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Las sombras rojas

Las sombras rojas

Especial para 90minutos.co

“Si tu mueres primero yo te prometo, escribiré la historia de nuestro amor. Con toda el alma llena de sentimientos, la escribiré con sangre, con tinta sangre del corazón”. Nuestro Juramento – Olimpo Cárdenas

No se puede leer Las sombras rojas (2022) de Carmen Andrea Rengifo sin sentir que somos sangre y que la vida no es más que un constante fluir de la misma. Que se agita y se derrama. Que el corazón la bombea unas cien mil veces cada día y que cuando las emociones se cruzan, excita y lo remueve todo como un torrente irrefrenable. Que, si se pierde, con ella de a poco se va la vida y que en periodismo lo importante no es la sangre -como dice Villoro-, sino la vida que se pierde con ella. Este libro no fue escrito con tinta sino con sangre, con tinta sangre del corazón como canturreó el Magaldi ecuatoriano. En cada una de sus líneas emerge a borbotones, unas veces como una herida abierta y otras como el fluido sanguinolento que envuelve a un recién nacido. Este libro es una cirugía al ejercicio periodístico en difíciles condiciones y una transfusión de saberes y sentires con aliento poético.

Alguna vez a la periodista italiana Oriana Falacci que cubrió los conflictos más mediáticos del siglo XX, con relatos descarnados después de enfrentarse a cuerpos mutilados y seres desmembrados que le removieron las entrañas, le preguntaron si le impresionaba la sangre. Respondió con estoicismo: “Estoy acostumbrada, cada mes la naturaleza me ofrece ese terrible espectáculo”. Tal vez sólo el psiquiatra canadiense Eric Berne se acercó a un pensamiento tan sublime cuando aseguró que “la menstruación es el llanto de un útero desilusionado”. Hay un temor primitivo a la sangre y ese temor es sobre todo masculino, aunque hayan sido los hombres los promotores de la barbarie. Las imágenes de Carmen Andrea con el rostro ensangrentado y la mirada como de quien atraviesa una tormenta de balas, le dieron la vuelta al mundo el 5 de marzo de 2013 y le revolcaron desde ese día la cabeza y el espíritu al punto que debió exorcizarlas con este libro.

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Fue corresponsal de Noticias RCN en Caracas cuando Venezuela era un convulsionado hervidero político. Y el día que murió Hugo Chávez, a Carmen la sangre en su cara le recordó que la vida es un encuentro de fluidos e idealismos donde el sudor y las lágrimas se mezclaron para sacudir sus turbaciones, pero una vez secadas le fortalecieron la razón y el pensamiento. Desde ese día dejó de pensar en el simple quehacer periodístico, para adentrarse en los vericuetos insondables de la introspección intimista que, si se proyecta con argumentos en el otro, en los seres queridos, en la comunidad, en la sociedad, puede convertirse en un valioso aporte social para la reflexión y la construcción de humana ciudadanía. Sin alejarse del todo, miró con distancia ese saber para hacer y se metió en la escritura, en ese saber para reflexionar como quien cumple el designio más genuino, legítimo y trascendental de un escritor: contar el tiempo que le ha correspondido vivir.

Las sombras rojas (2022) no es un deleite, sino una provocación. No es un gozo sino una confrontación. Un espejo sobre el descontrol social que lleva a muchos al descontrol emocional. Un viaje por la realidad a veces terrible que recurre a la literatura con fantasía -no fantástica- para aterrizarnos en las miserias humanas, en los despojos de una sociedad deshumanizada, pero también con la ilusión de lo posible. La utopía que subyace en la exploración sentipensante que tantos autores han referido como única alternativa de comprensión propia para entender a los otros. Este es un libro que en apariencia nos permite conocer y entender la tragedia de la autora, su mundo interior a partir de lo público; aunque página a página, línea a línea, con la crónica o con los microrrelatos, con los aforismos o las ilustraciones, nos lleva a la tragedia nuestra, a la propia, a la de todos, para comprender que también son reales, como nuestros sueños y las sombras que sobre cada luz se ciernen.

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“Escribir corto es la mejor manera de llegar lejos”, escribe el poeta José María Micó en el prólogo. Como buen español debió leer a don Baltasar Gracián: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno. Y aun lo malo, si breve, no tan malo”. Este libro es breve y bueno. Un literal rompecabezas que parte el alma y estremece la entendera. Un remezón de emociones pensadas, soñadas y advertidas desde España por una caleña valiente que se desnuda sin quitarse la ropa, pero si los ropajes sociales que impiden contrale al mundo que se sufre y se llora, se padece y se cruzan fronteras del miedo que destrozan la cotidianidad. Es ver llegar al demonio sin haberlo llamado y sentirse sola para enfrentarlo. Es sentir que la muerte duerme todas las noches con nosotros y se nos encarama en los hombros para recorrer la vida.

Este libro comparte un dolor personal que es universal. Contiene unas letras desprendidas de las sombras individuales que la autora teje con las herramientas literarias, para entregarnos un testimonio que pareciera colectivo. Tal vez algunos sepan que testigo viene de testículo, pero es menester decir que, en este mundo patriarcal y machista, se necesitan muchos ovarios para escribir este libro. Mucho valor. Muchísimo. Carmen Andrea es una testigo inigualable de lo que significa vivir en el sentido amplio y pleno del término. Podrá, si se quiere, ser la nueva derrota de una golondrina, pero leer Las sombras rojas (2022) es develar con sangre y muerte ese efímero relámpago entre dos penumbras infinitas que llamamos vida.

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