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Las armas preferidas de los políticos colombianos

Las armas preferidas de los políticos colombianos

Los políticos colombianos, especialmente quienes ejercen el poder, tienen una fórmula infalible para salir de apuros cuando reciben críticas por sus malas acciones o equivocaciones, consiste en ridiculizar a los opositores mediante una maliciosa distorsión de los argumentos en contra acompañada de ataques personales y mentiras.

El uribismo, por ejemplo, ataca la Justicia Especial para la Paz, con el argumento de que es un modelo de justicia que fue diseñado por las FARC, en consecuencia, todo aquel que defiende la JEP es un defensor de la guerrilla. El ataque es completamente infundado porque sabemos muy bien que la JEP fue creada mediante una reforma constitucional, aprobada por el Congreso de la República. No obstante, los uribistas siguen haciendo uso del mismo argumento sin importarles que sea falso, pues el objetivo que persiguen es agitar un debate sobre la base de hechos inexistentes, para desviar la atención sobre los importantes avances que ha logrado este tipo de justicia especial en el establecimiento de la verdad y la responsabilidad de actores relevantes del conflicto armado colombiano.

Iván Duque, además de ser un experto en falacias para ocultar la realidad, tiene como “chivos expiatorios” a Nicolás Maduro y Juan Manuel Santos, a quienes pone a cuestas las dificultades por las que atraviesa el país, derivadas paradójicamente de las equivocaciones, falta de previsión y corrupción del gobierno nacional. Cada vez (casi a diario) que estalla algún escándalo que compromete a Duque y el Uribismo, sus voceros no tienen inconveniente en echarles la culpa a Maduro y Santos, especialmente al ex presidente colombiano.

Duque no ha tenido vergüenza en atribuirle a Santos la responsabilidad por las masacres de líderes sociales, el incremento de la violencia paramilitar y guerrillera, la inseguridad en casi todo el país, el desempleo, la corrupción, la impunidad y la pobreza.

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Cuando escribía estas líneas Duque acababa de responder los cuestionamientos por la intromisión de su gobierno y del uribismo en la campaña presidencial de los EEUU, a favor de Trump, utilizando la estrategia de sembrar noticias falsas sobre el candidato Joe Biden, señalándolo de ser un agente del Castro-Chavismo. Trump ganó por un amplio margen, precisamente en el estado de la Florida, donde se concentró la intervención del uribismo haciendo lo que bien saben hacer: difamar, inventar hechos y datos, sembrar miedo y azuzar el odio.

La respuesta de Duque, dada en inglés, es realmente emblemática; para salir del atolladero acuso a Santos de haber intervenido en la campaña presidencial de 2016 a favor de Hilary Clinton, “eso si es grave”, dijo, al justificar la actuación de los uribistas en contra de Biden.

El tiempo nos dirá si Biden se pone a jugar con el “hombre de paja” que le lanzó Duque o pone al presidente uribista bajo observación en la pila de los marranos.    

La fórmula uribista es la misma que utilizaron Donald Trump y Bolsonaro para ganar las elecciones y mantenerse en el poder, provocando el mismo efecto a largo plazo: confusión, pérdida de confianza, desaliento, impotencia e indignación en amplios sectores sociales.

Como el mal ejemplo es contagioso, especialmente en las personas proclives al abuso y la corrupción, las falacias argumentativas se convirtieron en el arma preferida de los mandatarios en todo el país, para hacer frente a la fiscalización ciudadana.

Claudia López, por ejemplo, culpó a los inmigrantes venezolanos de la inseguridad en Bogotá, exacerbando la xenofobia, todo para salir del paso frente a las críticas por la inseguridad que atraviesa la capital.  A la alcaldesa le resultó más fácil y expedito ofrecer un chivo expiatorio para aliviar la carga que lleva a cuestas que intentar resolver el problema con fundamento en un examen objetivo de la multiplicidad de factores generadores de violencia en la ciudad.

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El alcalde de Cali, para citar otro ejemplo, diseñó una estrategia que es la combinación de toda clase de falacias argumentativas, reflexiones emotivas y frases disparatadas. Cuando esto no funciona o el asunto es grave, ataca personalmente al oponente tratando de ponerlo en ridículo. Como si fuera un gran erudito manda a sus detractores a leer, cosa que el mismo no hace, porque de hacerlo habitualmente nunca habría suscrito el contrato con las Empresas Municipales de Cali, sobre el alumbrado navideño, pues habría observado las graves irregularidades que presenta, a no ser que sea el artífice directo del engaño de citar falsamente una sentencia de la Corte Constitucional para justificar la contratación. Y cuando lo cogen con las manos en la masa, como en este caso, simplemente guarda silencio y pone a otros a dar la cara. El solo sale al ruedo cuando el toro está de regreso al corral. Por último, victimizarse siempre es una buena alternativa.

El uso de falacias, noticias falsas, de chivos expiatorios y ataques personales para eludir responsabilidades es una práctica habitual en la política que afecta gravemente la credibilidad y la confianza en el sistema democrático. No es la izquierda, ni el Castro-Chavismo (que nadie ve en Colombia) la verdadera amenaza que se cierne sobre nuestro país, sino la clase política que en función de mantener intactos ciertos privilegios y apoderarse de los dineros públicos creó una realidad paralela donde la mentira y el latrocinio son ley.

Lo dicho hasta ahora nos lleva, indefectiblemente, a insistir en la responsabilidad de los medios de comunicación en el éxito de esta clase de estrategias comunicativas. En los EEUU el hastío y la indignación obligó a los directivos de varias cadenas de televisión a ordenar la suspensión de los discursos de Trump, cuando se advierta que miente o haga ataques sin fundamento. En Colombia, Duque secuestró la televisión nacional y durante una hora diaria, al mejor estilo castro-chavista, dice lo que le viene en gana. Por fortuna el programa lo ven solamente los funcionarios de la Casa de Nariño, según se desprende de las encuestas de sintonía. Aun así, las mentiras del presidente son difundidas ampliamente por la prensa colombiana, que en pocas ocasiones se detiene a verificar si lo dicho por Duque es verdad o no.

Con mentiras y engaños, atosigan a los pueblos hasta obligarlos a asumir sus destinos. Lo triste es que esto nunca ocurre de manera pacífica, porque los sátrapas no dudan en apelar a la violencia y la barbarie como últimos recursos para mantenerse en el poder.


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