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El higiénico papel

El higiénico papel

Blog de Lizandro Penagos

En Colombia se hacen muchos paros, pero muy pocas protestas. Una de las tantas que debería hacerse y que compete a los periodistas, es la de rechazar que se le anden poniendo apellidos al periodismo cada que le aparece un padre putativo: para el progreso, solidario, de paz, para el posconflicto… Ese es un embeleco, un distractor de lo fundamental. Y no me refiero al “Acuerdo sobre lo fundamental”, que proponía el hijo del monstruo Laureano. El periodismo debe acatar con rigor sus principios. Así de simple. Y no es una simpleza, sino un acto de simplicidad.

El periodismo colombiano debe hacer bien lo que por espacio de más de 200 años de vida republicana ha hecho regular o mal. Y sobretodo en los últimos 50 años, con respecto no solo al grupo armado ilegal con el que se ha firmado un Acuerdo, sino con respecto a todos los temas que involucran la situación de un país menoscabado en todos sus aspectos: moral, ética, política, social y económicamente.

El periodismo debe estar al servicio de la sociedad, sin desconocer actores, sin determinar culpables, sin elaborar juicios y pretender construcción de falsas realidades. Hacer un llamado para que sea constructor de paz, es ponerlo de un lado. Un buen periodismo construye paz sin el rótulo. Ayuda a entender, a esclarecer, a fortalecer, a asumir, a tolerar, a dialogar sin odios y a estar en desacuerdo sin esa propensión nacional a eliminar al otro, que no siempre es asesinándolo.

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Cometeríamos el mismo error que hizo cubrir la guerra desde el lado del estado, de las fuerzas militares y armadas, atendiendo solo una de las visiones o voces, sin contextualizar, sin indagar sobre la historia, revictimizando víctimas, buscando culpables y no razones, sembrando odios y no buscando repercusiones. Hacer un llamado ahora a un periodismo al servicio de la paz, es tan equivocado como cubrir la guerra desde la oficialidad o desde esa visión maniquea que considera un bando bueno y al otro malo.

Para todos es claro que este Acuerdo no es la paz -las mismas FARC incluso lo han manifestado- pero su trascendencia ha sido desconocida y sus alcances menospreciados por la mayoría de medios de comunicación. Todo el mundo es libre de hacer interpretaciones sobre los Acuerdos y su implementación, o sobre los hechos o acontecimientos noticiosos, pero al periodismo le compete hacer análisis y tomar como base los documentos firmados y los testimonios de los involucrados. Hay que recoger voces y miradas distintas, es preciso reunir a todos los otros, armar corales de voces diferentes que nos acerquen a la verdad, porque como reza el slogan de un nuevo programa de la televisión nacional: alguien está mintiendo. Y muchas veces, mienten los medios. O dicen verdades a medias, que es casi lo mismo.

Ninguna guerra es limpia, ni justa. Todas son un escenario de sangre, de muerte. De modo que no se trata de idealizar o convertir en héroe una figura como la Pedro Antonio Marín alias ´Manuel Marulanda Vélez´ o ´Tirofijo´, determinante para este país. Pero es un ejemplo de cómo su historia no se ha cubierto como debiera. Puso en jaque a 17 o 18 presidentes y gobiernos que no pudieron derrotarlo. Y eso que era -y es lo que más se destaca- un campesino iletrado. Una visión del siglo XIX que solo valora el conocimiento letrado. Y se subraya de él que tuvo un hijo retrasado mental que vive en Planadas y otro enano que trabaja en el área de Comunicaciones del grupo. Es acaso un inerrable. No hay cine que ayude a entenderlo. Hay literatura. Fue más importante Pablo Escobar. Los Hermanos Castaño. Está por contarse lo que representa para muchos campesinos colombianos.

Y denuncian los medios que la paz nos va a costar dinero. ¿Y es que la guerra se pagaba con tapitas o bonos? Que la izquierda nos va volver como Cuba o Venezuela o nos llevará al Castrochavismo. ¿Y acaso adónde nos ha llevado como nación el centro o la derecha, para no ponerle el rótulo de partido político? Los medios construyen realidad y deconstruyen aquello que no les conviene o lo que afecta sus intereses o los del grupo económico propietario.

Los medios deben ser mediadores entre la sociedad y los hechos. Y cada vez es más claro, y algunos hasta lo advierten, atienden unos intereses ideológicos y políticos, pero esa concentración calificada en una investigación como obscena, es lo que no permite un buen ejercicio periodístico. Y no hablo de periodismo libre, otra utopía del periodismo setentero. Hablo de un periodismo responsable, equilibrado, investigado, comprometido con la búsqueda de la verdad. Y no con esa otra utopía, ese artificio de la objetividad.

Gerardo Reyes dejó muy claro en su libro Don Julio Mario, que la libertad y la independencia son dos comodines retóricos para escribir discursos el día del periodista. No más. Un medio es como un revólver, decía Don Julio Mario. Hay que sacarlo cuando se necesita. Eso no está muy lejos de lo pronunciado por Fabio Echeverri: este país lo que necesita es más chumbimba. Y los medios titulan y multiplican. En medio de todo emergen excepciones claro. Algo se informa.

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El Espectador ha hecho cosas muy buenas como las entregas de Molano sobre la historia del conflicto, que no se puede desligar de la historia de Farc; o el proyecto Colombia 2020, pero tan desafortunadas como atacar a Agmeth Escaf porque le ganó un pleito a Caracol por sus derechos laborales; o mirar la terrible corrupción de la provincia sea en la Guajira o Córdoba, sin atisbar que todo se gesta en Bogotá.

Un centralismo que se aprovecha de los corruptos, los utiliza y luego los escupe cuando les ha sacado el jugo. La corrupción de hoy es la mermelada de ayer, el plato de lentejas de hace unos años, el engrase de la maquinaria del pasado, en fin, la forma tradicional de hacer política que cambia de nombre pero no de práctica.

Y el papel de los medios, en este como en muchos otros momentos de la nación, muy poco higiénico. Porque está untado de aquello que nos advirtiera George Bernard Shaw: “A los políticos y a los pañales hay que cambiarlos seguido y por las mismas razones”. Y los medios no ayudan a cambiarlos, más bien a perpetuarlos. Fo.

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