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El caso Rugeles

El caso Rugeles

El caso RUGELES, como se conoce el escándalo provocado por la denuncia por violencia intrafamiliar presentada por la joven MARCELA GONZALEZ, en contra de su pareja sentimental Gustavo Rugeles, pone el descubiertos lo que representa la violencia de género en nuestro país.

Empecemos por los protagonistas. El asunto tuvo relevancia porque RUGELES es un oscuro personaje, reclutado por la extrema derecha para atacar a través de las redes sociales a destacadas figuras nacionales reconocidas como antiuribistas y a defensores del proceso de paz,  mediante el uso de la infamia, la calumnia y la puesta en circulación de noticias falsas. Además, posa como una especie de neonazi criollo, sin que le importe que es petiso, tiene cara de judío y barba de zambo.

A diario miles de mujeres son maltratadas y acosadas sexualmente en todo el país, pero sus casos solo hacen parte de la creciente y silenciosa estadística, que a nadie asombra ni conmueve,  y que de vez en cuando dan a conocer  los medios de comunicación, especialmente cuando los implicados son figuras públicas.

Mientras la violencia intrafamiliar y la violencia de género estén representadas en números, datos inconexos, cuadros y gráficas con tortas de colores, es poco probable que reconozcamos que padecemos de una grave enfermedad social, que avanza sigilosa y asintomática, pero de consecuencias devastadoras.

En cuanto a la víctima, MARCELA GONZALEZ es una víctima crónica de violencia por parte de su pareja. Así se desprende del relato que hizo al médico legista: “él es muy celoso, y me agredió por eso. Ya me ha agredido antes….Pienso que ya llegué al límite y que no aguanto más; quiero devolverme a mi ciudad y olvidar todo esto”.

Por regla general las mujeres solamente denuncian los casos de violencia intrafamiliar cuando los hechos han sido recurrentes; en muy pocas ocasiones la víctima denuncia a la primera agresión. Estamos hablando de víctimas crónicas que han sufrido un grave deterioro psicológico que bloquea la capacidad de respuesta frente al victimario. Por eso son volubles, manipulables y temerosas.

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Esto explica el video donde la joven mujer aparece al lado del pichón fascista agradeciendo la solidaridad y pidiendo que los dejen resolver el problema en privado.  Las palabras seguramente no fueron de su autoría. No dudo que el agresor las haya escrito y obligado a la víctima que las repitiera textualmente. Sin embargo, el video tuvo el efecto deseado por el victimario: logró que muchas personas, especialmente feministas de corte victoriano y confesional, es decir, del tipo que consideran que solo vale la pena defender la causa de mujeres probas y de buenas costumbres, atacaran a MARCELA por considerar “que le gusta que la maltraten”.

Debido al poco conocimiento que tenemos sobre la psicología de las víctimas de este tipo de violencia, nos hemos acostumbrado a juzgarlas a partir de nuestras percepciones y prejuicios. Recuerdo que Katerine Martínez, la modelo que fue atropellada y grabada por unos policías en una estación en Cali, fue objeto de duros cuestionamientos, especialmente de mujeres que le dieron más importancia al hecho de que la joven bailara escasa de ropas en clubes nocturnos que a la violación de los derechos humanos en que incurrieron los uniformados.

La ignorancia sobre el comportamiento de las víctimas de violencia intrafamiliar y de género impide que el Estado pueda diseñar y desarrollar políticas públicas sobre este particular. La única solución institucional la brinda el sistema penal, cuyo objetivo primordial es lograr la sanción del agresor, pero la víctima queda a abandonada a su suerte, a expensas de la voluntad del victimario. Los datos estadísticos indican que la gran mayoría de denuncias por esta clase de delitos terminan archivadas debido al abandono del caso por parte de la víctima, que en no pocas ocasiones termina defendiendo al agresor o retractándose de la denuncia, sin consideración de las consecuencias penales que puede acarrearle.

Esto ocurre porque ni los fiscales ni los jueces de control de garantías hacen uso de los instrumentos legales y convencionales para ordenar medidas de protección efectivas a favor de las víctimas, permitiendo que vuelvan a caer en manos del agresor. Es inaudito, volviendo al caso de Marcela, que el juez no le hubiera prohibido a Rugeles que se le acercara. Ninguno lo hace, porque la gran mayoría consideran que no pueden hacerlo, debido a un pobre conocimiento de la ley  y  de las convenciones internacionales sobre los derechos de las mujeres, en especial de la Convención Interamericana para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra la mujer, conocida también como Convención de Belem do Pará (Suscrita en el XXIV Período Ordinario de Sesiones de la Asamblea General de la OEA, Belém do Pará, Brasil, Junio 6-10 1994).

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Este instrumento internacional señala que el Estado debe llevar a cabo las medidas tendientes a conminar “al agresor a abstenerse de hostigar, intimidar, amenazar, dañar o poner en peligro la vida de la mujer de cualquier forma que atente contra su integridad o perjudique su propiedad”.  Sin embargo, los jueces jamás hacen uso de esta herramienta, quedando la víctima huérfana de una protección efectiva.

RUGELES se pasea con su víctima exhibiéndola como un trofeo de guerra y limitándole la comunicación con su familia, porqué ni la Fiscalía ni la Judicatura cumplieron con su papel. Ahora MARCELA pertenece a su victimario y él decidirá hasta cuándo, si es que no termina matándola.

La sociedad

La violencia intrafamiliar y la violencia de género son parte de las múltiples violencias que ocurren en nuestro país. La irracionalidad que las alimenta está soportada en concepciones religiosas, ideológicas y políticas. La violencia, en general, sigue siendo considerada en nuestro país como una alternativa plausible y legítima para la solución de los problemas sociales, también domésticos: “no olvides pegarle a tu mujer de vez en cuando, tú no sabes por qué pero ella sí”, sigue siendo un chiste y una consigna. Cuando terminaba estás líneas los enemigos de la solución negociada del conflicto armado, gritaban alborozados que a raíz de los recientes ataques del ELN el ejército debía desatar todo su poderío para exterminar esta guerrilla: ¡Salve, oh violencia, diosa salvadora y apaciguadora!

Renunciar a la violencia no es tarea fácil, pero debe ser el horizonte al que debemos dirigirnos como sociedad. Para ello es necesario más educación, mucha más educación, educación de verdad. Mientras lo logramos ayudemos a liberar a MARCELA del yugo de este pequeño truhán y a todas las MARCELAS que nos sea posible.

La opinión de los blogueros no refleja el pensamiento editorial de 90minutos.co

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