Los Lebrón, 55 años de salsa y ‘descontrol’

Los Lebrón, 55 años de salsa y ‘descontrol’

Por Gerardo Quintero Tello

Jefe de Redacción 90 Minutos

Hace apenas un mes, Ángel Lebrón sintió que la vida se le escapaba entre las manos. Un alboroto arrítmico en su corazón, distinto a aquel sonido acompasado que tanto se le parece al golpe que él y sus hermanos crearon hace 55 años en Nueva York, le avisó que algo malo se venía. Un infarto lo sorprendió en su casa, al sur de Cali, y lo hizo temer que no podría celebrar las cinco décadas de la orquesta que él mismo ayudó a crear.

Con la sensibilidad a cuestas y llevando la carga de haber confrontado la muerte en la cara, Ángel desató sus recuerdos en un diálogo profundo, filosófico, pleno de recuerdos y también de reflexiones de un músico y compositor que le ha cantado a la tristeza y nos ha hecho beber de la nostalgia.

-Sabes algo- Me dice.

- Yo escribo las canciones tristes como Pena y Dolor, Pensando, Diez Lágrimas.

Mientras reflexiona sobre esas composiciones, pienso en las innumerables  veces que he tarareado esos temas en medio del bullicio de una discoteca o en la soledad de mi cuarto y en las tantas otras noche cuando medité que sí, que aquello es la pura verdad: “Por cada risa, hay diez lágrimas”.

Ángel es el hermano del medio, de los cinco que fundaron la icónica agrupación solo quedan vivos tres, Pablo y Frank (el mayor y el menor) ya fallecieron. Este bajista, compositor y director del grupo desandó sus añoranzas y cabalgó en su memoria para remontarse a esas cinco décadas de salsa y control, 55 años de medirle la temperatura a la rumba, 20.075 días de recordarnos que sin negro no hay guaguancó, 481.800 horas de tristezas, faltas y por qué no, agonías, uno que otro fracaso, pero eso sí, siempre con mucha fe de que mañana todo cambiará.

El hombre orquesta de los talentosos Hermanos de Brooklin recordó en 90 Minutos los inicios de la emblemática agrupación que creó un sonido registrado y que también nos ha hecho derramar más de diez lágrimas.

“Éramos muy jóvenes, para el primer disco yo tenía 17 años, pero la verdad trabajar y cantar juntos por tantos años fue demasiado especial. En esos comienzos Pablo cantaba con la sonora Arecibeña, tocaba salsa, José se fue con él y mi otro hermano Carlos se marchó conmigo a tocar el piano; Frankie estaba muy pequeño y tenía siete años. Cuando el empresario de la disquera nos vio reunidos dijo que sí éramos cuatro hermanos por qué no le poníamos Hermanos Lebron y así nació ese nombre que se popularizó”.

Ese primer álbum se llamó ‘Psychodelic Goes Latin’ y salió en un verano de 1967. Fueron ocho cortes, grabados en 16 horas, con un sonido que registraba los acordes del boogaloo que azotaba las emisoras latinas de la Nueva York de aquella década. Al artista los ojos se le agolpan de nostalgia al remontarse más de cinco décadas atrás: “Eso fue chévere, a nosotros nos gustaba tocar por lo que no fue ningún problema que nos encerráramos a ensayar. En esa época toda la orquesta estaba en el estudio, no era que las trompetas por allá y el piano en otro lado, éramos todos juntos. En 16 horas encerrados grabamos ocho discos, ese fue el primer Long Play”.

Eran  los tiempos de Joe Cuba, Pete Rodríguez y Jhonny Colón que mantenían el estandarte de ese fenómeno musical que fue el boogaloo. “Ellos lo hicieron, pero los que nos quedamos fuimos nosotros porque pegamos y seguimos pegando éxitos con el tiempo. Ese primer Lp fue un éxito, y le gustó a la juventud, a los afroamericanos, a los latinos blancos, en fin, fue una experiencia que no esperábamos”.

