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La pandemia mental

La pandemia mental

En noviembre del año pasado los medios de comunicación dieron a conocer los resultados de un estudio publicado en la revista The Lancet Psychiatry, basado en el análisis de los registros médicos de 69 millones de personas en Estados Unidos, incluidos más de 62,000 casos de COVID-19, según el cual 1 de cada 5 pacientes sobrevivientes presentaba desórdenes mentales de diverso tipo, especialmente: ansiedad, depresión, irritabilidad e insomnio.

El estudio no alcanzó a tener las repercusiones esperadas, por parte de los gobiernos, cuando fue publicado otro estudio en los primeros días de Abril de 2021, que muestra un panorama mucho más aterrador: 1 de cada 3 personas que tuvieron COVID19  presentan problemas neurológicos o siquiátricos en los seis meses siguientes al contagio.

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Ambos estudios coinciden en que los datos son los mismos en todas partes del mundo.

Cuando escribía estas líneas las autoridades de salud colombianas habían reportado un total de dos millones quinientos cuatro mil doscientos seis casos (2.504.206), lo que significa, según este último estudio, que en el país tenemos 834.735 personas que probablemente estén sufriendo problemas mentales, como consecuencia del Covid19.

Los investigadores señalan “que la ansiedad, la depresión y el insomnio fueron más comunes entre los pacientes recuperados de COVID-19 en el estudio que desarrollaron problemas de salud mental. Los investigadores de la Universidad de Oxford de Gran Bretaña también encontraron riesgos significativamente más altos de demencia, una condición de deterioro cerebral.”

Ante la altísima probabilidad de que existan cientos de miles de personas con problemas mentales derivados del Covid19, la pregunta obligada es ¿qué está haciendo el sistema de salud al respecto?

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Por lo que sabemos los sicólogos y siquiatras tienen copadas sus agendas debido a la enorme cantidad de personas solicitando consultas. Sin embargo, son muchísimas las personas que no han recibido atención, entre otras cosas, porque desconocen que están sufriendo los estragos de la enfermedad.

El fin de semana conocí a una joven que padeció COVID19 en diciembre y según cuenta sufre de insomnio desde entonces, lo peor es que nunca asoció este desorden del sueño con el virus, ni el médico general que la trató al respecto y le recetó algún seminífero de baja potencia.

Por lo visto, en Colombia el tratamiento a los pacientes post COVID19, no ha tenido en cuenta los estragos que el virus produce en el cerebro de las personas. Supongo, porque soy un optimista practicante, que las autoridades de salud y la comunidad científica colombiana deben estar ocupadas estudiando el fenómeno para establecer la ruta a seguir.  Hasta ahora no hemos escuchado que el presidente Iván Duque haya hecho alguna mención al asunto en su programa de la tarde,  pero se trata de un problema que por su dimensión necesariamente tendrá que ser abordado por el gobierno, tarde que temprano.

La preocupación que nos asalta es que la respuesta, como siempre,  será tardía, es decir, que  cuando se produzca el problema ya habrá adquirido proporciones alarmantes, como suele suceder, porque en nuestro país “no ha pegado” la cultura de la prevención.  El gobierno solo actúa cuando el rio se desborda o la montaña se desprende y deja una estela de muerte y destrucción, pero poco o nada se hace respecto al mantenimiento de los afluentes o la prevención de derrumbes.

Nos acostumbramos a reaccionar en lugar de prevenir. Por esa razón preocupa que no se conozca la estrategia del gobierno para hacer frente a los estragos que se están produciendo en 1 de cada 3 pacientes sobrevivientes al Covid19.

Pero no es solo el COVID19 el causante de enfermedades mentales en el último año, la cuarentena o encierro profiláctico y preventivo, ha hecho mella en millones de seres humanos, en todo el planeta, incluyendo esta tierra de nadie.

El encierro permitió que se abriera paso el trabajo en casa, que según refieren la mayoría de las personas que lo están llevando a cabo, ha incrementado el estrés debido a la abusiva sobrecarga de trabajo impuesta, al encierro mismo y a la convivencia entre los integrantes de las familias.

La época de la pandemia será conocida por el alto número de separaciones, divorcios y casos de violencia intrafamiliar. Además de las empresas y fábricas que han tenido que cerrar debido a la pandemia, muchísimos hogares se han destruido por las tensiones surgidas entre sus integrantes.

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El miedo, la desesperanza, la abulia, la incertidumbre, la pobreza, la falta de integración a los grupos familiares y sociales, las medidas restrictivas del gobierno, la pérdida del empleo, el incremento de la violencia callejera, las masacres, la amenaza de impuestos más altos, la corrupción, la desescolarización de los niños y adolescentes, el cierre de las universidades,  escenarios deportivos,  restaurantes, cines, centros comerciales, balnearios, el aumento de las deudas, etc., se convirtieron en la nueva realidad que soportamos con estoicismo desde marzo de 2020.

No estábamos preparados para ver desaparecer ante nuestros ojos a miles de personas que gozaban de perfecta salud, a amigos y familiares que no resistieron la enfermedad. La muerte instaló su reino en la tierra y gobierna de la mano de dirigentes ineptos y corruptos.

No estábamos preparados para tanto sufrimiento y dolor. Lo grave es que con el paso del tiempo estos sentimientos se han convertido en una ira incontenible que al no tener un objetivo claro estalla como una granada de mano en medio de un desayuno familiar.  Los iracundos, hijos de la pandemia, necesitan descargar su furia contra lo que sea, no importa si son los hijos, la esposa, el esposo o el vecino, el mal los hizo presa de sus excesos y los convirtió en sirvientes de la locura.

¿Qué hacer?

Si nos sentamos a esperar que el gobierno responda a esta espantosa pandemia mental, Colombia terminará convertida en un inmenso manicomio. La salida es tomar conciencia de los daños mentales que está causando el virus y el caos universal en que nos encontramos sumidos y trabajar en nuestra salud mental.

Como no hay siquiatras o sicólogos suficientes para atender a la población, resulta pertinente que acudamos a herramientas que están a nuestro alcance, como ampararnos en el amor familiar, practicar el respeto, el perdón, la solidaridad y la compasión. Podemos también hacer uso de la meditación, que por estos días ha tenido mucha difusión. En internet existen conferencias teórico-prácticas, que serían de mucha ayuda.

La pandemia dejará heridas incurables en la humanidad y esto traerá problemas graves durante el proceso de apertura y reactivación de la vida en todas las esferas.  Ahora juega a nuestro favor la capacidad que tengamos para ser resilientes, es decir, para adaptarnos a la vida después de este golpe espantoso que nos dio la naturaleza.

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