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El orden natural de las cosas

El orden natural de las cosas

Ni siquiera sé cómo empezar a escribir esta entrada de mi blog. Tengo el borrador, tengo párrafos, frases… pero no sé cómo empezar. Tal vez sea pertinente empezar por el final:

María Fernanda Molina, 28 años, cantante, comunicadora, mi alumna, mi amiga, mi cómplice de “descubrimientos culinarios” partió de este mundo inesperadamente el viernes pasado. Ese fue el final.

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La hija, la hermana, la amiga, la compañera, la colega, la artista, la comunicadora, la presentadora, la eterna bromista… se fue, nos dejó con la boca abierta y el corazón roto, desafiando –y desafinando- el orden natural de las cosas.

Hablando recién con Rafael Cuéllar, colega de letras por quien guardo muchísimo cariño y respeto entre otras cosas por su resiliencia ante la pronta partida de su hijo Juan Daniel, llegamos a la remachada conclusión de que no hay nada más ilógico que la vida. Y así es.

Nos criaron con un libreto que lleva un ritmo definido: naces, creces, te reproduces y te vas, dejando atrás tu legado. El miedo a hablar de la muerte como lo único inevitable, inesperado y aleatorio que tenemos, nos paraliza.

Maria Fernanda nació. Creció en gracia, talento, belleza, queridura, inteligencia y aporte a la sociedad. Se reprodujo. ¡Oh, sí que se reprodujo! En las canciones que deja grabadas con la Orquesta TropiValle, fundada por su mamá Luz Stella Orrego y su papá Hernando Molina. En cada presentación con la Orquesta D’Caché, bajo la batuta de Francia Elena y José Norbey. Y sigue reproduciéndose en los videos que dejó aquí y allá. En los de la orquesta materna. En el que grabó para la canción “Arte y parte. Ni una más”, del más reciente álbum de Adriana Chamorro. Canción categórica, cuyo mensaje de esperanza contra las violencias hacia la mujer le dio la vuelta al mundo hispano en menos de una semana, a la que fue invitada a participar junto a su mamá y muchas otras artistas, producida por José Aguirre. En el que en su honor publicó Grupo Niche, cantando una canción de una de sus artistas favoritas (Gloria Estefan), que tiene casi 55.000 visitas.

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Mafe hizo la tarea rápido y se fue. Cerró durísimo el pupitre de esta aula temporal de clases. Dio un portazo. Nos sacudió.

Rafael Cuéllar me decía y es totalmente cierto: “Hay algo que con el tiempo uno acepta, más por ‘no darle tanta vuelta al asunto’ que por otra razón: y es que ese momento era el momento. Cualquiera haya sido la razón o la causa, ese era el momento y no otro. Es algo que sirve de cierto consuelo”. Podemos decir que Dios se llevó a su ángel y entrar en toda esa mitología post-mortem que nos brinda una especie de bálsamo sanador, muchas veces ineficaz porque no todos tenemos en ocasiones dolorosas la fe tan firme. O podemos asumir de manera útil que es totalmente cierto: un ángel se fue. En realidad “ángeles” como ella son los que necesitamos en la tierra. Y cuando uno se va, creemos que se va demasiado pronto.

La palabra ángel procede del latín angelus, que a su vez deriva del griego ἄγγελος (ággelos), que quiere decir "mensajero". Siendo así, cada uno de nosotros es un ángel. Algunos no saben a qué vinieron –tal vez ‘no sabemos’ queda mejor escrito-, algunos envían mensajes buenos, otros negativos. Otros deben quedarse por mucho tiempo, pues su mensaje es dulce pero lento en la entrega.

Pero hay ángeles que cumplen su misión muy temprano. El mensaje que traen es conciso, apasionado y enfático. Cuando uno de esos se va, es nuestra responsabilidad replicarlo.

Para mí, el mensaje de Mafe (Mulán, como la bautizó nuestro amigo el también cantante Javier Varat en mis predios, porque era muy parecida al personaje de la película animada), fue claro. Tan claro que ni siquiera tuvo que escribirlo porque el testimonio de su vida fue una epístola: No se puede abandonar lo importante, pero tampoco se puede renunciar a eso que parece "innecesario" pero que le da sentido a nuestra vida. A eso que forja la esencia de uno como ser humano. Es necesario cumplir con toda la obligación, sin dejar de luchar a brazo partido por los sueños. Y lo que hay que hacer, hay que hacerlo YA. Con mayúsculas.

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Cuando Mafe entró en mi vida, estudiaba comunicación social. Su mamá quería que ella tuviera un panorama menos difícil que el que la música presenta –lo sabía ella que lo vivía a diario y lo sabemos quienes vivimos en este mundo de luces, aplausos, risas y lágrimas-. Dado ese escenario, el esfuerzo a veces infructuoso por seguir el sueño musical era “innecesario”. Pero su pasión pudo más que la lógica. Ella quería seguir los pasos de su mamá. Comenzó a entrenarse en técnica vocal, y ésta le abrió camino en el campo de la presentación –para beneplácito de su progenitora-. Se deshizo en el camino de algunos miedos y el día en que se le presentó cantando por primera vez formalmente frente a frente, sentando su posición “esto es lo que quiero hacer con mi vida”, ella reconoció en su hija a una artista. Nada que hacer: Mafe era primero cantante y luego comunicadora social. Y entonces todo un mundo se abrió para ella. El pastel estaba servido y se lo comió. Nunca dejó de estudiar y nunca soltó su micrófono. Obligación y devoción fueron uno. Sencillo.

Insistí en resaltar que se fue con un portazo, porque a veces un portazo es lo que necesitamos para llamar la atención. “¡Oye, Dee! ¡Párame bolas!”, (en castizo: Diana, préstame atención). Nos hizo ver de nuevo que nuestro paso por este mundo es un suspiro. Dura un segundo y desaparece. El final no te lo esperas. No lo ves venir.

Mafe ni siquiera se fue por culpa del mal que millones sufren hoy. Se fue por algo que “no tenía que pasarle” a alguien tan joven, pero tampoco fue un accidente. ESE es el punto. No sabemos si nos vamos a ir rápido o nos vamos a quedar, ni cómo, cuándo o por qué razón vamos a partir.

En tiempos tan inciertos, hay que aprovechar cada segundo para ser lo que somos y hacer de nuestra vida lo mejor que podamos.
A mí por lo menos me queda muy claro cuál es el orden natural de las cosas: “A este mundo venga, crezca, viva, ame, entregue, reciba, sea lo más que pueda, agarre sus oportunidades, reproduzca su mensaje y váyase en medio de aplausos y memorias hermosas”, como lo hizo mi querida Maria Fernanda Molina, que –obviando el hecho innegable y presente de que nos duela sin misericordia su ausencia-, sin duda alguna se puede dar el lujo de descansar en paz.

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