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La Reforma Tributaria la tumbó el pueblo

La Reforma Tributaria la tumbó el pueblo

Cuando Iván Duque anunció que su ministro estrella radicaría la Reforma Tributaria, disfrazada con el pomposo nombre de “Ley de la solidaridad sostenible”, estaba convencido que el pueblo caería una vez más en el engaño, que miraría la tapa equivocada mientras le escondían la bolita en las uñas. Pero el truco no le funcionó.

El pueblo está cansado de mentiras. Los millones de colombianos que votaron engañados por el candidato que puso Uribe, con el cuento de que nos salvaría del Castro-Chavismo, fueron los primeros en levantar su voz para decir NO MÁS.

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Los siguieron los jóvenes que sienten miedo de su futuro en un país donde el gobernante prefiere malversar 14 billones de pesos en la compra de aviones de guerra, para combatir  a sus enemigos imaginarios, en lugar de invertir ese dinero para garantizar educación pública gratuita y de calidad y en donde hablar de paz significa  correr el riesgo de ser asesinado.

En Cali, la protesta fue toda una fiesta, miles de personas salieron el 28 de Abril y siguieron haciéndolo durante cuatro días consecutivos. El 1 de Mayo fue histórico. La ciudad se vistió de mil colores. Bajo un sol picante que a veces parecía detenerse en el firmamento para apreciar la belleza de un pueblo que despertaba del marasmo y vencía todos los miedos, desfilaron mujeres y hombres de todas las edades. La calle 5ª se convirtió una vez más en la calle de la feria, pero, a diferencia de la feria virtual del 2020, no costó 12 mil millones de pesos.

Sin embargo, no todo fue alegría. Infiltrados que buscaban deslegitimar el movimiento social y miembros de bandas criminales aprovecharon la oportunidad para cometer saqueos e incendiar comercios, sedes bancarias, quemar buses, destruir  estaciones y atracar a los manifestantes.  Aunque también hay que reconocer que muchas personas se convirtieron en saqueadoras ocasionales motivadas por la necesidad o la ira acumulada durante años de exclusión y pobreza.

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A medida que las protestas crecían y la ira ciudadana se hizo incontenible, el gobierno de Duque convirtió la Reforma Tributaria en un pulso con el pueblo.  Desconectado de la realidad, atrapado en su casa de muñecos, Duque no fue capaz de prever que su juego fracturaría el país dejando profundas heridas difíciles de sanar.

Para colmo de males la dirigencia política no supo que hacer y los miembros representativos de la sociedad se dedicaron a lamentarse por los daños materiales mientras que en las calles corría la sangre de los manifestantes.  ¡Cuánta indolencia ¡Que miopía, fruto de la arrogancia y el desprecio por el pueblo, del que solo se acuerdan para indicarle por quien debe votar!

Duque incendió el país con la ayuda de Uribe, quien de manera abierta incitó a la fuerza pública a usar las armas contra los manifestantes.

El país quedó dividido y envuelto en llamas. Ante este panorama desolador Duque, en lugar de reconocer que el pueblo es el que manda, ¡carajo! y aceptar con humildad que se equivocó, retiró la Reforma anunciando que presentaría otra propuesta, esta vez fruto de un acuerdo con los partidos, a sabiendas que el pueblo no quiere saber nada de reformas tributarias y que no confía en los dirigentes políticos.

El levantamiento popular provocado por el gobierno uribista de Duque es de tal magnitud que se requerirá de algún tiempo para apaciguar los ánimos y lograr que las gentes abandonen las barricadas que a diario se levantan en diversas partes del país.

Si Duque tuviera al menos un poco de credibilidad el anuncio de retirar la reforma hubiera sido suficiente para desactivar las protestas, pero está visto que el pueblo no lo escucha, así como el no escucha al pueblo. Igual sucede con el alcalde de Cali, quien por mentiroso, arrogante y corrupto se convirtió en persona no grata para los caleños.

En medio de semejante crisis, descubrimos que cursa en el congreso una reforma a la salud que según los expertos solo beneficiaría a las aseguradoras y los privados.

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Duque juega con candela.  Debemos hacer un alto en el camino y unir las voces para pedir a los manifestantes que retornen a sus casas y no se expongan en las calles a ser acribillados a mansalva por la policía, pero también debemos exigirle al gobierno que socialice la reforma a la salud y no trate de imponerla de manera soterrada usando la aplanadora que tiene en el Congreso.

Los que reclaman “mano dura con la turba” y creen que los disparos de fusil alivian cualquier enfermedad social, pasan por alto que los levantamientos se  multiplican espontáneamente por todo el país y que el pueblo está llegando al límite.

Dejemos a un lado los triunfalismos y los revanchismos clasistas. Pensemos, no en los bienes materiales destruidos que al fin y al cabo pueden restaurarse, sino en las vidas humanas sacrificadas y en el sufrimiento de las personas que ven caer muertos a sus familiares por las balas perdidas o fusilados en las calles.

Antes de comenzar a cuantificar los daños pongamos la mirada en las personas. Reconozcamos el valor que tuvieron los manifestantes que vencieron el miedo al COVID19 y salieron a las calles a protestar de manera pacífica en nombre de los colombianos que no pertenecen a las elites.

Cambien el discurso artificioso y perverso que por vía de la generalización convierte a quienes  protestamos pacíficamente en revoltosos y saqueadores. Tómense el trabajo de separar la paja del trigo.

El pueblo tumbo la reforma tributaria, pero no es suficiente para que cesen las protestas. Duque debe reconocer que se equivocó y dar un parte de tranquilidad a los colombianos en el sentido de que no volverá a intentar sacarla adelante, así tenga la bendición de Uribe, Dilian, Gaviria y Vargas Lleras, quienes solo representan a sus desacreditadas colectividades.

De hoy en adelante Duque debe hablar a los colombianos con la verdad. No más trapisondas. El pueblo que recibe respeto y consideración del gobernante acata la autoridad con respeto y confianza.

Dejemos de usar el lenguaje guerrerista que ofrece bala al que levanta la voz. Tampoco exacerbemos el odio hacia los ricos porque eso nos puede llevar a la destrucción. Si tanto queremos el país no olvidemos que lo integran personas de carne y hueso y que en él cabemos todos, sin que los unos se puedan irrogar el derecho a defender sus privilegios a costa de la miseria de los otros. El que más tiene no puede dar la espalda al que no tiene un pedazo de pan para llevarse a la boca.

No insistan más en hacer trizas la paz. Por el contrario, defendamos entre todos el valor que tiene como fundamento necesario para el progreso y la democracia. Querían un pueblo emberracado a punta de mentiras, ahí lo tienen. Si lo quieren desquiciado y dispuesto a todo sigan aplaudiendo los excesos de la fuerza pública y traten de imponerle  con engaños reformas que no lo benefician.

Sí queremos que retorne  la calma, calmemos primero nuestros espíritus, liberemos el odio y la sed de venganza, perdonémonos y luego mirémonos a los ojos para reconocer en los demás el derecho que tienen de amar, soñar y vivir dignamente en el mismo terruño y  bajo el mismo sol.

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