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Grupos de riesgo

Grupos de riesgo

Advertencia: no existen forma ni escenario posible en los que todo aquel que lea este texto –o cualquier otro- no se ofenda por algo.

El célebre escritor norteamericano Ernest Hemingway decía: “Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para aprender a callar”. Su homólogo Orson Welles decía: “Muchas personas son demasiado educadas para hablar con la boca llena, pero no les importa hacerlo con la cabeza hueca.” Confucio (no es aquel que según una reina de belleza inventó la confusión, pero sus consejos evitarían muchas… -lo siento, no pude evitarlo-) afirmaba: “El silencio es el único amigo que jamás traiciona.”
A mí por lo general no me gusta hablar si no estoy segura de algo, -pero en realidad quien está 100% seguro de algo-. Estoy aprendiendo también a prender todas las celdas posibles del cerebro y apagar las vísceras, a la hora de emitir conceptos y opiniones.

A veces es difícil saber qué decir, pero es más difícil saber qué no se debe decir.

En los Estados Unidos, la Advertencia Miranda es un tipo de notificación que la policía suele dar a los presuntos delincuentes bajo custodia policial, para advertirles de su derecho a guardar silencio; es decir, su derecho a negarse a responder preguntas o proporcionar información a las fuerzas del orden. “Cualquier cosa que usted diga puede ser -y será- usada en su contra en un tribunal”.

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La semana pasada, una señora (no mencionaré su nombre, ni su cargo, ni siquiera su discurso porque ya no vale la pena replicarlo), hizo en privado –más de dos personas NO es privado-, en un “grupo de riesgo” (ya los bauticé así) una aseveración que levantó reacciones en todas las esferas de la colectividad. Su declaración incluso iba en contra de la propia ética de su posición en la sociedad. Y alguno de sus colegas, amigos, pares o como se les quiera llamar, decidió constituirse en juez y exponerla.
Para unos hizo lo correcto. Para otros es un sapo.
De acuerdo: la sanción social y el castigo penal –de ser el caso- son necesarios en casos como este. Eso no es discutible.

Varias cosas:
Lo que emitió, fue absolutamente monstruoso. Del tamaño de las ideas de los grandes genocidas de la historia. Si bien no creo que en la práctica hubiese tenido ni las agallas ni las intenciones, lo dijo. Y una vez que una palabra ha salido de los dedos, escrita está y compartible es, gracias a la magia del Screenshot.
Lo dijo… y sus compañeros le respondieron. Y después la convirtieron en chivo expiatorio de sus propias culpas. Se alcanzaron a ver un par de respuestas más, del mismo talante, como si fueran leños arrojados a la inmensa hoguera que ella acababa de prender. Pero alguien hizo uso de esas palabras –horrendas e irresponsables- para también hacerle daño. Y no solo se lo hizo a ella, quien habló desde el fondo de las tripas y sin razonar, sino a su familia que a lo mejor nada que ver.

Y yo me pregunto: ¿Qué diferencia a una persona de otra, si con sus palabras o acciones ambas intentan propiciar la muerte? ¿Es matar “diferente” si son muchas personas o una sola?
La instrucción desde hace milenios reza: NO MATARÁS. Y tiene muchísimas ramificaciones. El pensamiento, la obra y la omisión.

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En pensamiento: ¿Cuántas veces “asesinamos” en la mente a otros?
En obra: cuando se pronuncian insensatamente amenazas o cuando se acude a las vías de hecho para acabar con la vida de quien de cualquier forma nos está afectando.
En omisión: cuando no nos ponemos del lado de la injusticia y literalmente “dejamos morir” a quien está en situación de vulnerabilidad o desventaja.
Y sin saberlo, TODOS estamos en grupos de riesgo. Uno siempre es la víctima y el villano para alguien más. Eso es inevitable. Y víctima y villano siempre tienen en diferentes momentos, exactamente la misma probabilidad de ser aniquilados.

Julia Shaw, una psicóloga criminalista nacida en Alemania, ha publicado un libro titulado "Hacer el mal" en el que habla acerca de la infinita capacidad humana –yo diría inhumana- para hacer daño y demuestra como también usted (sí, usted que ya me está leyendo feo y haciendo caras de yo-no-fui), es peor de lo que cree.
Desde la prehistoria, los humanos hemos tenido que matar para sobrevivir: nuestros cuerpos –de forma natural o artificial- matan bacterias que amenazan nuestras vidas, hemos matado plantas y animales para comerlos y desde tiempos ancestrales nos matamos los unos a los otros cuando nos sentimos amenazados o tenemos algo que ganar con las muertes ajenas. Llámese bienes, poder o tranquilidad.
A todos nos separa tan solo una mala decisión, de dañar de manera trágica a los otros. Eso no significa que sea probable que todos actuemos igualmente de manera horrible, pero significa que todos debemos asumir que somos capaces de causar un gran daño a los demás.

