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Dinerolandia

Dinerolandia

Especial para 90minutos.co

En los diez primeros puestos del listado 2022 de los ricos más ricos del mundo que elabora la Revista Forbes siete son estadounidenses. El cuadro de honor (¡horror!) de los riquísimos lo completan un canadiense, un francés y un indio de la India, que no es hindú. En un mundo con poco más de 7.000 millones de personas, sólo 2.668 son consideradas multimillonarias en todo el planeta y de ellas 735 son de los Estados Unidos y 607 de China. 极好的 (Ahí dice, ¡Increíble!) Luis Carlos Sarmiento Angulo, el señor sencillo de los cuenticos que tiene una casa normal, un avión, una residencia en las Bahamas… nada del otro mundo, ocupa el puesto 201. El pódium colombiano de los primeros cinco puestos lo completan David Vélez, Jaime Gilinski, Beatriz Dávila de Santo Domingo y Alejandro Santo Domingo. Pero no vamos a hablar de los pobres nacionales, sino de los ricos de allá arriba.

En Estados Unidos los más ricos se mueven en Wall Street, el centro financiero del mundo ubicado en Manhattan, donde está la Bolsa de Valores, que mueve sólo para Nueva York 720 mil millones de dólares cada día. Pero digamos que los ricos ‘normales’ son los campesinos y los pobres -por llamarlos de alguna manera-, los apretujados ciudadanos que sobreviven en la estrechez de las urbes, con sus superautopistas, sus metros, sus grandiosos centros comerciales y sus miniapartamentos, produciendo dinero para consumir y desechar. Gracias a sus campesinos, los americanos son los mayores productores mundiales de maíz, sorgo y almendra; el segundo de manzana, fresa, nuez, pistacho, soja y espinaca; el tercero de remolacha, tomate, algodón, uva, cebolla, maní, pera, guisante y lenteja; y por esa línea aparecen en todos los rankings mundiales con sus toneladas de producción subsidiada y regulada por una Ley agrícola que se renueva según las dinámicas mundiales.

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Los latinos o hispanos durmiendo en un basement (sótano) o hacinados en un cuarto donde la renta se lleva buena parte de sus ingresos, no clasifican ni como pobres. Son la mano de obra barata y oculta del monstruo capitalista. Los edificios llamados ‘Proyectos’ donde viven los gringos pobres en Nueva York –negros en su mayoría-, superan en apariencia a cualquier Unidad Residencial estrato 4 en Colombia. Viven de los subsidios del gobierno y sus carros los presume en nuestro país el estrato 5. Pero volvamos al campo. Un recorrido de casi 1.000 millas que nos llevó en carro por unas rutas impecables nos acercó a Albany, la capital del Estado de Nueva York; y a ciudades como Seneca, Ithaca o Siracuse, que rinden homenaje a España, Grecia e Italia; a Rochester, en la ribera del lago Ontario; a Búfalo, en la costa de lago Erie; y finalmente a la canadiense Niágara Falls. Y en medio de todas, entre una y otra, el campo productivo, los extensos sembradíos, la verdadera riqueza de un país que en invierno prácticamente hiberna; y pequeños pueblos armoniosos que parecen fantasmas.

Lo primero que se reconoce es una arquitectura con influencia colonial en sus casas de campo que lucen modernas. Nada que enviarle a cualquiera de las mejores viviendas de las grandes ciudades. Hay un predomino de la madera y del verde. Y lo primero que impresiona, es que los hidrantes están cada tanto a la vera del camino y basta conectarse para regar el sembrado. Todas cuentan con su granero e izan la bandera de los Estados Unidos, incluso en lo más alto de sus máquinas portentosas. Por estas tierras la discriminación es más evidente con los latinos y los negros. Puro inglés. También cuentan con espacios adjuntos para las herramientas que parecen pequeños almacenes o ferreterías. Tienen de todo y más. Las camionetas de lujo en Colombia, aquí son meros instrumentos de trabajo. Y al lado: yates, motos acuáticas, piscinas -fijas y móviles-, y cortadoras de césped de última generación.

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Parecen nuestras fincas de recreo, pero son la prueba de un campo fortalecido, así algunos analistas critiquen las estrategias económicas del Tío Sam como una condena productiva en cadena que permite sólo sostenerse con una buena calidad de vida. Nada más. Bueno… y para qué más. Así deben pensar los Amish, comunidades con raíces menonitas que residen por estos lares y se dedican a las labores del campo sin recurrir a la modernidad. Se identifican -entre otras cosas-, por la ropa extendida en cuerdas y los carruajes tirados por caballos. No tienen electricidad, y claro, tampoco electrodomésticos. Ni automóviles. Fabrican sus muebles, producen su comida y educan a sus hijos en sus propias escuelas. Y tan bien educados les quedan en medio de tanta abstinencia –al menos tecnológica-, que les permiten ‘ir al mundo’, verlo y vivirlo; y todos regresan a vivir sencillo, que debe ser su vivir sabroso.

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Se ven pocos animales, aunque hay una cabeza de ganado por cada tres habitantes en los Estados Unidos y los cárnicos son de lujo. Lo que sí se ven vivos y muertos en estas latitudes son animales silvestres. Venados, zorros, mofetas y ardillas entre los cultivos, los bosques y destripados en las carreteras. En los alrededores del lago Cayuga, en el Refugio Nacional de Vida Silvestre de Montezuma, un castor y su cría yacían luego de ser arrollados por un vehículo. Había policía como si de un ataque sicarial se hubiera tratado. La pregunta obligada es cómo el campo logró este desarrollo y la respuesta es tan sencilla como colosal. En 1807 pensaron en un canal que conectara a los cinco Grandes Lagos (Superior, Michigan, Hurón, Erie y Ontario) con el Océano Atlántico. En 1817 comenzaron los trabajos y en 1825 lo inauguraron. Actualmente mide 547 km de largo, 46 m de ancho y 4 m de profundidad. Una proeza de agua dulce que aún funciona y que impulsó el desarrollo comercial de la costa Este de este país que bien podría llamarse Dinerolandia, porque trabaja con tesón y visión futurista siempre. Por eso son potencia, por eso se creen los policías del mundo, por eso tienen más socios que amigos y el mayor número de magnates, por eso viven para trabajar y por eso -como escribió Blades-, en vez de un sol amanece un dólar, donde nadie ríe, donde nadie llora.

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