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Cali no fue la ‘tierra prometida’

Cali no fue la ‘tierra prometida’

Falta una semana para que 210 indígenas de la comunidad Embera Katío abandonen la ciudad. En enero de 2013 llegaron a Cali procedentes de Pueblo Rico, Risaralda, según ellos víctimas del conflicto armado, buscando apoyo de las autoridades locales. Pero se instalaron en uno de los barrios más pobres de la ciudad, donde la indigencia, la drogadicción y la prostitución se ven por doquier. En poco tiempo pasaron a engrosar las cadenas de miseria que hay en la ciudad.

Algunos informes periodísticos, muy escasos, comenzaron a visibilizar la situación precaria en la que varios indígenas se encontraban. Las autoridades en Pereira se pronunciaron y hablaron de una red de trata de personas que estaría enviando indígenas a las grandes ciudades con promesas de vivienda y de ayudas económicas, pero quienes finalmente terminaban ejerciendo la mendicidad, en especial las mujeres y los niños, al no encontrar lo que les prometieron.

Y para mí, ese es el caso de ellos. Indígenas que cansados del trabajo duro del campo, se dejaron ‘deslumbrar’ por las maravillas que les hablaron de Cali y esperaban llegar y ser recibidos como víctimas, para que se les otorgaran grandes beneficios. Pero llegaron y nadie se preocupó.

Al pasar el tiempo, apareció un lío jurídico entre particulares y la administración por la realización del proyecto ‘Ciudad Paraíso’, fue la estocada final para que la comunidad saliera por completo de su anonimato, pues justo en esa zona se ejecutarían las obras y los convencieron de que “ellos tenían que ver”. Y volvieron las promesas… Abogados que se aprovecharon de su situación precaria los persuadieron para que se opusieran al proyecto y que de esta manera las autoridades ‘les pararan bolas’… marcharon, protestaron, pero seguían aguantando hambre.

En ese momento las autoridades municipales, quienes no habían hecho mucho esfuerzo por mejorar las condiciones de vida de esta comunidad, intensificaron las labores de retorno de la población, pues les pusieron el dedo en la llaga y se convirtieron en la piedra en el zapato para continuar con el negocio. Iban de lado a lado, dependiendo de quién les prometiera más, hasta que la alcaldía logró establecer comunicación con las autoridades de Risaralda.

Pero se avecinaba algo peor, la triste noticia de la muerte de una bebé Embera por una afección pulmonar, que se presume fue ocasionada por los restos del fogón en el que diariamente cocinan, allí el país puso sus ojos en esta tragedia. El ICBF realizó operativos y se llevaron bajo protección a tres niños de esta comunidad. Luego de esto la ciudad se escandalizó con la violación de una niña Embera y después se tuvo conocimiento de cuatro niños que adquirieron tuberculosis.

Sin embargo, ningún ciudadano dejaba que los ayudaran, pues se trató de realizar relocalizaciones dentro de la ciudad, pero cuando se proponía un sector, los vecinos mandaban derechos de petición, rechazando tajantemente la llegada de los indígenas. Caleños a los que solo les preocupaba la seguridad del sector y no el calvario que vivía la comunidad.

Los Embera pedían unas condiciones de vida dignas. Colegios con maestros de su comunidad, acueducto en la zona, puesto de salud, arreglo de vías y viviendas propias. Con ese pliego de peticiones llegaron a un acuerdo, en el que ellos retornaban a sus tierras pero en un año las autoridades tendrán que cumplir.

El próximo martes se irán y dicen estar contentos de regresar pues “vivir en la ciudad es complicado porque nosotros somos del campo, vivimos del campo y queremos volver a nuestras tierras” afirma Esteban Queragama líder de la comunidad.

La llegada a Cali de los Embera Katío, estoy segura no fue lo que ellos esperaban. Se van sin uno de sus niños, sin dinero, algunos sin comer y con el crudo recuerdo de haber tenido que vivir durante dos años en uno de los barrios más deprimidos de la ciudad, se van con la convicción de que Cali no fue ‘la tierra prometida’.