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¡Ay María!

¡Ay María!

Sigue siendo una aventura ir a San Cipriano. Y no es para menos, así como Cipriano pasó de brujo a santo y de mago a clérigo, este lugar pasó de infierno a paraíso.

Mientras el mundo virtual descubre con asombro desde Davos-Suiza que ocho gatos tienen el mismo billete que 3.600 millones de pobres en el mundo, la pobre María sigue dando tumbos. La ruina y la miseria no cesan de perseguirla, como al último romántico de la nación.

También la persiguen los indigentes, que la mean sin piedad y la cagan poco menos que las palomas. Los turistas que la rayan. Los jóvenes que se le suben. Los viejos que se le arriman. Y ella, impávida, candorosa, casi virginal a sus 96 años, pareciera implorarle al cielo que la recuperen y la quiten de allí. De la culata del Concejo de Cali, donde Jorge Isaacs está perdido entre una maraña de bambú y una de las más emblemáticas esculturas de la ciudad y de Colombia, cubierta por la espesura de la desidia administrativa.

Con su nariz rota. Con sus dedos fracturados. Con apenas las espinas de sus rosas. Con un Efraín inclinado, resignado y no tan mutilado como ella; y un Mayo sin hocico, la obra en mármol de carrara ha tenido una vida de perros. De perros callejeros, valga precisar. María es un pedazo de Italia. De Carrara. De sus famosas canteras, de la perla del mármol. De esa piedra que parece nieve en Los Alpes. La única que en ese material talló el escultor catalán Antonio Parera Saurina. Una de la dos únicas que hizo en América. Ha sido trasladada en tres ocasiones y desmembrada por lo menos cuatro veces para modificarla. La conforman 40 piezas y tiene 180 daños, entre severos y moderados. Condenada al olvido.

Como La Casona donde murió el escritor en Ibagué. Como el lugar donde terminó de escribir María en Cali, que era la hacienda de veraneo de los Isaacs, pues por aquellas épocas se vivía en el campo y se vacacionaba en el pueblo. Los ojos de Jorge Isaacs jamás vieron la casona estilo californiano que hoy piensan convertir en Centro Comercial. Jamás. (La Casa Ochoa fue construida en 1938 y Jorge Isaacs murió en 1895) Es el lugar, pero no la casa de bahareque y tapia pisada comprada por los Isaacs en 300 petacones de oro, cuando se trasladaron de La Casa de la Sierra (hoy Hacienda El Paraíso) a Cali, para huir de la humedad del piedemonte y el sofoco de los acreedores. De modo que el periplo de la escultura, es apenas otra piedra en el zapato de una historia llena de malos pasos.

Esta escultura de contemplación llega al barrio El Peñón en 1920. (Buena parte de los barrios tradicionales de Cali tomaron sus nombres de antiguas haciendas). La obra se perfiló como un homenaje que hicieron las damas del recién inaugurado Club Colombia -María Zamorano de Pardo, Isabel Zawadsky de Lalinde y Luisita Sánchez de Hurtado-, al lugar que habitó el escritor caleño (algunos biógrafos aseguran que nació en Quibdó) más importante de todos los tiempos.

Pero apenas seis años después, en 1926, se traslada al Parque Isaacs que todos dieron en llamar Parque La María. Como en tantos casos, María (sin el artículo, novela publicada en 1867) ha superado a su creador. Tanto  o más que Sherlock Holmes a Sir Arthur Conan Doyle o Madame Bovary a Gustave Flaubert. Dicho parque quedaba entre el Puente Ortiz y el Batallón Pichincha (hoy Centro Administrativo Municipal). En un lote conocido como La Isla, porque quedaba entre el Puente Ortiz y el Puente Nuevo, que permitía cruzar un pequeño riachuelo del mismo nombre. (Hoy en ese lugar está la estatua de Bolívar).

Hubo una caseta allí (en el Paseo Bolívar, inaugurado el 20 de julio de 1919) donde vendían boletas para los eventos que se realizaban en la ciudad y a qué no adivinan cómo se llamaba: ¡pues Caseta La María! (hoy quiosco vetusto ubicado en el costado occidental del Coliseo Evangelista Mora y del estadio Olímpico Pascual Guerrero).

La escultura permaneció allí hasta 1968, que es cuando se ordena la demolición del Batallón Pichincha, monumento arquitectónico de incalculable valor que los caleños volvieron añicos para levantar el CAM (inaugurado en 1972). Y la pobre María, presenció semejante infamia. La subían a un pedestal. La bajaban. La cercaban. La enrejaban. Le ponían fuente, se la quitaban. ¡Tanto que la respetó Efraín, para venir a manosearla tantos!

Y ella firme. Algo maltratada, pero firme. Serena. Ingenua. No tan blanca. Silenciosamente aguerrida. En 1971 la ubicaron en el lugar que hoy ocupa. A 40 metros de donde estaba. La ciudad se vestía con sus mejores galas para realizar los VI Juegos Panamericanos. Y allí fue Troya, porque al quedar en un área político-administrativa, no hubo manifestación o protesta que no la utilizara de pedestal y meadero. Fue el acabose de la escultura. Encima de ella han vendido de todo: desde chontaduros hasta basuco. Ha sido dormitorio de indigentes y prueba perenne de lo dormidos que son nuestros dirigentes.

2017 ha sido declarado -según Ordenanza de la Asamblea del Valle de 2013- el año de Jorge Isaacs. Se cumplen 150 años de la publicación de María. La Secretaría de Cultura de Cali prepara una edición especial de la obra. La Biblioteca Departamental quiere que le lleven la escultura restaurada, pero no se mete la mano al dril. Otros dicen que la ubicarán en el Parque Lineal Rio Cali, cuyo costo inicial se estimó en 44.968 millones y hasta ahora solo trotan allí retrasos y sobrecostos.

Algunos medios y personas han repicado el grito solitario de Carlos H. Giraldo para salvarla y llevarla al Parque El Peñón. Este hombre logró parar una convocatoria del Ministerio de Cultura (abierta el 25 de diciembre de 2016 y cerrada el 3 de enero de 2017) para diagnosticar los daños. 38 millones de pesos. Otra miseria. Se necesitan expertos en mármol, en restauración, en escultura, en mantenimiento, no en remiendos con cemento blanco.

¡Ay María!, como presiento que volverán a destrozarte. Que seguirás dando tumbos. Que tus heridas pretenderán curarlas con babas. Que no se reconocerá a través de ti la grandeza de un hombre que esculpió con letras su nombre en el mármol de la historia de este país.

El mismo país en el que no pasa nada, si su presidente promete -como candidato- firmar sobre piedra o mármol (no sabrá acaso que el mármol es una piedra) que no subirá los impuestos durante su gobierno.

¡Qué piedra!