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¿Quién domina el mundo?

¿Quién domina el mundo?

Si atendemos la idea de Moisés Naím de que cada vez es más fácil acceder al poder, pero  más difícil mantenerse en él, Noam Chomsky devela en su más reciente libro cómo Estados Unidos a través de sus políticas predominantemente militaristas y su ilimitada devoción por mantener un imperio a escala mundial, intenta mantenerse en el tope internacional a un costo que podría generar una catástrofe que destrozaría los bienes comunes del planeta.

La situación planteada dista mucho de ser solo otra visión apocalíptica de la realidad planetaria y se inscribe dentro de la meticulosa e implacable línea investigativa de los textos siempre documentados que nos entrega uno de los más importantes pensadores contemporáneos.

El autor se vale de una variada gama de ejemplos -todos ellos teñidos con sangre-, pero uno particularmente escalofriante por su grado de precisión deshumanizante: El programa en expansión de asesinatos mediante drones. Para la mayoría de mortales estos aparatos resultan inofensivos, maquinitas no tripuladas para que los niños pongan a volar su imaginación, para que los realizadores hagan fotografía y video desde otros ángulos o para expiar chicas que se broncean en solitario y con muy poca fibra textil sobre su piel.

Es la gran paradoja de la tecnología, la diferencia entre los usos previstos y los usos reales de la misma. Baste recordar cómo surge Internet, la red de redes que en un cuarto de siglo cambió el mundo y hoy -desde trincheras virtuales- se defiende de los ciberataques que podrían incomunicar el mundo. ¡Cuántas hecatombes generadas desde que el pequeño fósforo perdió la cabeza!

La gran pantalla nos ha dejado ver cómo los drones son la más efectiva máquina para matar. Son selectivos, precisos, indetectables, silenciosos y letales. Y lo más importante, no ponen en riesgo al victimario. Son verdaderos heraldos de la muerte. En Después de la tierra (2013), Ojo en el cielo (2015) y Londres bajo fuego (2016) -para citar solo tres películas-, los drones emergen como los protagonistas de la guerra. Máquinas precisas que pueden identificar un objetivo desde el cielo, leer una pupila y acertar en el blanco. Y todo ello, a control remoto. La guerra reducida a la condición de videojuego.

Según el experto en ecología de la comunicación Carlos Scolari -y esta información la confirman varias ONG´s gringas encargadas de hacer infografía social-, los ataques con drones crecieron exponencialmente en los dos gobiernos de Barack Obama.

Quien fuera Premio Nobel de Paz en 2009 “por sus esfuerzos para fortalecer la diplomacia internacional y la cooperación entre los pueblos” destacándose su “visión de un mundo sin armas nucleares”, reconoció a mediados de 2016 que se adelantaron 473 operaciones con drones en países que técnicamente no están en guerra con Estados Unidos, donde murieron -asombra la imprecisión- entre 64 y 116 civiles. Según Amnistía Internacional, es difícil dar crédito a la cuenta de muertes del gobierno, que es más baja que la de todas las evaluaciones independientes. En el mismo lapso, el gobierno dijo que sus drones habían matado a entre 2.372 y 2.581 militantes.

Dos años atrás, demos por caso, una investigación de la organización británica Reprieve estimó que los ataques ordenados con este tipo de dispositivos por el gobierno de Obama, acabaron con la vida de 1.147 personas en Pakistán y Yemen, en operaciones contra 41 supuestos objetivos terroristas. Eso sin contar Afganistán o Somalia. O países con “hostilidades activas” como Siria o Irak.  New America Foundation o la Oficina de Periodismo de Investigación, con sede en Londres, se mueven en cifras intermedias.

Y este -el de los drones- es solo uno de los ejemplos con los que Chomsky argumenta en su libro ¿Quién gobierna el mundo? Las manos no tan invisibles del poder en Estados Unidos, la amnesia histórica que promueven sus intelectuales, o la seguridad casi exclusiva para Washington, y para el sector empresarial gringo, los verdaderos amos del mundo.

Aunque ahora comparten el poder con el G7 y las instituciones que estos controlan en la nueva era imperial (Fondo Monetario Internacional y las organizaciones internacionales que reglan y regulan el comercio), en gran medida Estados Unidos sigue dictado los términos del discurso global. Porque si bien desde 1942 no ha declarado guerras, eso no le ha impedido atacar e invadir otros países, lo que le ha permitido manejar con su vieja estrategia -no tiene amigos, solo socios- los hilos sobre el funcionamiento del poder imperial en un planeta cada vez más caótico y devastado donde los ricos hacen lo que les da la gana y la democracia se reduce al ejercicio inocuo de votar.

Y todo esto ocurre mientras nos hacen creer que la era de la información nos hace más libres e independientes.