Fue un 4 de julio de 1967, en plena fiesta nacional de independencia de Estados Unidos, cuando Ángel a sus 17 años firmó el contrato con el sello Cotique Records para el lanzamiento de ese primer álbum que de manera inmediata pegó ‘Summertimes blues’, que se convirtió en un éxito en la radio. Los roles quedaron claros: José se convirtió en el gran compositor, pianista y arreglista de la agrupación; Ángel asumió como director e intérprete del bajo; Carlos puso su sello con el bongó y la campana y Pablo estremeció el ambiente musical con su inconfundible voz.  Además de ellos en esa orquesta fundacional estaban el maravilloso Eddie Dicupé en la trompeta, Papo Pepín en las congas y Ernesto ‘Tito’ Ocasio en los timbales.

Nacidos en Aguadilla, al extremo del noroeste de Puerto Rico, Los Lebron se fueron temprano a Estados Unidos persiguiendo el ‘american dream’. Y aunque rápidamente se adaptaron al ritmo de vida norteamericano, la música de la tierra siempre estuvo con ellos. Su padre, Francisco Lebron, aunque no era músico, en su familia la melodía no podía faltar. Basta contar que su primo hermano era el reconocido cantante invidente José Feliciano y que don Francisco fue compositor de por lo menos tres grandes éxitos de los talentosos hermanos. “Mi papá escribía la vida de él en un diario y tenía como nueve cuadernos grandes de lo que él hacía, escribía en décimas y nosotros le sacamos como ocho canciones”, recuerda Ángel con picardía.

Pero son dos de esas composiciones las más recordadas: ‘Mi fracaso’ y ‘Esposa y una querida’, esta última una ‘peligrosa oda a la infidelidad’ que no le causó mucha gracia a la esposa de don Francisco, pero que se convirtió en uno de los temas más escuchados y solicitados por sus fanáticos.

“Entre hembra y varón no hay ninguna diferencia solo noto con frecuencia cuando existe una reunión

Mi alma vida y corazón le pido a ese gran poder que me deje obtener el placer que tanto anhelo y que me quite el desvelo que afecta nuestro querer, todo hombre debe

tener esposa y querida”…

Pero fue el segundo ‘Long play’ donde reivindicaron el barrio, eso que los haría tan famosos,  el mismo lugar en el que comenzarían a convertirse en leyenda. El álbum ‘The Brooklyn Bums’, surgido en 1968, comenzó a mostrar esas fusiones que tanto desorientaban a los intelectuales de la música latina de aquellos tiempos, pero que agitaba los corazones rumberos de los que percibían en esa musicalidad un golpe tan original que arrebataba el corazón. ‘Apúrate’ es el mejor ejemplo de esa mezcla tan suya que iniciaron los hermanos. Parece una guajira, con el arrastre del boogaloo, sumado al coro que utilizaban los negros americanos en sus canciones.  ‘Son sabrosón’ fue el otro tema de ese álbum que se volvió un tesoro en las barriadas caleñas.

Creo que daría el derecho de existir // no tendrías que exigir lo que tengo es tuyo // Tienes tú las cosas que me fascinan y por tí daría la vida// no lo tienes que pedir”

De nuevo el arrastre del ‘guajirón’ se hizo presente, con una letra pegajosa que se volvió marca popular en Buenaventura y Cali. Todo con el sello de la tesitura vocal que hizo único a Pablito Lebron y que en este segundo álbum marcó y dejó claro que llegaba una voz distinta, no tan afincada como otras de la salsa, quizás no tan limpia como las del Conde Rodríguez o Santitos Colón, pero sí con el fraseo y la potencia que la esquina esperaba.

Y es que precisamente eso fue lo que hizo legendaria a la banda de los ‘Brothers’, ese sonido desprolijo, a veces poco afincado, que sin embargo embrujaba al rumbero de la calle. Carlos Ospina, el propietario de la Topa Tolondra, tiene una forma especial de decirlo: “Los Hermanos Lebron son la banda sonora de Cali. A esa orquesta le sobraba la calle que los académicos no tenían”, una hermosa manera de resumir ese sonido tan especial que a todos enamoró. El periodista salsero, Miguel Ángel Palta, me dice de la manera más espontánea, “es que cuando uno escucha un disco de los Lebron lo que dan son ganas de coger una campana”. Es la calle, la esquina, el bafle en el andén, la cerveza helada después del ‘picado’, el ‘socio’ que recuerda las salsotecas ‘Pal 23’ y ‘La Terrífica’, el ‘veterano’ que nos recuerda el inolvidable concierto del 78, esas son todas las nostalgias que estos hermanos nos contagiaron a través de un sonido que a veces hasta a ellos mismos se les hace difícil explicar.

