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Flushing y la nostalgia caleña

Flushing y la nostalgia caleña

Especial para 90minutos.co

“Para quedarse quieto ha de moverse eterno.

Así, al vuelo nos enseña ese milagro llamado colibrí

la necesaria diferencia entre movimiento y desplazamiento”.

Humberto Jarrín – (Inédito)

Apenas comenzaba la Segunda Guerra Mundial y Flushing ya era unos de los más aguerridos barrios de Nueva York en el condado de Queens. Fundado en 1644 como una colonia holandesa de la gran ciudad que por entonces se llamaba Nueva Ámsterdam, para 1939 su enorme diversidad étnica ya se gestaba y se consolidaba con los huyentes de la pelotera universal, sobre todo orientales; así como el agitado comercio que hoy tiene a la Roosevelt Avenue convertida en una calle resumen de Latinoamérica y del mundo; y a su intersección con Main Street como la tercera más activa en la ciudad, solo detrás Times Square y Herald Square. Es el cuarto distrito financiero de la ciudad más rica de EE.UU. pero hasta el barrio chino –Falasheng, el más grande asentamiento de chinos fuera de China- ha sucumbido a la rebambaramba que arman los latinos en el parque Flushing Meadows-Corona Park, en cada verano.

Todos los martes, jueves y sábados -cuando el sol vuelve a reinar precedido por la primavera que descongeló el invierno desalmado para los del trópico-, en un espacio de 508 hectáreas se despliega toda la nostalgia de quienes se reúnen para volver a ser lo que son, porque ya no están en donde fueron pobres y felices. Los migrantes llegan en una especie de ritual con todos sus corotos y añoranzas a reencontrase con sus raíces culturales, sobre todo gastronómicas, deportivas y musicales. Es una especie de procesión a la que la mayoría llega sobria y silente; y parte bulliciosa y borracha. Feliz e indocumentada, como La aventura de Miguel Littín clandestino en Chile (1986). Tienen cierto poder adquisitivo, llegan en carros que nunca pudieron tener en sus países de origen, ataviados con ropajes de marca, en cortos, oliendo a lociones finas y con cadenas sin el riesgo de un raponazo clandestino. Van al encuentro con su pasado, ahora que tienen otro presente y algunos proyectan su futuro.

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Hay ecuatorianos, mexicanos, peruanos, salvadoreños, argentinos… gente de toda América Latina. Pero los colombianos son un enjambre variopinto, una manada de nacionales americanizados. Y hay caleños por montones, como si quisieran competirle al barrio chino. De La Base, de El Guabal, de Ciudad Córdoba, de Nueva Floresta, de El Ingenio, de El Troncal, de Mariano Ramos, de Unión de Vivienda Popular, del Distrito, de Terrón, de todos los barrios de Cali porque en Queens hay tantos caleños como habitantes tiene Palmira, la segunda ciudad del departamento de Valle del Cauca. Se calcula que la mitad de colombianos allí puede ser de Cali ve. Y claro, camisetas del Deportivo Cali y del América de Cali. De la Selección Colombia y del Nacional. Hasta del Junior. Se juega fútbol y otros deportes, como barra fija y empinada del codo. Si Flushing es el lugar de nacimiento de la libertad religiosa en el Nuevo Mundo, el parque es el espacio donde se vuelve a ser latino y libertino. No hay que esconder el trago, ni disimular las ganas. Se comen tamales vallunos, empanadas y papas aborrajas con bastante ají casero. Asados y frituras de carnes subvaloradas en el imperio de la hamburguesa y los tacos, como el chunchulo y el bofe. También se toma champús y lulada. Se orina detrás de un árbol y se gallinácea a las peladas.

Y se toca. Y se baila. Y se rumbea. Y no es Aserejé. Y se chupa como televisor viejo: sin control. El parque tiene calles, pero no direcciones. Los caleños bautizaron una como la Calle Ocho. Podría haber sido la Calle Quinta o la Calle de la Feria o la Avenida Sexta, pero no, se llama la Calle Ocho en alusión al Festival de Música Calle Ocho con el que culmina el Carnaval de Miami en el vecindario Little Havana de esa ciudad. La Octava de Cali –supongo-, no era un buen nombre por la reputación. Pero esta es una especie de Feria con carpas y toldos de todos los colores; humo de carne asada tan penetrante como el olor a marihuana en toda Nueva York y vitrinas tan sudadas como los bailadores; ventas de todo y para todos; campanas y maracas, timbales y bongós que retumban mientras todos se arremolinan en una fiesta donde intentan seguir la retahíla de éxitos ochenteros de la salsa como Timbalero, Fuego en el 23, Un verano en Nueva York, Amor a medio tiempo, Charanga en New York, Buenaventura y Caney… y tantos otros que dispersan la melancolía.          

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Esta película se repite cada verano y el sábado es el día más fuerte. Es el punto de encuentro y, por qué no decirlo, el epicentro del chisme caleño en Queens. Lo que no se sabe aquí de los caleños, no se sabrá entonces de ellos ni de nadie, ni en Nueva York ni en Cali. Flushing fue un precursor de Hollywood, cuando la joven industria cinematográfica estadounidense todavía tenía su base en la costa este de EE. UU. Tal vez por eso, es un mundo aparte, un corrinche especial, un corrillo de vete y dile y déjame saber, un pueblo chico infierno grande, una esencia latina, un barullo más grande que el icónico globo terráqueo de acero inoxidable de 12 pisos de altura que sirvió como pieza central de la Feria Mundial de Nueva York de 1964, ubicado en el parque y que se convirtió en un hito de la ciudad: el Unisphere. Una majestuosa maravilla que es linda e impresiona en cualquiera de las cuatro estaciones del año.

En Flushing hasta los que están quietos se mueven porque su pensamiento vuela como el colibrí. La distancia de la patria es la quietud de lo que no se ha desprendido del alma. Todos se desplazan sin moverse hasta sus ciudades y barrios, hasta sus casas y sus familias, hasta sus vecinos y sus amigos, para recordar que están en este país que no es de ellos, pero necesita de ellos, y a pesar de ello o precisamente por ello, allende el mar aún habitan sus lenguas y sus tradiciones lejos de sus fronteras. Cuando el sol se oculta y la policía recorre el parque con las luces de sus sirenas encendidas, todos saben que son las 9:00 pm y otra sensitiva batalla contra el olvido ha terminado.

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