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Sin ganas de más afganas

Sin ganas de más afganas

Especial para 90minutos.co

Al margen de minucias en las definiciones jurídicas de los dos términos, si hay un derecho que Estados Unidos no ha respetado nunca es el principio de no intervención. Como muchos otros: el Protocolo de Kioto -que lucha contra el cambio climático-, a pesar de ser uno de los países más contaminantes del mundo; el Pacto de San José, que versa sobre derechos y libertades de los Estados; la Convención de Los derechos de los niños, por su particular enfoque de los Derechos Humanos; o la Convención de Ottawa, sobre la prohibición de minas antipersonales, que afectaría uno de sus grandes negocios: la venta de armas; o los 66 convenios que no ha ratificado ante la Organización Internacional del Trabajo. En fin, no firma nada que afecte sus intereses económicos por encima de cualquiera otra consideración. No tiene amigos, sólo socios. Y si no son socios, son enemigos. No le importa la humanidad, sólo sostener su endeudado poderío, pues su déficit equivale a lo que le han costado todas sus invasiones y guerras en nombre la democracia.

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Pero ahora resulta que todo Occidente -y ahí está Colombia-, se rasga las vestiduras, se golpea el pecho y flagela su conciencia por la ‘terrible situación de Afganistán’, fingiendo en algunos casos una inusitada preocupación por las mujeres, los niños y los pobres afganos, que cuando menos es producto de la manipulación mediática orquestada por el policía del mundo y, por supuesto, resultado de la profunda ignorancia sobre la política internacional que mueve fichas, información, ejércitos, dólares y conciencias. Es preciso revisar algo de geopolítica e historia para enfrentar esta nueva moda que impone modelos de pensamiento foráneos, que son más de lo segundo.

Se amparan ciertos movimientos -sobre todo feministas- en la empatía humanitaria con las ultrajadas y la solidaridad de género. Debo resaltar que no se debe estar de acuerdo con ningún tipo de agresión a persona alguna, pero en Arabia Saudita, Kuwait, Qatar, Túnez o Bahréin desde hace siglos sus prácticas culturales son vejámenes para nosotros y nadie dice una palabra. Ello claro, no lo justifica. Leyes que explotan laboralmente a los emigrantes –como hacen todas las potencias, los reconocidos como países desarrollados o miembros del G7, 9 o 12-, y la abierta discriminación a mujeres, lesbianas, homosexuales, bisexuales e individuos transgénero.

Para los afganos es terrible el hilo dental que en Occidente deja las nalgas al descubierto en la playa. Y el toples que deja los senos al aire en cualquier parte. Y la industria de la pornografía que tanto se comparte en redes sociales. Y el aborto en cualquier caso. Y la soterrada poligamia de hombres y mujeres –no como allá, sólo al alcance de una minoría de varones económicamente poderosos o que puedan sostenerla- de todos los estratos. Y la mujer objeto en la publicidad. Y la libertad que hoy no sólo permite cualquier preferencia sexual, sino el definir el género mismo al cual pertenecer. Y el turismo sexual. Y la dosis mínima. Y el negocio de la iglesia y la fe. Y la pauperización laboral. Y la exclusión, la marginalidad, la inequidad y la iniquidad que sume a millones en la pobreza. Y tantas otras prácticas aquí normales. Ah, pero ahora el problema son los talibanes. ¡Válgame Dios!

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Ellos -los talibanes-, aparecieron en el panorama mundial en tiempos de la Guerra Fría gracias a los servicios secretos con la CIA (Central Intelligence Agency) americana y la DGSE (Direction Générale de la Sécurité Extérieure) francesa, para iniciar la cruzada contra la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas) en los 80's. Tal vez por eso Vladimir Putin, presidente de Rusia y serio contendor para desbancar al Tío Sam como primera potencia mundial –con China en otro carril de la pista-, en reciente reunión con la canciller alemana Angela Merkel manifestó: “Es necesario detener la política irresponsable de imponer valores externos y constituir democracias en otros países según modelos ajenos, sin tomar en cuenta las peculiaridades históricas, nacionales, religiosas y las tradiciones según las cuales viven otros pueblos”.