-Ustedes crearon una musicalidad especial, ¿eran conscientes de aquello?, le pregunto a Ángel

- Nosotros tuvimos una gran influencia del Rock, del Funky, del blues, tocamos música de los Beatles, de Elvis Presley, llegamos a la música afroamericana a través de James Brow, Marvin Gaye, nos metimos en el boogaloo y mezclamos todo eso y creo que salió bien.

- Pero, entonces, ustedes ¿qué música creen que estaban haciendo?

-Es que nosotros escribíamos las canciones, hacíamos la música, los arreglos, los coros, la gente dice que no hay un coro como el de los Lebron. Nosotros no hacíamos salsa, o tal vez sí, pero al estilo nuestro, no era una salsa mecánica. ‘La Temperatura’, ‘Chemanía, ‘Cuídala’, ‘Falta’, ¿quién puede decir que eso era salsa? Eran nuestras mezclas de rock, jazz, rhythm and blues, un poco de aquí y otro de allá, todo eso con los coros góspel de la afroamericanidad.

“Amazona

Mujer leona

Amazona

Yo vengo virao

Hablando como un babalao

Amazona…”

Una deliciosa muestra de esa fusión de ritmos se dio en 1975, cuando los Hermanos lanzan el famoso álbum 4+1 y ejecutan una pieza magistral llamada ‘Amazona’, escrita por el pianista y arreglista de la banda, José Lebrón, y que tiene una ‘intro’ africana conocida como Kukú, un ritmo Malinke, conocido en todo el África Occidental y que antiguamente era tocado para festejar el regreso a las faenas de pesca. Otros explican que esos primeros acordes son una aproximación al ‘Smooth Jazz’ para luego entrar con una tremenda descarga de vientos, metales, voces y percusión. ¡Señoras y Señores, se trataba de los Lebron en plena experimentación! Basta con decir que en ese mismo álbum, además de Amazona, venían tremendos numeritos como ‘Experiencia de habla, ‘Apágame el fuego’, ‘Como te gustó’, ‘Mi morena’ lo que ayuda a entender que lo que se estaba gestando era un movimiento sonoro, amparado en ese montuno grueso de los Lebron que tanto gustaba.

Pero al tiempo que sucedía esa gran aceptación en los barrios latinos, en el circuito salsero de la rumba los Lebron no se sentían bien tratados. Un ambiente de exclusión se gestaba y varios artistas quedaban al margen del imperio que creaba el sello Fania.

Los hermanos, a pesar de que habían firmado con la reconocida disquera, no eran invitados a los grandes conciertos de Fania y jamás pudieron tener una gran presentación en el Madison Square Garden, de Nueva York. La discriminación en aquellos años llegó al extremo de que Ángel me cuenta que en una oportunidad, decidido a buscar una explicación del por qué a pesar de pegar éxito tras éxito no los invitaban a los grandes centros nocturnos de la época, se acercó a uno de ellos y preguntó ‘oye man, qué pasa que nos contratan’. La respuesta no pudo ser más desconcertante para el entonces joven y talentoso director de la agrupación: “Había discotecas de caché como el Corso, La Mancha y a nosotros nunca nos invitaban a tocar allí y ‘sabes qué me dijo el administrador de una de ellas?: ‘Mira angel, mi mamá es tremenda fanática de ustedes, pero si Lebron llega nos traerá todo el público negro que lo sigue y nosotros no permitimos eso’”.

Ángel solo tiene una explicación para esa exclusión y era el aberrante racismo que se vivía en aquella época en Estados Unidos y que afectada, incluso, ‘la cosa latina’ donde los ‘artistas más blanquitos’ tenían mayor aceptación que el resto y podían tocar en discotecas donde se reunía público estadounidense, un mercado al que Fania soñaba llegar.

