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De cabrones y carnales

De cabrones y carnales

Especial para 90minutos.co

Célebre es la respuesta de Chavela Vargas a un periodista que le increpó su desbordado amor por México habiendo ella nacido en Costa Rica. Respondió doña María Isabel Anita Carmen de Jesús Vargas Lizano con el desparpajo y la provocación que caracterizaron su vida afligida y paradójica: “Porque los mexicanos nacemos donde se nos da la gana”. Solía aventarse unos tequilas antes de cantar para alivianar la desesperación que le causaba no poder ‘ser ella’ en una sociedad machista hasta los tuétanos. Sin cantar también bebía, porque consideraba que “el alcoholismo es una dependencia del alma”. Y como para que no quedara duda de su justificación etílica aseguraba: “El amor no existe, es un invento de noches de borrachera”. Con el pelo corto y enfundada en vaqueros hasta bien entrada en años, la doña que cantó La Llorona se comió siempre la torta antes del recreo. Todas sus amantes –incluida Frida Kahlo- la tildaron de cabrona, una persona complicada que de forma sagaz esquivaba su profunda tristeza.

Pues bien, los mexicanos son así, difíciles. Intensos cuando de amores, tragos y negocios se trata. Pero amigos entrañables. ¡Carnales mi cuate! Podría decirse que obligan a la tradición a ajustarse a su mala fortuna, que combaten con fiereza. Desde Emiliano Zapata y Pancho Villa, hasta Benito Juárez y Andrés Manuel López Obrador. No en vano son ahora los líderes latinoamericanos del narcotráfico. Y los colombianos, pues les hacen los mandados. No los afectan, no les hacen nada, porque son superiores en maldad. Sus cárteles –así, con tilde y en esdrújula- son crueles y temerarios. Y románticos, hay que decirlo. Quién puede negar que El señor de los cielos surge porque don Amado Carrillo Fuentes, además de la flotilla de 30 aviones -incluidos varios Boeing 727- para mover coca, le susurró en una tarde soleada a una sublime mujer que él la haría ver las estrellas y la luna cuando quisiera. La dama por supuesto creyó que no era más que la vieja metáfora usada y desgastada hasta el cansancio por casanovas de poca monta. Hasta cuando la subió en uno de sus aviones, viajó en contra de la rotación de la tierra y le cumplió la promesa.

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Es un secreto a voces. Mientras el país manoseado por los medios solo atiende las medidas coercitivas y el pánico colectivo provocado por el pésimo manejo de la pandemia, los narcos de Sinaloa, Jalisco, Tijuana, Juárez o Tamaulipas, hace un par de años mueven el negocio de la cocaína y la guerra en Córdoba, Antioquia, Chocó, Valle del Cauca, Cauca, Nariño y Putumayo y algunos puntos de los Llanos Orientales. Y en medio del Paro Nacional ni se diga: con toda la fuerza pública concentrada en las capitales y los jóvenes, ha salido más caína que sangre ha corrido en Cali por cuenta de los señores de la guerra. Es histórica la influencia mexicana en varios aspectos de nuestra cultura y de los que por supuesto no se libra el narcotráfico. Gonzalo Rodríguez Gacha alias El Mexicano fue reconocido por ese gusto arraigado por las rancheras, los mariachis, los caballos, las armas y las viejas (así le dicen -¡decimos!- a las mujeres). Fueron famosas sus haciendas Cuernavaca, Chihuahua y Veracruz, símbolos de su emporio de riqueza desbordada y muerte; y claro, de su devoción por el país que admiraba y con el que extendió su ilícito negocio.

