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Don Jacobo

Don Jacobo

Tenía 66 años. Usaba gafas oscuras, un bigote como el de Daniel Santos y unas coloridas  bufandas que le acaloraban la garganta y el espíritu cuando el brandy o el coñac Rémy Martins no llegaban a ‘Casa Verde’ o no lograban ponerlo a tono. Con ese aire de Che Guevara canoso e intelectual, impartió adoctrinamiento con base en antropología social a la guerrillerada. Convenció a jefes y combatientes -la mayoría campesinos machistas y analfabetos- de incluir a las mujeres en las filas de la lucha armada y respetar su condición. Fue la figura principal detrás de la Séptima Conferencia de las FARC realizada en 1982, que definió su plan estratégico contemporáneo, cuyos efectos no cesan y en buena medida llevaron a sentarse a negociar en La Habana: combinación de todas las formas de lucha, puerta abierta a los recursos provenientes del narcotráfico, creación de impuestos revolucionarios y apellido al nombre subversivo. FARC-EP. Ejército del Pueblo.

También fue una de las figuras partícipes en la organización y creación de la Unión Patriótica en 1985. Un partido exterminado física, jurídica y políticamente por esa cosa que no se ve, pero se sabe son, los tentáculos de la extrema derecha. Más de 4.000 militantes asesinados. Algunos textos cuentan en más de 5.000 los sacrificados. Incluidos dos candidatos presidenciales, Jaime Pardo Leal en 1987; y Bernardo Jaramillo Ossa, en 1990. Era un convencido de que Colombia llegaría algún día a ser un estado socialista y que la UP, como su brazo político, lograría ser la fuerza popular e ideológica más representativa de Colombia y ejemplo del continente. Cuesta creer tanta ingenuidad, pero así son los revolucionarios de verdad, soñadores.

Lo sorprendió un infarto en medio de un discurso en el que arengaba a los guerrilleros a insistir en un diálogo de paz con el electo presidente César Gaviria y a participar en la Asamblea Nacional Constituyente. Lo reemplazó Guillermo León Sáenz Vargas, alias Alfonso Cano, pues desde entonces (1990) se consideraba que podía ser el futuro líder de las FARC-EP, tal como sucedió tras la muerte de Pedro Antonio Marín o ‘Manuel Marulanda Vélez’ alías ‘Tirofijo’, que dejó de existir en el Meta el 26 de marzo de 2008, a los 78 años, después de haberse declarado tantas veces su muerte, que al país le costó creerla.

Apagadas las luces del show mediático por cuenta de los diálogos en La Habana, pues la intensidad del conflicto es la más baja en los últimos 30 años, falta ver si los negociadores de las FARC reconocerán la importancia estratégica de un hombre que encarnó la escencia de la lucha revolucionaria y organizó militar, académica e intelectualmente, a unos campesinos que habían logrado poner en jaque a varios gobiernos defendiéndose de la policía chulavita con machetes y fistos, y cuya única exigencia hace 50 años era que les dieran la tierra. Por supuesto, ni el gobierno ni los medios, lo harán. Le pasará a este hombre en medio de la búsqueda de la paz, lo que a Dios en la Noche de Paz en navidad, nadie se acuerda de él.

Muertos de viejos Arenas y Marulanda, los fundadores de las FARC y ubicados ya tantos trofeos en la estantería de muerte, vale la pena analizar por qué en un país que ya debería estar cansado de enterrar tantos muertos por tantas violencias, dónde es preciso preguntarse cuántas más serán necesarias para darnos cuenta de que ya han sido demasiadas, haya todavía quienes insistan en que la única salida es la derrota militar de las guerrillas. Han sido décadas de júbilo nacional por la muerte de muchos hombres y mujeres con cuya desaparición física no se acabaron los problemas reales de la nación. Tampoco se acabarán con la firma de un Acuerdo en Cuba, dirán los detractores, pero que no se derrame más sangre, ni se dilapiden más vidas y recursos, es un buen principio. No es cuestión aquí, desconocer el daño que ha causado la guerrilla. Tampoco el costo del conflicto armado interno. Y menos, desconocer que un Acuerdo no lo soluciona todo de un soplo mágico. Colombia entera deberá comenzar a pensar en nuevas justificaciones para todos sus males, porque hasta ahora ha sido solo la guerrilla.

Muchos muertos y poca, muy poca memoria. Todos hablan de la víctimas y pocos, muy pocos de los victimarios. Seres humanos. Tomás Medina Caracas alías ‘El Negro Acacio’ el 2 de septiembre de 2007; Luis Edgar Devia Silva alías ‘Raúl Reyes’ el 1 de marzo de 2008, Víctor Julio Suárez Rojas, alias ‘Jorge Briceño Suárez’ o ‘Mono Jojoy’el 22 de septiembre de 2010 y hace cuatro años, el 4 de noviembre, ‘Alfonso Cano’. Estado y FARC-EP no miden el tiempo con el mismo reloj. Los últimos diez gobiernos han prometido acabarla. Y ojalá se acabe, pero lo más seguro es que ya no fue a bala. Los golpes ablandan, repliegan y matan, pero no eliminan la realidad social de una nación. El viejo remedio no ha funcionado. Somos testigos de una nueva fórmula.

El domingo 15 de noviembre se conmemoraron los 25 años de la muerte en ‘Casa Verde’, en Uribe-Meta, de Luis Alberto Morantes Jaimes, alías ‘Jacobo Arenas’, líder ideológico y fundador de las FARC. Otro muerto del que ya nadie se acuerda, porque a nadie parecen importarle ni los muertos malos ni la historia completa, ni a los medios, ni a la academia, ni a la familia, ni a sus protagonistas, y de ahí que las nuevas generaciones a lo sumo sepan de la existencia de una cadena de pastelerías llamada Don Jacobo. Postres y ponqués.