… Y rodaron más de diez lágrimas

Sin embargo, este camino exitoso iba a tener un terrible tropiezo cuando el mayor de los Lebron y su voz principal, Pablo, tuvo un derrame cerebral del cual jamás pudo recuperarse. Por respeto a su memoria, los hermanos aguantaron todo lo que pudieron el regreso del gran Pablo con plenas facultades a la tarima, pero eso nunca ocurrió…

El 9 de febrero de 2017 se conoció su muerte y, de nuevo, muchos volvimos a pensar en que no hay nada más real que aquello de que “por cada risa hay diez lágrimas”. Y es que la historia de Pablo fue bien singular porque aunque no lo crean, Pablo no era Lebrón. Es verdad, el negro imponente, el de la voz de sonero eterno se llamaba Pablo López. Así fue hasta cuando adoptó el apellido del padre de sus medio hermanos y lo transformó en leyenda. Nacido en Aguadilla, municipio de Puerto Rico, Pablo convirtió en una certeza aquello de que sin negro no hay guaguancó. Junto a sus hermanos emigró a Estados Unidos y se instaló en Brooklyn, uno de los sectores negros de Nueva York, donde la influencia musical del Rythm & Blues afroamericano lo permeó lentamente.

Fue en julio de 1970, en pleno verano neoyorquino y cuando las calles del Bronx latino, Manhattan y Harlem hervían con un nuevo sonido que nadie identificaba, que Pablo, Ángel y José Manuel lanzaron Salsa y control. Un éxito total. No se entendía en un principio, pero se asumió como un sonido original, el sonido Lebrón. Un golpe y un sello que sólo ellos supieron interpretar. Ese coro, a cinco voces, que nació con los hermanos de Brooklyn. Pablo se fue convirtiendo en la voz líder, el artista que personificaba a la, prácticamente, única orquesta de sólo músicos negros que interpretaba salsa dura. “Nosotros fuimos los primeros que utilizamos el término salsa para identificar eso que estaba sonando en los barrios latinos de Nueva York”, recuerda Ángel con orgullo. José fue el compositor, pero Ángel explica que muchas veces le preguntaron cómo se le había ocurrido identificar toda esa musicalidad caribeña de la época como salsa y qué él solo atinaba a decir: “No lo sé, solo llegó a mi cabeza”.

“Cógelo suave al ritmo de clave

La Orquesta Lebrón tiene la llave

Invitación al son montuno

Levántate men y ponte duro,

Que jala, que jala mi guaguancó

El son montuno lo traigo yo

Salsa y control, salsa y control

El son montuno lo traigo yo”

Para el escritor Umberto Valverde, los Lebrón representaron en la salsa el golpe verdadero y lo que se llamaría salsa negra de Nueva York, con mucho de funky y muy enraizada con lo tradicional. Poco a poco, Pablo fue construyendo un mito musical y sus interpretaciones se volvieron íconos de la rumba popular. ‘Salsa y control’ fue apenas el comienzo. La voz de ese sonero nos enseñó a subir ‘La temperatura’, nos dejó en claro que ‘sin negro no hay guaguancó’ y que en una rumba de fuste era necesario no sufrir de ‘agonía’, rogarle a la mujer amada que nos ‘apague el fuego’ , ‘pensarlo bien’ al momento de la declaración de amor a ‘mi morena’ y decirle en el oído ‘yo soy lo que necesitabas’.

Pero fue en 1981, con su ‘Long play ‘Criollo’, que Pablo se volvió un ídolo para los caleños. ‘Por cada risa hay diez lágrimas’ sacudió la loma de Siloé, bajó como una ráfaga musical por los grilles de la Calle Quinta y se fue deprisa como esa brisa que desciende de los Farallones hacia los enclaves negros del oriente de la ciudad.

‘Las galladas’ de la época lo entonaban en los camposantos para despedir a los amigos caídos. En el Cementerio Central, enfrente de la antigua Licorera, llevaban una grabadora, un casete y una botella del ‘Blanco del Valle’ con la que ‘rociaban’ la lápida o el suelo de tierra donde iba a dormir el sueño eterno ‘el finadito’, como solían decirle, para que la garganta no viajara seca al más allá.