Pese a todo lo que se ha dicho de que “Colombia es el país más feliz del mundo”, la cruda y triste verdad es que en una desafortunada mayoría de ocasiones somos un país violento, de emociones tristes. Sumado a nuestra ignorancia acerca de muchos temas, sólo salimos a botar veneno desde nuestra desesperación. Creyendo ser poseedores de la verdad, repartimos a diestra y siniestra nuestra emoción desde la absoluta ignorancia.
En las últimas tres semanas hemos sido testigos del pantagruélico daño que han causado la desigualdad y la indiferencia durante siglos.
Hemos visto cómo muchísimas personas a nuestro alrededor tienen necesidades de las que nada sabíamos. O si lo sabíamos, no era nuestro problema.

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El soldado o el policía que ataca, somete, agrede, abusa y en el peor de los casos mata a otro ser humano, es un asesino desgraciado que merece morir  o un héroe de la patria que merece una medalla. Todo depende de en qué orilla está uno parado. Todo depende de cuál es su cosmovisión. Todo depende de en qué contexto usted se crio y de lo que tiene en su cerebro como construcción lógica de la normalidad y de lo que es correcto.
Unos “los riquillos”, otros “los indios”. Unos los vándalos. Otros la “gente de bien”. Y nos incluyo a todos, porque como sociedad somos UNO. Nos guste o no. Ya está más que claro. Por fin.
Nos mata el miedo de lo “diferente”, nos aniquila –sí, nos aniquila- ese pensamiento de que somos “los buenos”. Insisto en que “empatía” es la palabra más manoseada de los últimos tiempos, pero el 90% de la gente piensa que ser empático es que usted tiene que pensar lo mismo que yo, y así podemos vivir en paz. ¡NO!
Es cierto que lo que está pasando es miedoso, incómodo, harto y no lo soportamos más. Es cierto que hay infiltrados que anulan la validez de muchos reclamos. Y que el pillaje, el vandalismo, los bloqueos y la violencia son inaceptables como método.

EMPATÍA, -por enésima vez-, DOS PUNTOS: ¡Ponerse EN los zapatos del otro!
¡Deje de usar nombres peyorativos! ¡Deje de humillar y juzgar! ¡Deje de portarse como pseudo-aristócrata dedi-parado porque aquí nadie tiene sangre azul ¡Deje de echarle leña a la candela! ¡Deje de invocar violencia!
¡Cualquier cosa que usted diga puede ser -y será- usada en su contra!
¿Qué tal que fuera usted quien no tiene recursos, porque no nació en el grupo de los privilegios? ¿Qué tal que no tuviera el estudio que le dieron o pagó y por lo tanto el puestazo que tiene? ¿Qué tal que se tuviera que ir a la cama sin tomarse ni una aguapanela con pan en todo el día? ¿Qué tal que tuviera que ver a sus hijos sufriendo necesidades porque de entrada ni usted ni ellos nacieron en el seno de una familia trabajadora o pudiente, con oportunidades que otros no tienen?
¡PIENSE!

El mal es una etiqueta que nos permite deshumanizar a los demás y convertirlos en sujetos asesinables. ¿Por qué no analizar el acto, las causas y consecuencias y tratar de entender por qué sucedió? Y obviamente, de acuerdo con el comportamiento erróneo, administrar el castigo que dicte la ley. Pero no desde el odio, sino desde la didáctica.
Solo si trabajamos para comprender por qué las personas causan daño, podemos comenzar a prevenirlo.
Generalmente podemos empatizar más con las víctimas que con los perpetradores. Más con “la gente buena”, que con “la gente mala”. Pero… ¿quién es la gente buena y quién la mala? ¿Quiénes son las víctimas?
“Animales inofensivos: el tigre, el león y la pantera; animales altamente peligrosos; la gallina, el ganso y el pato, decía una lombriz a sus hijitos.”.

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Si todo el mundo conociera el poder que tienen las palabras, no las usaría a la ligera. En tiempos de odio exacerbado, lo mejor que puede hacer uno es no alimentar el fuego. En tales situaciones se hace necesario usar los proverbiales tres filtros de Sócrates: si lo que va a decir no es verdadero, ni bueno, ni necesario… sepultémoslo en el olvido. Considero que los tres filtros son necesarios para lograr comunicaciones efectivas, con buen contenido, en pos del entendimiento y los acuerdos que nos lleven a un mejoramiento de cualquier situación.
(Si piensa dos y tres veces lo que va a decir, a lo mejor descubre que es tremenda burrada y que al pronunciarlo o escribirlo, va a quedar como un imbécil –nota muy personal-).

“Todo lo que escuchamos es una opinión, no un hecho. Todo lo que vemos es una perspectiva, no la verdad”, decía Marco Aurelio, el último de los Cinco Buenos Emperadores.
Las cosas no se ven como son, sino como somos.

Mi reflexión de hoy: Si usted no lo ha vivido/experimentado/sufrido/superado/aguantado/asistido... usted no sabe absolutamente NADA del tema. (Cualquier tema).

Y si no sabe… ESCUCHE. Analice. Descubra. Entienda.

Y aprenda.

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