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A diez centímetros de distancia

A diez centímetros de distancia

Voy a citar a continuación al padre Ángel Espinosa (predicador de actualidad). Y aunque sus palabras, leídas a la ligera puedan parecer sólo un chiste más, quizá vale la pena analizarlas con un poco de atención. Siéntase en libertad de agregar lo que usted crea que pueda faltar, o de quitar lo que a su juicio pueda sobrar:

Para hacer feliz a una mujer se necesita solamente ser amigo, compañero, amante, hermano, padre, maestro, chofer, educador, cocinero, mecánico, plomero, decorador de interiores, estilista, gineco-obstetra, psicólogo, psiquiatra, terapeuta, simpático, atlético, cariñoso, atento, caballeroso, inteligente, imaginativo, creativo, dulce, fuerte y comprensivo, tolerante, prudente, ambicioso, capaz, valiente, decidido, respetuoso, confiable, apasionado y ganar mucho dinero... Es la cosa más sencilla del mundo. En cambio, para hacer feliz a un hombre solo se necesita intimidad y comida. Señoras, los hombres son una ganga”.

Gracioso o no, en este curioso planteamiento se confirma lo que sabemos desde siempre: hombres y mujeres somos bastante más diferentes de lo que creemos, y tenemos necesidades muy distintas. Y eso no sólo está bien, sino que es maravilloso que así sea. ¿Se imagina usted un mundo de hombres y mujeres con pensamientos iguales, actitudes idénticas y comportamientos exactos?

La diferencia es lo que nos atrae, lo que nos mueve a encontrarnos, a formar parejas. Pero también esa diferencia, tristemente, es lo que termina por separarnos. Cuando nos casamos "sabemos" casi siempre cómo es ella y como es él. Pero por el camino vamos olvidando eso y las "pequeñas diferencias" que incluso antes nos gustaban, ahora ya no, y se convierten en un verdadero obstáculo para la felicidad.

Si antes nos gustaba que ella fuera "el alma de la fiesta y una excelente comunicadora", ahora nos parece que es ridícula y no para de hablar. Si antes nos parecía interesante que él fuera un "consumado lector", ahora pensamos que es un hombre aburrido, que se la pasa metido en los libros y no me presta atención. Y así serían innumerables las virtudes que vamos "volteando" a defectos con el pasar de los años.

Ser diferentes no es el problema. El verdadero problema es no ser capaces de entendernos y unirnos a pesar de las diferencias, o mejor, aprovechando las diferencias.

Desde lo alto llega un mensaje claro: Mejores son dos que uno; porque tienen mejor paga de su trabajo. Porque si cayeren, el uno levantará a su compañero; pero ¡ay del solo! que cuando cayere, no habrá segundo que lo levante.También si dos durmieren juntos, se calentarán mutuamente; mas ¿cómo se calentará uno solo?Y si alguno prevaleciere contra uno, dos le resistirán; y cordón de tres dobleces no se rompe pronto. Eclesiastés 4: 9-12

El mero hecho de tener compañía es ya una bendición (cuántos solos y solas hay en el mundo). Entonces ¿porque no aprovechamos esa condición? ¿Por qué dilapidamos una de las más grandes oportunidades como es la de envejecer al lado de esa persona que un día llegó para alegrar nuestra existencia? ¿Por qué nos desgastamos en peleas absurdas, en resaltar nuestras diferencias como si fueran defectos, en lugar de hacer de ellas una bendición? ¿Por qué no entender que lo que ella es, sumado a lo que yo soy no suma dos sino uno?

Si soy distinto a ella y ella a mí ¡Aleluya, no es un problema, es una oportunidad! Basta con entender que Dios no se equivocó al momento del diseño, como no se equivocó al enviarte a la persona que tienes al lado. Esa persona que escogiste y te escogió es la que te corresponde, no otra, no la que tienes en tu imaginación o en tus desvelos. La que tienes al lado es la que Dios quiso que tuvieras, y te aseguro que Él no se equivocó en la elección. Esa persona que duerme a diez centímetros de distancia de tu brazo, es la persona perfecta para que encaje en tu compleja personalidad. No necesitas más ni mereces menos. Esa persona es la que fue diseñada para ti, la que el Señor tenía en sus propósitos.

Si no has podido consolidar una relación verdaderamente satisfactoria, no busques poner la culpa en otros. No es culpa de Dios, tampoco de tu pareja y menos aún de las circunstancias. De hecho, ni siquiera importa buscar culpables, lo que hay que hacer es actuar. ¿Y cómo hacerlo?

Lo primero es invitar al Espíritu Santo de Dios para que te llene de gracia y favor, y de inmediato tomar la decisión de amar (porque amar es una decisión), de una vez y para siempre a esa persona que estáallí a sólo diez centímetros de distancia. Hay que asumir entonces el compromiso cierto y definitivo de dejar de mirar a lo lejos, dejar de anhelar lo que no se tiene yolvidarse de buscar lo que no se ha perdido.

Con ese presupuesto, bastara entonces con extender el brazo diez centímetros y recibir ese maravilloso regalo que Dios nos está entregando para hacer de nuestro matrimonio una aventura permanente, colmada de amor, gozo y paz.

Deberíamos intentarlo. Es cuestión de Creer, para poder ver.