En ‘Saturday’, el aquelarre salsero que albergaba a los salseros ‘guabalosos’, allí cerca de los antiguos Cinemas y que era ‘regentado’ por alguien al que solo recuerdo que le decían ‘Richie Ray’, por su parecido a ‘goldfingers’, los pelaos de los barrios Sucre y San Judas se daban una pausa en sus guerras rumberas cuando Pablito Lebrón ‘encordiaba’ con alguna de esas melodías que sonaban en ese templo de locura salsera que era ese extraño lugar con nombre de bar gringo.

La entrada de los Lebron a las grandes ligas de la ciudad no podía provenir de otra parte sino desde la capital negra del Pacífico. Por el puerto de Buenaventura llegó la descarga de timbales, bongos y campanas que hicieron famosa a la banda. Ángel recuerda que la primera vez que vinieron a Colombia fue en 1979 y se presentaron en Buenaventura. Fue una noche estrepitosa en la que el coliseo donde se presentaron los hermanos se quedó pequeño, tuvieron que abrir las puertas para que entraran todos los fanáticos porque se iba a volver un problema de orden público. La sorpresa de los Lebron al ver que había tanto negro para hacer guaguancó del bueno fue mayúscula. “Nosotros no sabíamos que aquí había gente negra, fue lindo ver eso y cantamos con más ganas”, recuerda Ángel.

Ya para esa época Los Lebron Brothers habían recibido uno de los golpes más duros en la historia de la orquesta: Pablo ya no podía hacer presentaciones y su actividad física estaba muy disminuida. Nunca más pudo ser el mismo gigante de la tarima.  ‘Diez lágrimas’ fue el disco más aclamado en Cali, aunque Pablo confesara que él prefería Al impulso y los boleros, como ‘Regresa a Mí’, que eran sus melodías favoritas.

“El hombre vive una vida
que ni la esposa y los hijos pueden entender
Buscando el pan de cada día
Hoy una risa
mañana lágrimas”

Y no fueron solo diez lágrimas las que derramamos cuando lo vimos en Cali, en diciembre del 2006, en el Teatro Jorge Isaacs. Ese jueves, en un concierto memorable, Pablo llegó en andas hasta el escenario en su silla de ruedas, ayudado por su hermano Ángel.

El maestro lloraba mientras entonaba los acordes de una canción que estremece el alma: “Al despertar, todos los días, tengo un dolor en mi corazón, porque en la vida cuando hay una alegría por cada risa hay diez lágrimas”.

Sí, ese día los vientos de la nostalgia y la impotencia hicieron que el viejo roble oscuro se doblegara, pero no lograron derribarlo. Mientras el público colapsaba en llanto y el escenario era un solo aplauso, Pablito sacaba su voz gastada y aunque no alcanzara el tono, los caleños no lo dejaban de aplaudir en medio de ese ‘teatro de la vida’ en que se convirtió el Jorge Isaacs.

Ángel hace una pausa cuando le recuerdo ese dramático momento, apaga su voz y me confiesa que nunca ha sido capaz de ver ese video completo. “Cuando alguien habla de eso y lo va a poner, simplemente me voy del lugar”, dice el bajista.

Al director de los Lebron le cambia el rostro cuando recuerda que algunos criticaron que llevaran a Pablo a presentarlo en un concierto. Por eso Ángel me dice algo que pocos conocen y es que Pablo fue el que más insistió en venir a Cali porque sabía del amor que esta ciudad profesaba por su canto. “Llévame, Ángel, yo tengo que ir a Cali antes de que me muera”, fue la dramática petición de un artista que quería volver a sentir el aplauso de un público que siempre lo quiso. El deseo se cumplió, con muchas lágrimas, pero los hermanos pudieron volver a tocar por última vez juntos, a los pocos meses Pablo se marchó.

Después del fallecimiento del gigante Lebron, ese que siempre nos hace falta, la orquesta nunca pudo ser la misma. Aunque su sonido de barrio se sostuviera, a pesar de que el maestro caleño Virgilio Hurtado cantará con su voz afinada, la verdad es que la ausencia de Pablo siempre nos causó ‘pena y dolor’.

