.

          La televisión en Colombia ha padecido con creces las repercusiones de ser hija de quien fue, de una dictadura militar. Particular, acordada, concertada, puesta y depuesta por conveniencias políticas, pero al fin y al cabo, dictadura. Militares son militares y por eso crean centrales de inteligencia. Su carácter mixto, sus bandazos, la tecnología siempre importada, sus modelos copiados e impuestos, sus actores, sus técnicos, sus discurso siempre al servicio de una ideología, sus intereses económicos particulares y esa predisposición nacional a creer que cambiando las instituciones se solucionan los problemas. Tenemos una televisión que se debate entre el desarrollo tecnológico y la pobreza conceptual. Colombia está a la vanguardia en materia de tecnología y rezagada en contenidos. De modo que escuchar a las regiones en un país centralizado al extremo es una ganancia.

          Podríamos decir que nuestra televisión privada está a la altura de las mejores del mundo en plataforma tecnológica y que nuestra televisión pública está perdiéndose en los vericuetos de un Estado ineficiente, ineficaz y burocratizado. Politizado. Y lo malo no es que se politice la televisión, sino que los políticos puestos en cargos gerenciales y directivos sean, cuando menos, incapaces; y, cuando más, corruptos. La coyuntura de la Televisión Digital Terrestre (TDT), que deberá ser una realidad en 2019, ha centrado el debate público en torno de lo tecnológico, que es también lo económico, alejándose del fondo conceptual del asunto, los contenidos y las audiencias. Como siempre, le estamos dando más importancia a la flecha que al indio. En suma, la televisión pública está privada de recursos y la privada, de calidad en sus contenidos. Es muy probable que los canales nacionales tengan con qué y no quieran; y los regionales quieran y no tengan con qué.

          Si en algo coinciden la mayoría de los invitados a los foros es en la necesidad de fortalecer la televisión pública, recuperar los canales regionales y hacer que vuelvan sobre la razón que incitó su creación, la identidad de las regiones, la autonomía en el manejo de sus contenidos y la descentralización de los mismos. La reconversión en verdaderas alternativas a la televisión nacional, que poco tiene de nacionalista y se inscribe más en los mercados globales y totalizantes. Bogotá produce contenidos para 46 millones de personas con base en los gustos y necesidades de los ocho millones que le generan el rating en la capital. Y de la publicidad. Eso debe cambiar, pero no cambiará por leyes, normas o plataformas tecnológicas, lo hará cuando desde las regiones se entienda que sin músculo financiero y sin poderío tecnológico, copiar los formatos y las estructuras televisivas, es condenarse a muerte.

          La televisión nacional, con sus realities, sus narco-bala-teta-porno-novelas, sus patrulleros de la noche, sus asaltos en vivo, sus choques, sus cámaras de seguridad fungiendo como corresponsales, sus corresponsales utilizados como mero instrumento, sus concursos insulsos y la banalidad como estandarte, destruye sistemáticamente la diferencia entre lo normal y lo anormal, entre los correcto y lo incorrecto, entre la realidad y la ficción, e incluso entre lo que Gaitán llamara el país nacional y el país político, porque en sus parámetros lo normal carece en sí de interés suficiente y siempre habrá entonces que enfrentarlo a una alternativa, y esa alternativa es el espectáculo, el info-entreteniendo. Su criterio no es la difusión de los valores y los principios sino el provocar el mayor impacto. De ahí que se reconozca que la televisión nos proporciona temas sobre los que pensar, pero no nos deja tiempo para hacerlo. Las regiones tienen allí un estupendo nicho, pero se han dedicado a copiar y a copiar mal.

          La televisión en Colombia es la base de la opinión pública. El 98 % de los ciudadanos se informa a través de ella. Y aunque sea ésta la menos pública de las opiniones, la responsabilidad que reposa sobre la pantalla pareciera no ser entendida por quienes definen sus contenidos y por quienes están en la obligación legal de vigilarla. Valga decir que no solo informan los noticieros, que suelen desinformar y maleducar.

          El apagón analógico ocurrirá en cinco años y para la fecha todos los televisores deberán estar adecuados para la TDT. Ojalá para entonces hayamos logrado cambiar el chip de productores, realizadores y consumidores, frente a la importancia de la televisión como agente e instrumento de cambio social. Y no sigamos creyendo, como muchos, que es la Caja Boba. Comenzó siendo presentada en ferias y bazares como la Caja Mágica. Luego, cuando llegó a todos los hogares del mundo, como la Caja de Pandora, de donde emergieron todos los males de la humanidad. Pero hoy la televisión es la más poderosa de las armas del siglo XXI, el primer sistema verdaderamente democrático, el primero accesible para todo el mundo y completamente gobernado por lo que quiere la gente. Lo terrible es, precisamente, lo que quiere la gente cuando decide qué ver con el control remoto en su mano.