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Petro, la plaza y el público

Petro, la plaza y el público

Blog de Lizandro Penagos

Y se habla del fenómeno Petro. Y las cadenas del WhatsApp repican y replican ataques de parte y parte. Y los seguidores preguntan cómo es que un hombre sin maquinaria puntea en las encuestas que miden la intención de voto. Y cómo putea Uribe a quienes escuchan las interceptaciones legales de sus conversaciones. Y cómo el exguerrillero del M-19 nos convertirá en Venezuela. Y nombrará a Timo ministro. ¡Timadores! Y crece la polarización de las presidenciales, ad portas de las elecciones al Congreso, las más importantes. Y los grandes medios pagan encuestas. Y las interpretan con un sesgo vergonzante. Y se escribe otra columna al respecto. Una más, una menos, qué más da. En Colombia se vota por el que diga la caja boba y el twitter de Uribe. Aunque la Corte, la Pulla, el Detector, Matador, Guillén, Coronell y un etcétera más abultado que su peculio, hagan evidentes sus prácticas non sanctas.

Comencemos por analizar qué tiene de fenomenal la campaña de Petro. O, por lo menos, diferente. Lo primero, es un precandidato que va a consulta y todos dan por ganador, porque Carlos Caicedo, de Fuerza Ciudadana, no tiene cómo vencer al mentor de la Colombia Humana. Gustavo es la cara visible de la izquierda nacional y se lo ganó peleando, no gobernando. Y los medios ayudaron, pues la indiscutible y orquestada animadversión obligó a Petro a convocar en la plaza de Bolívar su defensa, para que no lo sacaran de la Alcaldía Mayor de Bogotá. Y lo logró, en la ciudad donde el voto de opinión es una certeza. Ya deberían saber sus contrincantes que el exalcalde es el Mohamed Alí del circo de la política nacional. Es diferente.

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Es un hombre con buenas ideas, al que a veces lo traiciona la soberbia. Con ideas lógicas -no extraordinarias- en un país sin memoria, sin madurez política, manipulado, gobernado por los mismos hace dos siglos. Es un líder mesiánico, y eso le fascina a Colombia. Alguien que llegará para salvarnos, sin entender que la salvación es tarea de todos. Y claro, también tiene maquinaria, caudal, financiación y cajitas de resonancia. Es un orador de esos a la antigua. No es un fenómeno mediático, sino en la plaza pública. Ni más faltaba que los cacaos vayan a apoyarlo. Otra cosa es si se mantiene en la punta y llega a segunda vuelta. Los grupos económicos extenderán sus chequeras para los dos finalistas del reality show en contienda. Petro es un político que apela al sentido común y al que debe reconocérsele la coherencia entre lo que piensa, lo que dice y lo que hace. Eso tan simple, lo hace diferente.

Digamos que ningún líder demócrata debería propender gobernar para un grupo social específico: ni la derecha para los ricos, ni la izquierda para los pobres. Del centro mejor no hablar. En esta Colombia el centro -como el de la esfera de Borges- está en todas partes. Para nuestra desgracia, menos en el centro. Ni en la democracia, que es un remedo y tardío. Basta recordar que en los últimos 20 años mientras toda Latinoamérica giró a la izquierda, en 2006 Colombia apenas alcanzó con Carlos Gaviria (q.e.p.d.) la mayor votación de su historia. Nos recordaba el maestro que la inequidad -aupada por la iniquidad- obliga a desequilibrar para buscar algo de igualdad. Han sido tantos años de abandono, de pobreza, de marginalidad, de ausencia de políticas que cierren -o reduzcan- la brecha, que ha calado el discurso de un hombre que conoce el monstruo por dentro. Hecho a pulso. Estudioso y honesto. Cualidades normales, que de nuevo lo hacen diferente.

Ya se discute si una imagen vale más que mil palabras, pero en lo que cada vez coinciden más estudiosos, es que capitalismo y socialismo someten al ciudadano. El primero con el mercado y el segundo con el asistencialismo. Los dos, con la manipulación ideológica. Y eso lo sabe muy bien Petro, un hombre que rescató la plaza pública para la política, cerrada para las campañas en 1989 con el asesinato de Luis Carlos Galán en Soacha. Su discurso es contestatario, pero con propuestas. Reitero: lógicas, incluso obvias, en una nación mal educada que promueve la exclusión. Su tono es veintejuliero, pero locuaz. Su físico es presa de burlas, pero su inteligencia la reconocen hasta sus enemigos. Nadie lo acusa de ladrón o corrupto. Y eso, lo hace diferente.

El haber retornado a la plaza pública es una buena estrategia, pero no sabremos qué tan efectiva resulte hasta las elecciones. Cinco o diez mil personas aglomeradas impactan. Son una buena imagen, pero dos millones de seguidores en twitter avasallan. La muchedumbre necesita pantalla, micrófonos, parlantes, en suma, rating. La plaza puede ser un retroceso o una vuelta a la escencia. La logística, el tiempo, sus peligros y la eficacia, ya no son las de un pueblo, sino de ciudades complejas en tránsito de urbes. La garganta de Petro se quiebra, el esfuerzo pasa factura. La disfonía le ha hecho más daño que la polifonía del Centro Democrático que ahora habla del Petrochavismo. En la plaza pueden llover aplausos o balazos. Vivas o piedras. Babas o sangre. Pero el fenómeno Petro solo será fenómeno, si gana la presidencia.

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