“Sin ofender a nadie
Yo le digo
Que la manera de alguna gente ser no va conmigo
Cada uno tiene su dolor, sus quejas y su tristeza.
Cada uno tiene su novela.
Si me ven en agonía, no se asombren, no se rían.
Quiero estar solo pa´pelear con mi dolor”.

“La muerte de alguna manera siempre ha estado presente en la historia de la orquesta, los temas relacionados con tristezas, duelos. Cuando ellos han interpretado sus temas uno se da cuenta que sus discos tienen una carga de profundidad única, sus discos no son cómodos. Claro, tienen temas muy fiesteros, pero hay otros momentos donde la música de los Lebron tiene la intención de explorar aspectos muy profundos y, por qué no, dolorosos de la vida”, me dice Lina Marcela Hernández, comunicadora social y escritora residenciada en Argentina.

Con Lina Marcela, experta en el sabor Lebrón, asistí precisamente al primer concierto de los afamados hermanos. Allá, en el viejo Changó, pudimos reconocer su desprolijo sonido de metales, la fuerza de su montuno arrastrado y, sobre todo, el coro, ese coro que hizo inigualable a los Lebron.

“Fue una noche única porque a diferencia de un estadio o un coliseo abierto, poder tenerlos en frente fue una poesía musical porque era como escuchar de regreso el sonido de los años setenta”, recuerda Lina, mientras ‘chateamos’ sobre aquella presentación en la que Virgilio Hurtado fue la voz líder.

La melancolía de aquella noche no podía faltar, y fue justamente en el instante que interpretaron ‘Diez Lágrimas’ cuando el público ya no se contuvo más y volvió a decirle presente a los Lebron. Este disco, compuesto por Ángel Lebron, tiene su historia dolorosa, como no podía ser de otra manera. Cuando falleció Francisco, el patriarca de los Hermanos, todos los días Ángel, el músico de las tristezas, iba a visitar a su madre en su apartamento en Nueva York y siendo testigo del llanto, del dolor que acompañaba a su madre por la partida del viejo Francisco nació aquel lamento hecho música: “Madre querida, a tí te doy las gracias por darme tanto valor y mi padre que fue mi único amigo me dijo sigue pa’lante hijo como yo porque en la vida cuando hay una alegría por cada risa hay diez lágrimas” .

Y ahora Ángel, el mismo que también compuso ‘Pensando’, ‘Pena y dolor’, ese artista que es un sentimiento convertido en ser humano y que parece que se fuera a desmoronar en cada recuerdo, me hace una confesión la cual no sé cómo responder cuando le preguntó qué siente cuando mira hacia atrás y observa 55 años de carrera artística.

Tal vez sorprendido por la inquietud, reflexiona unos segundos y mientras su voz se tambalea me confiesa: “Siento tristeza porque no voy a estar, y porque empecé mi vida de nuevo y voy a dejar tres niños, pero también me da alegría que los tengo bien preparados, ellos van a estar bien, lo único es que yo no voy a estar y eso es muy duro…”

Ángel vio la muerte de cerca hace tan solo un mes. Su corazón sensible se alteró y los recuerdos de los dos hermanos que se fueron, sumado a la dura realidad de ver el inexorable paso del tiempo hicieron mella en la delgada humanidad de este maestro al que le debemos tantos momentos felices y tantas nostalgias forradas en la memoria musical. “En la clínica me operaron, pero Dios me dijo que todavía no me fuera”, me dice con sus ojos vidriosos.

“Coge mi consejo, ay no te meta

Coge, consejo me dieron y no lo cogí

Del ‘saltén’ me apeé al fuego caí

La experiencia te habla mírale

Estoy que pico como el ají”

Y es que mientras desanda esos recuerdos de 55 años en las ‘nubes trepao’, Ángel no quiere terminar la entrevista sin dejar algo, de esa ‘experiencia que te habla’, a los más jóvenes: “No metan drogas, no tomen licor, no se necesita nada de eso… Ahora también lo que yo pienso es que no busquen dejar su país, luchen por su país para que las cosas mejoren, pero no hay que ir a otro a sufrir, si a eso van a otro país, no tengo dudas que es mejor sufrir en la propia tierra”.

Y recuerden, consejo me dieron y no los cogí, los que juegan con candela se quemarán y yo ya me cansé y no te digo más.

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