Como todos sabemos, el periodismo surgió como una herramienta ideológica cuyo dominio residía en poquísimas manos y, salvo el acceso creado por la multiplicidad de plataformas, hoy pareciera no haber cambiado mucho el fondo del asunto. Ha cambiado la forma. Antes en los periódicos había gente que sabía escribir y que leía. Aunque escribían para leerse entre sí. Las redes llegaron para apagar el fuego de tantas vanidades. Cualquiera publica.
Ahora en el periodismo se trabaja para audiencias más amplias y anónimas. Con discursos tan breves como simples. Reciben más likes tips para el cuidado de la piel, que sesudos informes sobre los impactos del mercurio en la piel y la salud de los negros del Pacífico. ¡Son las audiencias! ¿O los periodistas? Alguien con sarcasmo decía que hoy abunda en los medios masivos de comunicación la gente que no sabe escribir, entrevistando a gente que no sabe hablar, para gente que no sabe leer.
Pues bien, podría decirse que en Alfredo Molano se cumplen dos de esas tres irónicas visiones, pero habría una que es preciso debatir y no es la de excelente pluma. Las buenas plumas siguen su vuelo y en él, ni sus detractores lo discuten. Pueden estar en contra de sus contendidos, pero no de su fluidez narrativa. Lo han acusado de todo, de guerrillo y de paraco, de mamerto y de vicioso, menos de mal escritor.
Algunos académicos ortodoxos no han estado de acuerdo con su forma. Mientras historiadores llegaron a considerar que lo que hace no es historia, porque la salpica de ficción; sociólogos adujeron que sus métodos no se inscriben dentro de la línea funcionalista. Tuvo Orlando Fals Borda que decir en el prólogo de ´Siguiendo el corte´, hace 28 años, que esa polémica lo tenía sin cuidado, para que el país comenzara tímidamente a valorar su trabajo en la verdadera dimensión.
No por los premios -que son bastantes- sino por el respeto que se ha construido, Molano es reconocido como uno de los mejores escritores de país. Y uno de los más leídos, coincidencia que no suele ocurrir con frecuencia. Galardonado hace poco en una categoría que más que un premio, es un homenaje. Vida y obra. ¿Importa acaso quién otorga el premio? ¿Importa el premio? Sus lectores hacen fila para que les firme sus libros. Para conocer al viejo sabio. Para agradecerle.
Sus relatos son casi míticos, como él. Con su mirada infinitamente triste, como sin esperanza, como si le hubieran robado el alma, como si tuviera la certeza de que nada peor puede pasarle a este país que conoce como nadie, que ha recorrido como pocos, que ha sufrido como tantos, escribe para contarse. En fin, la calidad de la escritura de este hombre no está en discusión. Así como su búsqueda y encuentro permanente con “el otro”, con el invisibilizado, el marginado, el excluido, el olvidado.
Pero vamos con el segundo sarcasmo: “…entrevistando a gente que no sabe hablar…”. He aquí el debate. Molano es el autor de una frase demoledora para los periodistas. “Escuchar es una manera olvidada de mirar”. Si algo ha hecho, es escuchar a la gente. A la gente del común, del pueblo. Al iletrado. Al mal hablado, según el canon impuesto. Al que no ha sido contaminado por la educación formal y se expresa desde la sinceridad, desde la honestidad, desde lo que siente y piensa, sin tener idea de lo políticamente correcto.
A quienes son la historia subalterna, la no oficial. Porque más que viajar a las regiones, Molano viaja a la identidad de personas a las que convierte en personajes y regiones a las que transforma en escenarios. Todos reales. Todos testimonios crudos. Vívidos. Descarnados en su voz, pero llenos de carne vital en su sufrimiento. Logra la más difícil de las estrategias narrativas de la humanidad, desaparecer como escritor, para dejar que el lector dialogue con sus personajes.
De modo que los que no saben hablar son otros, son aquellos que construyen discursos impostados. Falsos. Montados. Políticamente correctos. Que pretenden quedar bien con audiencias manoseadas, manipuladas e ignorantes. Y ello, a costa de la desgracia de las minorías que son mayoría. Esa mirada centralista, urbana, capitalista, que ha invisibilizado dos litorales y toda la Orinoquía y la Amazonía colombianas. Todo el “revés de la nación”.
Dicho lo anterior, tiene razón el anónimo solo al cierre de su sentencia: “…para gente que no sabe leer”. A Molano es preciso leerlo sin prejuicios, alejado del discurso de la prensa o la televisión privadas. Toda su obra contiene en sí misma las claves que hacen posible su comprensión, porque está ligada a su experiencia emocional al investigar, recorrer y dialogar. Geografía, historia y lenguaje.
Estará el miércoles 17 en Cali hablando sobre su más reciente libro ´De río en río. Vistazo a los territorios negros´. Un cuaderno de campo escrito en una canoa -como él lo define-, que todo el Pacífico debería leer. Será en el Auditorio del Centro Cultural del Banco de la República a partir de las 10:30 a.m. No es posible seguirlo al pie, pero sí a la letra.