Es muy probable que El Mexicano, Pablo Escobar, Gilberto y Miguel Rodríguez, y todos los visionarios narcotraficantes de la época, imaginaran que a pesar de la cacareada lucha antidroga, hoy se produzca y exporte más cocaína que en sus mejores tiempos. Ellos hicieron lo que les dio la gana -incluso financiar presidentes, la vaina no es nueva-, pero luego vino el terror a la extradición, el viejo remedio de la muerte y un par de negociaciones, para que el negocio más rentable del mundo no decayera. Todos sabemos que el precio de un kilogramo de cocaína se multiplica varias veces desde su valor en puerto de exportación, hasta el costo de entrada a un mercado de un país como Estados Unidos, y otras veces más, hasta su comercialización en las calles de los países consumidores. De ahí que el control de las 150.000 hectáreas sembradas con coca tengan a Colombia hoy como el mayor productor mundial de hoja y de cocaína, que en buena medida controlan los mexicanos. Colombia produce el 70% de la cocaína que se consume en el mundo y el 89% de la que se incauta en los Estados Unidos. En 2020 el potencial de la producción nacional de clorhidrato de cocaína pura alcanzó las 1.228 toneladas y la producción estimada de hoja de coca fue de 997.3303 toneladas métricas. El gobierno nacional  presentó de nuevo, el pasado 12 de abril -pese a sus evidentes fracasos-, un nuevo plan amparado en el decreto 380 de 2021, que pretende retomar las aspersiones aéreas con glifosato. Menos hoja, pero más polvo.

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Las zonas controladas por los mexicanos, son prácticamente inaccesibles. Y eso incluye a las autoridades claro. Un negocio que según Bernardo García Guerrero, de la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales en París, representa el 22% de nuestro PIB, da para comprar de todo. En aritmética simple, si el gramo de cocaína pura cuesta en la calles de Nueva York 70 dólares en promedio, pues 1.000 toneladas valen 70.000 millones de verdes.  Y ya dijimos, el año anterior fueron 1.128. ¡Multiplique carnal! Por eso los cárteles mexicanos compararon plantaciones de coca y conciencias en Colombia. Trajeron sus propios agrónomos e ingenieros  para mejorar en sus laboratorios la productividad de la planta. Y por supuesto, sus propios ejércitos de bandidos, por eso es cada vez es mayor el número de ciudadanos de esa nacionalidad que participan en actos delictivos. A Toribío van a comprar marihuana, como los colombianos tacos con jalapeños a cualquier restaurante. Los manitos están presentes en la cultura popular colombiana desde que el Ciclo de oro de su cine nos los impuso. No hablaremos más de toda la influencia sociopolítica de sus narcos, pero para finalizar, si de una práctica cultural que llegó con ellos y que los colombianos han copiado con deleite, pues nada que nos identifique más como pueblo que intentar parecernos más a lo fuereño, en lugar de buscar identidades propias: su música de banda.

A las historia de Javier Solís, Pedro Infante, José Alfredo Jiménez, Antonio Aguilar, Vicente Fernández, Juan Gabriel, Joan Sebastian y Yolanda del Río, Flor Silvestre o Alicia Juárez, se suman ahora las letras de solistas como Christian Nodal, Ángela Aguilar, Espinoza Paz, Lenin Ramírez y Carín León; y esa música rasgada, burlona y algo grotesca y elemental (utiliza como base rítmica batería, acordeón, guitarra y bajo) de grupos de banda donde se destacan Los Traviesos de la Sierra, Los Elegantes de Jerez, Grupo Firme, El Fantasma, Los dos Carnales, Los Plebes del Rancho, Los Elementos de Culiacán, Los Inquietos del Norte, Banda Carnaval,  Banda Los Sebastianes, Banda El Recodo de Cruz Lizárraga, Banda Los Recoditos, Banda Tierra Sagrada, Julión Álvarez y su Norteño Banda, y hasta Juan Pablo Márquez, un caldense ha incursionado en este género con gran éxito. Unas fanfarrias llenas de vientos y letras vacías en su mayoría que exaltan el negocio y sus prácticas. Sin duda hay algunas románticas, ni  más faltaba, los narcos y los traquetos también se enamoran y lloran por sus viejas –y algunos por sus cuates-, a las que no se cansan de asesinarles amantes, pero la serenata de cocaína, muerte y música que nos están dando en medio del Paro Nacional no se compara con ninguna polvareda blanca de las que han inundado a este país al que Antonio Caballero le anunció hace 31 años en el ensayo La violencia como método, incluido en el libro ¿En qué momento se jodió Colombia? (1990 Ed. Oveja Negra) que sería gobernado por mafiosos.

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