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¿El Maduro caleño?

¿El Maduro caleño?


El mismo mandatario que hace una década nos puso a soñar con un nuevo latir, se convirtió justamente en todo aquello que prometió combatir y nos sirve en bandeja de plata a los bandidos.

Debo confesar que, en el pasado ya lejano, llegué a creer que Jorge Iván Ospina sería ese dirigente llamado a romper paradigmas, motivar transformaciones y erradicar las mañas enquistadas en la decadente clase política caleña.

Pero ese globo lentamente se desinfló. Primero aparecieron los escándalos alrededor de polémicos apoyos políticos que coqueteaban con la criminalidad, como Juan Carlos Martínez Sinisterra; luego los reflectores se posaron en sus presuntas indelicadezas con el manejo de los dineros públicos, y al final nadie dudó que su poder y estructura política al mando de la alcaldía se habría usado para lanzar al estrellato público a su hermano Mauricio, un desconocido electoral.

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Desde entonces, a los caleños nos quedó claro que el ´deporte´ favorito de Ospina es la de gastar los dineros públicos de manera directa a través de institutos descentralizados para engordar a su combo, con poco beneficio para la ciudad.

No sé ustedes, pero a mí me parece que nos metimos un golazo con el alcalde que elegimos para gobernar el destino de la ciudad. Del Jorge Iván Ospina que nos puso a soñar con un Nuevo Latir, defensor de la vida, ambientalista, con alta sensibilidad social y respetuoso de los dineros públicos, ya no queda nada.

En menos de lo que canta un gallo, pasamos de admirar el bulevar, la plazoleta de la salsa, el megacolegio y la puesta en marcha del MIO, a protagonizar penosos escándalos como el de la Feria de Cali Virtual, el Alumbrado Navideño Virtual y el abandono absoluto de la seguridad.

Sus líos son inexplicables y bochornosos por varias razones, pero la más importante fue el despilfarro en medio de una pandemia mundial y cuando miles de caleños le rogábamos que nos proteja lo más básico: nuestras vidas y nuestras pertenencias.

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Esa falta de sensibilidad, cordura y exceso de prepotencia hizo que los caleños viéramos a Ospina como un mandatario desconectado de su pueblo, que se hace el ciego cuando le abren los ojos y el sordo cuando nos quejamos.

Y para la muestra un botón. Ante el doloroso asesinato de una bebé de un año de edad, por una bala disparada en medio de una pelea entre barras bravas del fútbol caleño, a nuestro sensible alcalde le pareció grandioso aclarar que quien disparó era un criminal disfrazado de hincha. Ningún disfraz: Hincha y asesino, al tiempo.

Mientras tanto, entre excusas y cuentos, Cali sigue patas arriba con balas que van y que vienen. La inseguridad hace de las suyas con los bandidos como ´Pedro por su casa´, a medida que se levantan las restricciones de movilidad por la pandemia.

A esta realidad, que no es ningún invento chino, solo le falta que nuestro Maduro caleño empiece a hablar con pajaritos, multiplicar los “penes” y a contar en vivo y en directo los “millones y millonas” de veces que un ciudadano padece un hurto, robo o atraco.

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