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Música y resistencia

Música y resistencia

Especial para 90minutos.co

Alex Franco es un hombre sincero. Franco en su apellido y en su actitud frente a todo: los hechos, los amores, los sucesos, los desamores, la vida, la rumba, la muerte, el fútbol, la familia, los amigos, el dinero, el reconocimiento... Todo. “Así es la vida”, es tal vez la frase que más repite. No la explica, solo evoca un par de estrofas de la canción del salsero nicaragüense Luis Enrique: Para algunos la muerte es un golpe fatal y terrible. Para otros tan solo un boleto a la libertad….  Así es la vida, así de ilógica. Cada quien tiene al fin una historia que hablar o callar. Así es la vida, así… También dice que la música es el arte de pensar con sonidos. Callado. Circunspecto. Directo. Habla poco y piensa mucho. Tiene la nariz grande y las manos enormes. Es alto y grandioso. Es músico. Percusionista. Padre de dos universitarias y de un niño para los que quiere un futuro con oportunidades y trabajo.

Hace más de un año que no trabaja. O trabaja muy poco. No hay fiestas ni presentaciones. La pandemia lo silenció, como a todo el gremio que debió echar mano de otros saberes y oficios para subsistir. Solo algunos eventos de beneficencia para ayudar colegas en peores condiciones. Ha recibido mercados y pírricos subsidios cuando apenas arrancaba el confinamiento. Vende instrumentos. Campanas, maracas, güiros, bongos y claves; además negocia congas, baterías, timbales... todo lo que hace ruido bacano, toda la percusión afrocaribeña. Le va bien. Tiene su propia marca: Percusion Custom, que para él significa lo más alto en calidad. Desde que comenzó el Paro Nacional ha marchado sin manchar sus manos inmensas con nada que no sea darle duro a los instrumentos para que el reclamo de justicia social suene más fuerte que las balas y las bombas.

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Por las tardes, cuando la brisa loca de Los Farallones baja a refrescar la ciudad -ahora convertida en una caldera social-, se viste de negro y enfunda sus “armas” para caminar desde el barrio El Trébol hasta La Loma de la Dignidad (antes Loma de la Cruz) en la Calle Quinta con Carrera 16. Casi 40 cuadras por toda la Carrera 15 a pie. Es uno de los sitios a los que los manifestantes han cambiado el nombre. Los otros tres son Puerto Resistencia (antes Puerto Rellena), El puente de las mil Luchas (antes Puente de los mil días) y El paso del Aguante (antes Paso del comercio). Uno que otro mecánico varado, uno que otro basuquero asustado, una que otra prostituta sin clientes, en su solitario recorrido. El peligro acecha. Todos caminan solos. Marchan solo las botas. Las estaciones del MIO (Masivo Integrado de Occidente) cerradas, destruidas, quemadas. Allá, en la colina, sin el ruido de sus cascadas, con su teatrino en rotonda expectante, con las tiendas de artesanías cerradas, con la casa de las máscaras con su rostro triste, con las heladerías derretidas y con el CAI (Centro de Atención Inmediata) de la Policía desierto, se reúnen músicos venidos de toda Cali. De El Troncal, de Nueva Floresta, de Junín, de Bretaña, del Obrero, de El Caney, de San Fernando, de Santa Elena, de Terrón Colorado y Siloé, de muchos todos los lugares.

