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El fin del poder

El fin del poder

No se ha destacado precisamente Venezuela en el concierto latinoamericano reciente, por la brillantez de sus pensadores. O de sus líderes, que deberían serlo, o al menos parecerlo. No brillantes, sino pensantes. Y decirlo hoy no requiere de un ápice de ejercicio mental. La tarea de pensar y reflexionar en torno de lo que se piensa, pareciera ser un hábito del pasado.Las dotes de intelectualidad de sus últimos dos gobernantes distan de estar puestas al servicio de esa visión de historia y sociedad necesarias para diseñar el futuro de sus comunidades. Son a lo sumo, aves -sobretodo de rapiña- sagaces y astutas, cuyo mérito mayor es el cálculo certero. Han guiado a su pueblo con más intuición o deseo, que con planeación e inteligencia.

Hubo figuras venezolanas como las de Simón Rodríguez y Andrés Bello, humanistas e intelectuales excelsos, profesores y mentores de Simón Bolívar, a quienes no les fue esquivo ningún tema de su tiempo; como Rómulo Gallegos que sublimó la selva en ‘Doña Bárbara’ y reafirmó la novela telúrica como una forma de expresión propia de nuestra territorialidad; como Arturo Uslar Pietri, a quien una traición de la memoria lo llevó a citar como suya la idea de ‘Realismo Mágico’, para referirse a la literatura de América Mestiza, cuando en realidad -y lo reconoció antes de morir- es el título y el tema de un libro de Franz Roh, publicado en 1925 en Alemania; y como Moisés Naím, el autor de ‘El fin del poder’ un texto que, como las grandes obras, adquiere más vigencia en cuanto se suceden y comprueban sus vaticinios.

En ‘El fin del poder’ (2013) Naím plantea que cada vez es más difícil ejercer el poder y más fácil perderlo. Los líderes actuales -añade el autor- tienen menos poder que sus antecesores, además de que el potencial para que ocurran cambios repentinos y radicales, es mayor que nunca. Subraya que la humanidad dejó hace tiempo de innovar en la manera en que se gobierna y por eso, hoy el poder está cambiando de manos tan rápido como las circunstancias lo determinen. Las élites dominantes se enfrentan a los desafíos de micropoderes, que la Revista Diners calificó como “actores inesperados que han sacudido el orden establecido”. En suma, este venezolano asegura que el poder hoy es cada vez más fácil de obtener, más difícil de usar y más fácil de perder.

Lejos está Venezuela del liderazgo intelectual mexicano o argentino en Latinoamérica. Y para no herir susceptibilidades, tan lejos están nuestros vecinos, como Colombia misma en esa línea. Como resulta evidente la debilidad del argumento, algo pueden decirnos ciertos datos: en la lista de Los 50 intelectuales iberoamericanos más influyentes en 2014, elaborada por www.esglobal.org, el único colombiano que figura es español, el periodista Miguel Ángel Bastenier, quien recibió la nacionalidad colombiana en 2003. En cambio sí, un venezolano, Moisés Naím, que gracias al libro en cuestión, el Gottlieb Duttweiler Institute de Suiza también lo incluyó en 2014 como uno de los 100 líderes del pensamiento global. Ninguna sorpresa, pues en 2013 la revista británica, Prospect, lo había incluido en la lista de los intelectuales más destacados del mundo.

Pero a qué viene referir ‘El fin del poder’ y de manera tan puntual. Básicamente al escándalo suscitado por la captura de varios miembros de la FIFA, la multinacional del fútbol que se precia de asociar más naciones que la ONU. La misma que ha sido considerada no una de las empresas más rentables del mundo, sino otro mundo paralelo. (Sin duda hay ejemplos locales, como las interminables polémicas suscitadas porque el presidente Santos busca la paz luego de 50 años de guerra o Vargas Lleras hace lo que le encomendó su jefe en términos de vías de comunicación. Pero somos una nación cuyo sistema y población adora el poder -venga de donde venga y se acceda a él de la forma que sea-, al tiempo que es renuente a los líderes, y si bien surge uno por allá cada siglo, los ha venido asesinando de forma sistemática antes de ponerlos a prueba).

La coyuntura histórica es que se tocó a la intocable. No sorprende que haya sido dos días antes de sus elecciones y menos, que haya estado involucrado ‘el policía del mundo’. Tampoco, que el exfutbolista Luis Figo, aspirante a regirla, haya vivido en los Estados Unidos, una nación que ha sido potencia de todo, menos futbolística. El poder -todos sabemos- es la capacidad de hacer algo o de imponer a otro que lo haga o deje de hacerlo. Y en ese sentido, Joseph Blatter, zagas como el que más, estableció con África su feudo reeleccionista. Para ser más claro, si Aguablanca pone alcalde en Cali, África pone presidente en la FIFA. Por primera vez en 17 años tambalea su emporio, esa Torre de Babel construida con fajos de billetes, que viajan en maletines sellados. Ese imperio donde las ‘mordidas’ dejan como caricias las dentelladas del muelón Suárez. Donde el soborno no es delito sino atributo. Nunca ha brillado el Fair Play en la FIFA, aunque lo haya pregonado en sus 101 años de existencia. Pero tampoco ha sonado el pitazo final.

Dos cosas son claras: el fin del poder se acerca y la corrupción se renueva. Cuanto más duras son las normas y las leyes, más flexibles son las conciencias y menos exigentes los bolsillos ante la procedencia del poderoso caballero: don dinero.