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De sapos grandes y pequeños

De sapos grandes y pequeños

Por alguna proscrita razón Colombia es proclive a no llamar a las cosas por su nombre. Nada escapa a dicha condición. Mejor dicho, todo se oculta bajo el manto pasmoso del metalenguaje o el paralenguaje, la verborrea, la cosa jurídica, el doble sentido, o el apodo, los alias, el chiste, la metáfora o el rebautizo mediático. Somos un país lleno de titulares. De superficialidad y escasísimos contextos. De primeros impactos y sentencias a priori. Aquí se es culpable hasta que se logre demostrar lo contrario. Entre nosotros, el esguince, la maña, el amague, el sí pero no, el acaso pero tal vez, el son calumnias de la oposición, el alguien quiere enlodar mi nombre, y otras cuantas trapisondas, son deportes nacionales.

Los ejemplos darían para una enciclopedia completa, pero baste con citar algunos: El 8.000, el elefante, las chuzadas, Timochenko, Chuky, Castrochavismo,  y otros cientos, como Pepa, el presidente paraco; o Juhampa, que no amerita comentarios. Aquí la amante es moza y el mozo Don Segundo, el muerto es chulo, el corrupto torcido, el violador de la norma vivo y el cumplidor pendejo, el revólver fierro, los zapatos pisos, los atracos vueltas, los señalamientos fleteos, los secuestros paseos millonarios, la desatención hospitalaria paseo de la muerte, y la muerte pelona… y saber que a todo le cambiamos el nombre.

Por todo lo anterior -y algo más-, a todo aquello que sobrevendrá de las negociaciones de paz en La Habana y supondrá un sacrifico en cualquiera de los escenarios sociales (político, jurídico, económico, etc.), hemos dado en llamar los sapos que hay que tragarse. Ya no son solo los delatores, que siguen siéndolo, sapos digo, pero ahora el término señala un metafórico esfuerzo gastronómico de bastas proporciones, pues mucho va de comerse unas ancas de rana a un sapo mamboré.

Esto de no llamar a las cosas por su nombre, puede ser una forma de evadir la realidad o la responsabilidad, o las dos y una más, la justicia.  En medio del alborozo suscitado por la firma de los acuerdos en materia de justicia en La Habana, en medio de tanto flash y tanta cámara, tanta foto y tantas declaraciones, tanto análisis y tanto contrapunteo entre los gobiernistas y el resto -que no oposición-, pocos medios han atendido un sapo enorme, verrugosos y venenoso, del que nadie ha osado hablar. Ni siquiera los lagartos que andan pescando en río revuelto. Y ese es, el de los frentes de las Farc-Ep que desatienden los otrora inflexibles lineamientos del Secretariado y sus perentorias órdenes, con pena de muerte por incumplimiento.

El miércoles 23 de septiembre, justo después de los anuncios conjuntos hechos en La Habana sobre los acuerdos en materia de justicia transicional y el plazo definitivo de seis meses para firmar la paz, en varios lugares del país la guerrilla hizo retenes, quemó buses y gritó consignas que dicen todo lo contrario a lo que proclaman sus líderes y negociadores en Cuba. El mensaje fue y ha sido claro: que negocien los de La Habana, nosotros seguimos aquí, en lo nuestro.

En el sector de El Lindero, corregimiento de La Arada, en la vía que comunica a Dolores con Alpujarra, en el sur del departamento de Tolima, pasadas las 7:00 p.m. hombres del Frente 21 de la Farc-Ep al mando de alias ‘César’, detuvieron un bus de la empresa Autofusa S.A. y procedieron a quemarlo. Como suelen rezar los boletines de las oficinas de prensa de policía y ejército al respecto, los hechos son materia de investigación -exhaustiva por supuesto-.

La información se maneja con pinzas, porque nadie quiere dañar la fiesta, el júbilo, la esperanza. En esta parte del Tolima, donde el germen de las guerrillas campesinas liberales parió al segundo grupo subversivo más antiguo de Latinoamérica, la guerrilla desterró empresas como Transportes Purificación, Velotax y Rápido Tolima. Hoy operan solo Autofusa S.A. y Coomotor. Eso sin contar con otras empresas, no vinculadas al transporte, que jamás pudieron volver a la zona. Bebidas, alimentos, licores, materiales, industria, manufactura, etc. En términos generales y desde que las Farc son las Farc, es decir desde que Dolores, Prado y Villarica hicieron parte de La Cortina, una retaguardia montada a punta de sonidos de cacho y cantar de gallos, este ha sido un territorio dominado por ellos.

Si de sapos hemos de hablar, en Dolores hay bastantes y de los dos. De los que delatan por conveniencia o placer, de los que señalan al vecino para que lo vacunen y hasta para que pague con su vida; hasta los innumerables sapos que la población ha debido tragarse porque allí muchos cohonestan, por ideología, amenazas o miedo, con los señores de la guerra.

Como bien lo expresó el expresidente de Costa Rica y premio nobel de paz, Oscar Arias, en realidad un proceso de paz solo puede ser exitoso en la medida en que ambos bandos ganen y pierdan. Pues bien, muchos de los guerrilleros que están aquí y no en La Habana, no quieren ceder o abandonar sus privilegios, no quieren soltar el poder que les otorgan las armas, el boleteo, la extorsión, el secuestro, el narcotráfico. No quieren hacer concesiones. Ellos no contemplan comerse ningún sapo. Ni grande ni pequeño. Y de eso no se habla. Mientras tanto, constriñen la libertad de quienes viven y sobreviven en alejadas poblaciones abandonadas a su suerte. O para no llamar las cosas por su nombre, condenadas a ‘Cien años de soledad’.