Hace algún tiempo comencé a escuchar muchísimo acerca de la palabra gratitud y la magia que había detrás de incorporarla a la vida de las personas.
Con un poco de escepticismo, leía artículos y post en redes sociales sobre la importancia de agradecer e incluso tomé una frase como mi lema de vida y una de mis favoritas "La gratitud es un imán de milagros".
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Sin embargo, en las noches cuando oraba a Dios -un Dios amoroso en el que creo- me dedicaba horas enteras a pedirle:
-Dios por favor
-Dios te pido
-Dios concédeme
-Te pido, te pido, te pido
Hasta que una noche después de un día muy bonito, sentí la necesidad simplemente de decir “Gracias” así, sin entrar a pedir y exigir milagros como frecuentemente lo hacía.
Al siguiente día, intenté hacer lo mismo con la idea de que definitivamente había olvidado dar gracias por lo que tenía por estar pidiendo y enfocándome en lo que no.
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Así comencé no solo en las noches también en el día:
Me tomaba un café y agradecía por poder tener esa taza y ese minuto para disfrutarlo.
Así mismo, cuando me sentía en casa y podía ver mi programa favorito o cocinar una receta deliciosa para mi familia.
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Descubrí que tenía más de lo que pensaba y comencé a sentirme realmente afortunada.
Y ojo, que no dejé totalmente de pedir porque sé que tengo un padre no terrenal que me ama y que cumple los deseos de mi corazón; solo dejé de vivir en función de la carencia y comencé a vibrar en la de la abundancia con un hábito tan simple: agradecer.
Hoy agradezco que me leas y tú, ¿hoy por qué dices gracias?
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