Se reúne medio centenar. Pueden ser menos, pero cada vez son más. Nadie les paga, pero todos los escuchan. Hay aplausos y vivas. Arengas y risas. No falta el insulto aleve pero gracioso. Es imposible no evocar al sobreactuado Antonio Banderas y su Balada del pistolero. No hay mariachis, pero comienzan a salir de sus estuches los vientos para soplar sabrosura: tubas, trombones, saxofones, trompetas, clarinetes. Y las cuerdas que no atan, pero amarran melodías: contrabajos y violines. Un guitarrista solitario afina. Y todas las percusiones habidas y por haber, porque los caleños son sabor con salsa. Titicó. Yenyeré. Quimbombó. Murga y soneros. Hoy no se venden canciones, solo ilusiones. Un Kilele que se saben todos, que bailan todos, que sienten todos, porque es un ensamble de resistencia artística, de coexistencia pacífica, de concurrencia y contundencia, de persistencia y trascendencia. Y ahí está Alex Franco, franco y feliz, fiel y fecundo musical, ofreciendo sudor y lágrimas, pero ni una gota de sangre. No hay tiempo para la tristeza, solo para la ilusión. Hay compases y armonía. Mucho ritmo y melodías.

Es un Sonido bestial que reposa para arrancar con el Himno nacional. Luego vienen los de Valle del Cauca y Cali. La interpretación de Colombia tierra querida es pieza obligada y la piel comienza a erizarse y el alma a estrujarse: Colombia tierra querida himno de fe y armonía. Cantemos, cantemos todos, grito de paz y alegría…  para después henchirse con un Cali pachanguero  que retumba con añoranza: Que todo el mundo te cante. Que todo el mundo te mime… Y en medio de tanto horror por la Cali que resiste, todos ríen, la gozadera es general, como en un acuerdo tácito con el clásico de Tommy Olivencia: Me gusta la rumba, me gusta tocar. Lo mío es la música. Lo mío es poner la gente a gozar… Y entonces con el permiso de don Octavio Panesso y su Grupo Saboreo cambian algo de La vamo´ a tumba´… Y claro, tumbaron la Reforma Tributaria y siguen las otras, pero la parodia de Bella Ciao –la banda sonora de La casa de papel- es el paroxismo final con un Duque Chao que se escucha en cuadras a la redonda.

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Todo es sinónimo de movimiento en este encuentro de sonidos y almas libres que se irriga por el sector. Por las calles de San Cayetano, de San Antonio, de Santa Librada, de San Bosco, de Santa Filomena, de Santa Rosa, de San Francisco, de todos los barrios con nombres sacros e iglesias homónimas que hacen parte del Cali Viejo y en las que ahora resuena la música y la protesta pacífica, artística, vital, para que ese viejo país que se niega a desaparecer, le abra paso a los jóvenes que reclaman una nueva nación. Las canciones y los violines ondean como las banderas y en los balcones la gente se asoma y arroja flores y gritan vivas y la marcha se mueve sin moverse en el plano físico, sino en el espiritual. Y se oye en un viejo equipo de sonido la canción del Sexteto Juventud: Quiero que me recuerdes, como algo en tu vida, que quiso brindarte, amor y ternura, también ayudarte, espiritualmente… Esa rabia y desesperación convertidas en acción política por el Paro, aquí se transforman en clamor urgente de vida y alegría.

Alex recoge sus instrumentos, sus ‘armas’. Hay abrazos y despedidas. La manifestación una vez más fue jolgorio y alegría. Todos son rostros de satisfacción. Hay indignación, pero no hay rabia. A la torpeza e indolencia represiva le tocan y le cantan con amor, con gusto. Su hambre es cultural, acumulan saberes y partituras. También están cansados pero explotan  en un concierto para transmitir. Sobreviven. Han perdido tanto por cuenta de la pandemia que ya no nos les queda mucho que perder, sino bastante para dar. Antes de la desgracia, los había unido el arte y ahora los une la resistencia. Esas once letras con las que también se escribe renacisteis. Todos sabemos que es un arcaísmo, pero no deja de sonar delicioso. Se echan al hombro sus maletas para desperdigarse por Cali, para bajar de la colina y aventurarse el encuentro con alguna turba, de desadaptados o de policías. Volverán a sonar y todos los escucharán, menos los medios de comunicación tradicionales, porque el arte tiene el hábito particular de generar escozor a los vándalos de información.

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