Así de sencillo y así de complejo a la vez. Hace poco la portada de la revista satírica francesa Charlie Hebdo, representaba a unos talibanes con sus túnicas azules marcadas con “Messi 30” y la frase: cést pire que ce qu’on pensait (Es peor de los que pensamos). La crítica a Occidente es tan mordaz como certera. El PSG (Paris Saint-Germain Football Club) es propiedad de Qatar Sports Investment, firma subsidiaria de Qatar Investment Authority, un fondo soberano de inversión cuyo director ejecutivo es nadie menos que el emir qatarí Tamim bin Hamad Al Zani. Más allá del fútbol, es un tiro con chanfle y al ángulo político, una estrategia (además del Mundial de Fútbol) para consolidar ante el mundo la imagen de Qatar, deteriorada por sus prácticas contra los derechos humanos. No en vano apoyan a los talibanes.

Entonces cuál es la alharaca, dónde están las quejas, los carteles, los movimientos en las redes por esa jugada a más de tres bandas, que en el fondo se juega en la misma mesa de las prácticas culturales de unos pueblos que están a miles de kilómetros de distancia física y cultural de nosotros. Dónde están las quejas y reclamos por injusticias y atrocidades más nuestras. Por las mujeres que son vendidas al futuro marido en la Guajira por una dote de chivos. O por las jovencitas Emberá a las que les cercenan el clítoris, porque en la cosmovisión e idiosincrasia de esta comunidad el placer nos les está permitido a ellas, sólo el servicio de la procreación y por eso la ablación. O las niñas y niños muertos de hambre. Los malnutridos que no tienen acceso al agua potable, a las tres comidas básicas, a la educación, a la recreación y a un etcétera más largo que cualquier túnica o burka.

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Se desgañitan por las mujeres afganas y Mullah Abdul Ghani Baradar, el nuevo rostro de los gobernantes talibanes, debe su libertad a los Estados Unidos, que la negoció para sacudirse de sus crímenes de guerra en Afganistán. Julián Assange lo expuso y denunció y por eso enfrenta 175 años de prisión. Todo este escándalo mediático de los aviones gringos repletos de afganos que quieren huir de los talibanes, en un buen teatro de lo absurdo. Estados Unidos convivió con los talibanes 20 años, invadió Afganistán y vendió la idea de ‘luchar contra el terrorismo’ y apoyar a toda costa a su ‘aliado’ gobierno Afgano. Sin embargo, los hechos fueron otros. La contradicción es de ellos (no de los rusos y mucho menos de los chinos).

La lista de aliados de EE.UU. convertidos luego en enemigos por sus intereses es casi interminable. Las cosas algo han cambiado. Antes las guerras eran entre países, ahora son entre civilizaciones como lo explica Samuel P. Huntington en su libro Guerra de civilizaciones (1996). Así como Bin Laden fue aliado y luego su gran enemigo, hoy son los talibanes en general. Laden pertenecía a los grupos yihadistas en Afganistán que luchaban contra la presencia soviética y fue entrenado por la CIA en la lucha contra el comunismo. Pasó a ser enemigo de Occidente en el marco de la Guerra del Golfo, pues Estados Unidos instauró armamento en Arabia Saudita para combatir contra Irak y a su juicio el despliegue de efectivos militares norteamericanos en territorio saudí vulneraba los lugares sagrados donde se fundó el Islam, que son La Meca y Medina.

No hay verdad absoluta ni tampoco perfecta conducta, canta Rubén Blades. No hay religión única ni pulcra. No hay guerras santas y buenas, todas son destrucción y muerte. Más que ideales, defienden negocios. En Afganistán no ha triunfado el islamismo, ha ganado la heroína, asegura el periodista y escritor italiano Roberto Saviano. Adonde llega EE.UU. ocurre. Necesitan sostener su consumo y sus desorbitantes ganancias. El tráfico de opiáceos del Afganistán supone entre el 6 y el 11% del PIB del país y supera con creces el valor de las exportaciones lícitas de bienes y servicios registradas oficialmente. Pobreza, inestabilidad, subdesarrollo, corrupción y cortinas de humo para tumbar a los nuevos dueños del negocio. Y Colombia haciendo reclamos y memes estúpidos. ¡O Alá!

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