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Comandante Espumas

Comandante Espumas

Hubo dos escándalos que rodearon la vida del compositor Jorge Augusto Villamil. Al primero me referiré muy poco, me parecen muy estériles las certezas en torno de sus íntimas preferencias y demasiado fecundas las incertidumbres que condenan cualquier decisión. Ellas acabaron con su matrimonio, que duró solo nueve años. Se casó en el 65. Él tenía 36 y ella 21 años. Se separaron en el 74. Cuatro años después, Olga Lucía Ospina Serrano, de 34 años, se llevó a la tumba su dolor y el nombre del ser y los detalles que le torcieron su destino.

Sobre el segundo escándalo, brochazos de historia subalterna. De todas sus composiciones, Villamil sentía un cariño profundo por el bambuco fiestero El Barcino, la historia de un novillo que armó revuelo, sobre todo una estrofa:

Cuando en los tiempos, de la Violencia

Se lo llevaron los guerrilleros.

Con Tirofijo, cruzó senderos

Llegando a El Pato y El Guayabero.

Estaban muy frescos los cuadros de la violencia partidista que había arrasado al país, llevándose de paso la hacienda El Cedral donde había nacido Villamil -cerca de Neiva-, cuando algunos conservadores impulsaron el veto a la canción por hacer apología al delito. Escrito en México en 1969, este sanjuanero lo embistió y lo levantó en los cachos de la polémica.

El animal efectivamente existió, no era un novillo, sino un torete llamado “El Confite”, que el padre de Villamil (muerto en el 58) mandó a El Guayabero, cansado de que le revolcara a Jorge, el menor de sus siete hijos, de diez años y con ínfulas de torero. De allá se lo llevó la guerrilla y, en un enfrentamiento con el ejército, el toro huyó.Lo vieron, ya libre, en Balsillitas. Y, salvaje, duró cuatro años más, hasta cuando el ejército lo mató para comérselo. Así se lo contó a Villamil un teniente.

De modo que el compositor ilustró un pasaje de la historia colombiana que conoció de primera mano, como experiencia vital. Y lo hizo con una mezcla precisa de memoria y ficción, que acomoda y transforma los hechos y las cosas, para emerger como creación literaria. Al fin y al cabo, eso es una buena canción.

Pasan los años y allá olvidado
Contra la muerte, lucha El Barcino
Lleva en el morro, las cicatrices
De fieras garras, del canaguaro.

Arre torito bravo que tienes alma de acero
Que llevas en la mirada, pudor de torito fiero
Que llevas en el hocico el aroma del poleo…

Lejos estaba el día de 1950 en el que Pedro Antonio pasó por El Cedral, huyendo de la justicia, acusado de haber matado a un hombre en Tuluá. Eso dijo su tío Abel Marín que trabajaba en la hacienda, arrasada por cien policías, tres años después. Estuvo allí una semana y Jorge volvería a saber de él en el 53 y en el 59, cuando Marulanda fue inspector de la carretera Planadas-Gaitania.

Además de médico del proyecto, Villamil fue encargado por Virgilio Barco Vargas, ministro de Obras Públicas (1958-1960) en los primeros dos años de mandato de Alberto Lleras Camargo, de enganchar amnistiados para abrir carreteras a pico y pala. La estrategia del gobierno, además de la amnistía en sí, era ganarse el apoyo del pueblo y mejorar las condiciones de acceso para el ejército a las zonas rurales convertidas en bastión de los rebeldes. En ese momento el Ejército era de alguna manera símbolo de neutralidad, en contraste al extremo dogmatismo y compromiso político de la Policía.

El maestro Villamil había sido garante en la cordillera Oriental de dos amnistías con el Movimiento Agrario Campesino, guerrillas liberales gérmenes de las FARC. En dicha encomienda conoció a El Pato en 1958. Allí tuvo Tirofijo su primer puesto de mando.Y allí tuvo Villamil una finca que bautizó El Barcino.

Villamil no solo era conservador, sino que como vicepresidente del Concejo de Neiva, en 1960, advirtió el futuro crecimiento de las guerrillas a la luz de las que consideró equivocadas estrategias del gobierno de Guillermo León Valencia, como la de atacar las que el senador Álvaro Gómez Hurtado dio en llamar “Repúblicas independientes”.

En 1973 Tirofijole escribe a Villamil para agradecerle su mención en El Barcino y lo apoda Comandante Espumas, en evidente alusión a otra canción memorable, una alegoría a los tiempos idos. En el 83, las FARC lo declaran uno de sus himnos. Los godos se pusieron colorados de la rabia.

Igual que a las espumas

Que lleva el ancho río
Se van tus ilusiones

Siendo destrozadas
Por el remolino…