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Faltó un pañuelo (Crónicas de ausencias presentes)

Faltó un pañuelo (Crónicas de ausencias presentes)

 

- ¿Mija, por qué llora? –dijo el hombre alto y oscuro tendiéndole la mano a la adolescente que se abrazaba las rodillas enfundadas en un vestido rosado, sucio y manchado por estar sentada en la gramilla del estadio. Tan sucio y manchado como sus mejillas por las que rodaban lágrimas negras de pestañina y delineador con los que pretendía disimular su corta edad.

- Porque hemos esperado a pleno sol toda la tarde y no nos dejaron tocar. Viene el Grupo Niche y todo el mundo tiene que abrirle paso –contestó ella entre desconsolada y sarcástica, aceptando la mano que le ayudó a levantarse. El hombre sonrió.

- No llore mija, que en un año la veré allá arriba. Se acordará de mí. A usted la oí cantar. Va a dar mucho de que hablar si hace las cosas con juicio –le dijo pellizcándole la mejilla… y se alejó. Y diez minutos más tarde ella lo vio arriba de la tarima, dirigiendo la orquesta más fabulosa que a sus quince años de vida había oído sonar en vivo: El majestuoso Grupo Niche.

Ese día faltó un pañuelo, pero sus palabras le secaron las lágrimas a la muchachita. Años más tarde faltó otro pañuelo. En realidad unas cuantas cajas, porque uno solo no es suficiente para contener la pérdida de una persona que ha sido tan importante en la vida profesional de uno, pues  la adolescente de la historia soy yo.

Las palabras fueron proféticas. La Misma Gente, banda a la que pertenecía en aquel entonces, ganó el disco de la Feria de Cali el siguiente año con el tema Juanita Aé. Volví a encontrarme a Jairo Varela en la gramilla del Estadio Pascual Guerrero -como tantas veces ese año en el que el mundo dio un montón de vueltas- y le dije entre risas: “Maestro, todavía se me cae la cara de la vergüenza”. Y él contestó “Nada, mija. ¡Vaya cante que pa’ eso es buena!”.

Pasaron siete años. “Un ciclo de vida”. Y una llamada suya fue suficiente para cambiar el curso de una existencia que había decidido dedicar al periodismo. Literalmente la universidad se convirtió para mí en un hobby. Esa llamada fue el toque de Midas y el inicio de una carrera que si bien no ha ocupado tantas páginas de revistas ni secciones de farándula, tiene renglones muy importantes en los libros de historia de la música colombiana. En realidad fueron dos historias con una intersección que duró 20 años exactos. Y ahora, increíblemente son tres años de ausencia física, pero su legado inspira muchas de mis decisiones.

Ahora que lo pienso... esto de estar haciendo este blog y todo lo que escribo hoy, es casi una broma del Maestro. Todavía recuerdo esa llamada "Y usted señorita, qué hace estudiando periodismo si usted es cantante y ¡la necesito aquí en el estudio en media hora para unos coros!", como queriendo decirme “Usted señorita, no puede dejar de ser cantante. Para eso nació”. Y fue justo un año después de que se fue... cuando escribí la nota en su honor... justo entonces por primera vez me pidieron prestado un escrito para publicarlo "en un periódico grande" (El País, Cali). Y gracias a eso ahora sigo escribiendo para medios. Y quiero seguir haciéndolo porque me apasiona. Y porque siento –aunque suene cursi-, que tengo permiso de sobra.

Un par de semanas antes de conmemorar un nuevo aniversario de su partida, Douglas Guevara, colega y percusionista de Grupo Niche desde 1993, nacido en Venezuela pero más colombiano que la cumbia, también voló al Cielo de Tambores. Y luego a los pocos días, nos dejó Raphy Leavitt, líder de la orquesta La Selecta de Puerto Rico, con quien tengo recuerdos de tarima y fotografías en las que también aparece Jairo. Historias cruzadas.

En otro género, pero con el privilegio de ser uno de los personajes que influenció no sólo mi vida sino la de millones de personas que le recuerdan y le lloran –a tal punto que Cirque du Soleil está a punto de lanzar un espectáculo inspirado en la música del compositor y productor argentino-, la ausencia de la leyenda del rock latinoamericano Gustavo Cerati también está a punto de completar una vuelta al sol.

Cuando las leyendas que hicieron parte de la banda sonora de nuestra niñez, adolescencia y en general de nuestra historia comienzan a partir -aunque se vayan temprano-, comenzamos a darnos cuenta de lo efímero que es nuestro paso por este planeta.

Como dijo Mercedes Sosa que también se fue, cantando la canción de Pablo Milanés… “el tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos”.

¿Cuántos pañuelos faltarán antes del momento en el que una multitud o al menos un puñado significativo de ellos nos despida a la salida?

Lo más bonito a lo que podemos aspirar, es a dejar en el camino una melodía con acordes armónicos y pocos bemoles. Llegar a ser para aquellos que quedan atrás, ausencias presentes en vez de presencias ausentes.