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Chao fanatismo

Chao fanatismo

Deja entrever Álex Grijelmo en su libro, Defensa apasionada del idioma español (Taurus, 1998),que al paso que vamos ya no podremos decir: “El perro es el mejor amigo del hombre”. Pero tranquilos apasionados animalistas, es solo un callejero ejemplo para desmantelar esa especie de imperio retórico igualitario, falso e impostado que se ha ido montando. Habría que decir, para tener a las irascibles feministas y a los defensores de la supuesta igualdad, contentas y contentos: “El perro y la perra son el mejor amigo y amiga del hombre y de la mujer”. Qué larguero y qué jartera esa duplicación de términos. Qué imposición tan absurda, aunque alguien podría alegar, políticamente correcta.

Por supuesto que es menester que se respeten los derechos de todas las personas. Que por ninguna razón, sea esta religiosa, sexual, étnica, por su condición social o cualquiera otra, deben vulnerarse sus derechos. Y claro, que el lenguaje ha sido y es una forma de dominación, lo ha sido desde siempre. Desde letrados e iletrados, ilustrados y analfabetos, civilizados y bárbaros, cultos y populares, hasta llegar a esta inmensa tribu digital en la que ya no se sabe quién es el cacique, pero si los dioses. Pero descargarle al lenguaje la muy noble tarea de equilibrar la balanza de toda la injustica y la desigualdad humana, es un exabrupto. Una imposición moral desde lo verbal.

Ahora, que ‘El soldado Micolta’ no está en Sábados Felices, porque algunos negros se sintieron ofendidos; ni ‘Celio’ en Ordóñese de la risa, programa que ya no existe pero en su momento debió prescindir del personaje porque algunos tolimenses se molestaron; ni ‘El pastuso’ en La Luciérnaga, porque algunos nariñenses se indignaron; habría que cambiar algunas letras de lo más representativo la cultura popular colombiana y acabar de un tajo con la riqueza y la sabiduría popular.

Será que en Buenaventura o en Quibdó, en Tumaco o en Cartagena, un negro le dice a otro. Venga mi afrodescendiente, vamos a echarnos un dominó. O, mejor, venga mi afrocolombiano mamemos ron. No creo y ojalá no ocurra nunca. Ellos no asumen esas falsas maneras de atajar un problema de discriminación que sin duda existe, es real, pero no se va a solucionar con unas palabras, solo en apariencia, justas y equilibradas. El problema es más de fondo, tiene mucho más contexto y es mucho más complejo que acabar con el humor o hablar ‘bien’ para enmascarar un problema sin solucionarlo.

A mi mamá en la familia le dicen ‘La negra’. No es muy oscura, pero si la más trigueña de un grupo de tías desteñidas. En su juventud -y tengo pruebas- tuvo un cuerpo como el de Beyoncé, pero después de cuatro hijos, cuatro décadas y varios cuatreros, ahora se acerca más a Celia Cruz, pero sin pelucas. Nunca se ha molestado por eso -aclaro, porque le digan ‘La negra’- aunque lo hará por estas infidencias. Son las cuestiones del lenguaje. Y como si lo anterior fuera poco, tres compañeras de infortunio. Es decir, tres novias, amantes, concubinas, jamás esposas, a las que me les crucé por el camino, también son llamadas así en sus familias. ‘La negra’. Va para ellas un sentido, lo siento. El pleonasmo es tan conciente como la carga semántica de la palabra esposas, que inexorablemente me lleva a pensar en las que cargan los policías y lastiman las muñecas. Dicho lo anterior, cambiémosle el  término a algunas piezas culturales.

Se imaginan la letra de ‘El Africano’, de la Sonora Dinamita: Mama el afrodescendiente está rabioso, quiere bailar conmigo,
decícelo a mi papa. Mama yo me acuesto tranquila, me arropo pie y cabeza y el afrodescendiente me destapa.
Y el coro:Mama qué será lo que quiere el afrodescendiente…

O la letra del que bajo esta nueva concepción lingüística-moral sería el  asesinato infame de ‘El negro bembón’, de Ismael Miranda: Mataron al afrodescendiente bembón. Mataron al afrodescendiente bembón. Hoy se llora noche y día porque al afrodescendientito bembón todo el mundo lo quería. Bueno, entonces se quejarán los jetones.

O cambiar el título de ‘Mi negra y su calentura’, en la voz de Álvaro del Castillo, que haría revolcar en su tumba a Jairo Varela: Mi afrodescendiente y su libido. O, la nueva ‘Buenaventura y caney’:Son afrodescendientes como nosotros, de alegría siempre en el rostro, a ti mi Buenaventura con amor te lo dedicamos…

Habría que cambiar ‘Negrita’, esa danza romántica de Garzón y Collazos que dedicaron padres y abuelos. Y dejar de decirle ‘El Negro’ al genial Roberto Fontanarrosa. Y jamás llamarle a Carlos Gardel ‘El morocho del abasto’, que para nosotros viene siendo como ‘El negro de la galería’. Y renombrar a ‘La Negra Candela’, como ‘La Trigueña Fuego’. Y no evocar ‘Dónde andará’ de Los Visconti, para no cantar linda mi negra dónde andará. O quitarle el azúcar a ‘La negra tiene tumba’o de Celia Cruz. Y blanquear ‘Negrura’ de Rolando Laserie. Y desenamorarse de ‘La negra Tomasa’ de Caifanes. Y exorcizar el ‘Embrujo’ que -con el perdón de Los Tres Diamantes- sublimó Andrés Cepeda. Y que diga cuándo la mujer de ‘El son de la negra’ o ‘Negrita de mis pesares’. Y que no rueguen más Primi Cruz y Andrés Calamaro con ‘Negra quiéreme’ y ‘Negrita’. Y se despeje ‘Mi negra duda’ de Olimpo Cárdenas. Y que no se dance ‘Negra de trasero grande baila’ de Leka el poeta. Y apagar ‘Negrita prende la vela’. Si vamos a cambiar negro o negra por afrodescendiente, apague y vámonos. Chao racismo, pero sin tanto fanatismo.