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¿Qué más quieren los señores?

¿Qué más quieren los señores?

Especial para 90minutos.co

Corrían presurosos, agitados y beligerantes los años sesenta y Eliana, una cantante colombiana retirada en forma prematura de las tarimas y los acetatos por las retaliaciones frente a los contenidos de sus canciones, popularizó una de las más bellas y desconocidas letras del maestro Arnulfo Briceño: ¿Qué más quieren los señores? Llamada por el público y por el mismísimo cantautor como la profetiza de la canción protesta, esta mujer enarboló la lucha de las clases menos favorecidas (las llamadas minorías que en Colombia históricamente han sido y son abrumadora mayoría) a través de sus composiciones y de otras letras que recogió de una generación de plumas brillantes que intentaron combatir las injustas e incendiarias llamas de los agentes del infierno.

Briceño, un llanero santandereano versátil y polifacético, antes de morir como mueren los elegidos para ser inolvidables, dejó para la posteridad canciones como: ¿A quién engañas abuelo?, Ay mi llanura, Dolores y Flor María, esta última tonadilla vetada por el gobierno del presidente Misael Pastrana Borrero en 1972; y muchas otras que recogen el momento histórico, político y social que le correspondió vivir a este abogado y pedagogo musical. Todas sus canciones, en los más diversos ritmos, tienen un fondo de denuncia social que lo destacan como el pionero de la canción protesta colombiana, si ese género existiese aún en nuestro país. Su voz, tan bella y estremecedora como su inteligencia, fueron reconocidas y aplaudidas por todos, menos por los “…malditos politiqueros de oficio”.

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¿Qué más quieren los señores? Dirigentes, conductores, los promeseros de siempre en vísperas de elecciones. Primero llenamos plazas, después votos por montones. Ya llegaron al poder, llenaron corporaciones y hasta se alzaron las dietas queridos benefactores. Mientras el pueblo tiene hambre. ¿Qué más, qué más, qué más quieren los señores?

Ese pueblo manso al que le compuso Arnulfo Briceño y al que le cantó Eliana, que no entendía muy bien lo que estaba pasando y que como en la frase memorable de Carlos Monsiváis, cuando entendió lo que estaba pasando, ya había cambiado lo que estaba entendiendo, confirmaba que todo cambia para que todo siga igual. Así, como este difuso juego de palabras, es de compleja la situación de Colombia en estos momentos. Una maraña de intereses en la que perdida en un nudo gordiano, conformado por todos los hilos y tejidos, habita la esperanza.

Pobrecito pueblo mío, que va de engaño en engaño, solo se acuerdan de ti cada que pasan cuatro años, para entonces hay sonrisas, palmaditas en el hombro y todo cuanto requieres reviste vital urgencia, después reclamas te dan precios altos sin clemencia. Ellos como puerco en ceba y a ti te piden paciencia. ¿Qué más, qué más, qué más quieren los señores?

Nadie con sensatez y equilibrio, con algo de pensamiento crítico y capacidad de análisis, puede ubicarse en alguna de las múltiples orillas de este pantano embravecido, de esta hecatombe social cuyo estallido provocado se enciende con mechas de múltiples manos criminales, legales e ilegales, espontáneas y sicariales, políticas y sociales. Este estallido ensordecedor que no ha podido cegar la luz esperanzadora de cambiar esta realidad histórica de pobrezas y riquezas enquistadas, que hacen metástasis perenne en esta Colombia cáncer que cuando avanza parece que retrocede y que cuando grita lo hace con esa violencia represada, esa indignación acumulada que se transforma en resentimiento a la menor provocación.

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Colombia patria querida, verdad que tienes grandeza, no te han podido acabar tanta rapiña y torpeza, pero lo que más duele es un pueblo sinvergüenza. Ya volverán los comicios, con ellos quien los convenza, que al fin padres salvadores nos mandó la Providencia. Y son los mismos con las mismas: chanchullo, serrucho, influencias. ¿Qué más, qué más, qué más quieren los señores?

Un mes trágico que cierra un año de pandemia aciaga. Los dos tan mal descifrados como manejados. Y vino entonces un taponazo social provocado por un puñado de jóvenes que ni estudian ni trabajan y a los que se les quebró el cristal del aguante silencioso. Y de todos los fragmentos de ese rompimiento comenzaron a aparecer vitrales sociales, recogidos y organizados a conveniencia, pegados unos con babas y otros con sangre, fundidos con todos los fuegos y colores. Caleidoscopios para ver y conseguir solo lo propio.  Un mes que desde la modesta impresión de quienes revisan la historia para avizorar el futuro, se proyecta como la movilización social más grande e importante de los últimos cien años. Compleja, multicausal y, por lo mismo, popular y de alcances y soluciones colectivas.

Dirigentes, conductores, del pueblo benefactores. Representantes y senadores. Liberales, conservadores. Y también hay de otros sabores. Que el pueblo se muera de hambre antes sus benefactores. Que el pueblo se muera de hambre. ¿Qué más, qué más, qué más quieren los señores?

Solía decirle doña Isolina Contreras de Briceño a su hijo Arnulfo, cuando disfrutaba del éxito y el reconocimiento en plena madurez artística: “La luz que te faltó al nacer, te la dio Dios en la vida... la luz de la inteligencia”. El niño había llegado al mundo sin siquiera el apoyo de una partera, alumbrado por una mujer sola y unas lámparas de aceite puestas por una vecina, como paliativo para esa oscuridad que les había provocado la pobreza y el desplazamiento. Hijo de un carpintero, Pedro José, cuyo nombre encierra las llaves del reino de los cielos y la paternidad divina, Arnulfo es águila y lobo. Símbolos de la valentía y la inteligencia, de la inspiración y de la libertad, del poder y la conciencia.

Diverso y complejo como Colombia. Capaz de trasegar como cualquier colombiano hecho a pulso y con sacrificios. Viajero constante de una época que se extiende en el tiempo como esta violencia endémica y cuyo viejo remedio ha sido el veneno mortal. Un hombre que trascendió la geografía nacional y que desde su sentir y saber impactó el alma de mucha gente que entendió que por intangible que sea el concepto de patria, solo es posible constituirla entre todos. ¿Qué más quieren que pase señores? ¿Qué más, qué más, qué más quieren los señores? Este coro debe ser eterno hasta que respondan los señores y ese bis debe repetirse hasta que la vergüenza del pueblo cambie el talante de nuestros dirigentes y con la luz de la inteligencia se escojan mejor los presidentes.

¡Para que nadie escupa sangre para que otro viva mejor!

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