Frankie Dante en el infierno salsero

Frankie Dante en el infierno salsero

Por: Gerardo Quintero Tello - Jefe de Redacción de 90 Minutos
Diseño: Giovanni Castro
Audio: Moisés Molina

Quizás no hay mejor manera de describir a Frankie Dante, el irreverente de la salsa, que como él mismo lo hizo en ‘Semilla de Caña Brava’, uno de los últimos discos que interpretó y que se convirtió en una suerte de autobiografía musical. “Oye, me dicen, me llaman, me dicen que soy el hijo de la calle… Ay la gente me saluda, me dan la mano y me dicen oye Frankie, como tú estás… Candela, candela, soy candela y no lo niego, no soy un tipo bribón, yo vengo de la calle y nunca se me olvidará”.

Este fenomenal estribillo en la potente voz de quien un 15 de septiembre de 1945 fue bautizado con el nombre de Lenin Francisco Domingo Cerda es una última declaración de principios, el grito final de rebeldía de un artista que vivió al filo de la cornisa, que se enfrentó a los poderosos empresarios de la época, que fue un contestatario de la música, que introdujo variantes únicas y cuyo legado en el ambiente salsero no ha sido lo suficientemente reconocido y valorado.

Y aunque optó por quitarse su nombre original, Lenin Francisco lideró una revolución musical, contestaria, políticamente incorrecta, en la que cantó contra la guerra, soneó contra la injusticia y batalló a contracorriente con los acordes que le querían imponer.

El pequeño Lenin, bautizado así por sus padres en homenaje al hombre fuerte de la revolución de Octubre, nació en República Dominicana y casi que desde allí comenzaron esos ‘olvidos’ salseros, pues cuando se habla de los grandes artistas de Quisqueya se menciona a Jhonny Pacheco, Cuco Valoy, José Alberto ‘El Canario’ y quizás a Ray Reyes ‘el cantor’, pero pocos recuerdan que de la hermosa isla caribeña también es Frankie Dante.

El hombre al que querían crucificar, al que le echaron los perros y no lo mordieron, al que trataron de darle y trataron de quemarle, pero que con la Flamboyán siguió pa’ lante, hizo tránsito muy joven al barrio latino, al ‘Bronx Newyorrican’ y allá conoció de cerca la movida salsera que se imponía en los años setenta. Frecuentaba los icónicos clubes El Caborrojeño y el Cheetah donde comenzó a ser reconocido por su música ‘underground’, con el tufillo de los bajos fondos del barrio.

“Si yo fuera un presidente
Se acabaría la milicia
Los taxes se bajarían
Ese dinero se usara
Para el bien de la comunidad”

Frankie Dante tenía una gran conciencia política y por eso cantó que si él fuera presidente la guerra terminaría, no habría fuerzas armadas y la guerra se acabaría. Eran los años finales de los sesenta y la guerra de Vietnam se cobraba las vidas de cientos de latinos y negros. En el Bronx latino Dante era testigo de la pobreza de sus pares, de la exclusión y el racismo a los de este lado del mundo que habían emigrado en busca del ‘american dream’. Dante era un pacifista convencido y ante su rechazo a la muerte y de cómo la milicia se aprovechaba de las esperanzas de los jóvenes no encontró otra salida que expresarlo como mejor lo sentía, es decir, cantando. Sin duda Dante fue precursor de la música protesta salsera, del barrio metido en los problemas sociales. Solo a él se le podía ocurrir bautizar un disco ‘Ciencia Política’ y convertirlo en una insurrección musical: “Hay que cambiar José, la Flamboyán le dice por qué, hay que cambiar José, la Flamboyán le dice por qué. Debemos cambiar el sistema, removiendo a todos payasos si los políticos no cambian la decisión vendrá muy pronto”.

Desde sus inicios Frankie Dante, al igual que su colega Ismael Rivera, fue un incomprendido. Su sonido de barrio, el juego de trompetas abierto, el trombón agitado y el descollante sonido de una guitarra eléctrica que se transformó en otro de esos gritos de libertad que solía dar Frankie en sus interpretaciones, arrebató una escena salsera que no parecía estar preparada para este revolucionario musical.

“Donde quieras que tu vayas yo te seguiré, sí, yo te seguiré
Donde quiera que te escondas  yo te buscaré, sí, yo te buscaré
Que si te vas pa’ Rusia te seguiré
Aunque me salga el fantasma de Nikita Kruschev”

Corrían los primeros años de la década de oro setentera y ‘Yo te seguiré’, esta creación del fantástico compositor Tite Curet Alonso, se grabó en un magnífico ‘long play’ en cuya carátula aparecen Frankie Dante, con su boína oscura y pinta de latino maloso, junto a un sonriente Larry Harlow. Si, el mismísimo Harlow le produjo un disco a Frankie, porque a pesar de que los grandes empresarios y la Fania mantuvieron a raya a este díscolo de la salsa, los grandes músicos del circuito reconocían la calidad de Dante. Además de Harlow también lo acompañaron Elliot Randal, en la guitarra; Jerry González, en las congas; Billy Baxter, en los timbales y el gran Ismal ‘Pat’ Quintana, en los coros. Precisamente una de las justificaciones que Jerry Masucci y otros empresarios del circuito Fania entregaban para no invitar a Dante o no promover sus producciones como se esperaría era que el timbre de voz de Frankie era muy similar al de Quintana y que por lo tanto no lo necesitaban.

Eso poco les importaba a los talentosos músicos que veían en el trabajo artístico de Dante una verdadera apuesta que fue poco reconocida en aquellos años, pero que en el ‘undergraound’ salsero, con el paso de los calendarios, fue convirtiéndose en objeto de culto. En Cali, por ejemplo, era un desconocido para las emisoras comerciales y aún lo sigue siendo, pero en aquellas recordadas salsotecas ochenteras como la Taberna Latina, la Terrífica, la Ponceña, Pal’ 23 y Olafo, Dante tenía un altar mayor. ‘Cuando Frankie Dante canta, los salseros escuchan’, era un mantra que se seguía en medio del soneo agitado del dominicano y la guitarra rockera que se fundía en goce con el sonido trepidante de los trombones y trompetas, porque si algo le gustaba a este artista era que en el momento del clímax musical, vientos, cuerdas y cueros se unieran en una orgiástica fantasía instrumental que producía un sonido potente que estremecía el cuerpo y dejaba la piel como si se fuera a desprender a pedacitos del hueso salsero.

No ha sido fácil entender las apuestas del enorme Frankie Dante. Incluso el escritor venezolano César Miguel Rondón, autor de ‘El libro de la salsa’, una especie de biblia de la música caribeña, se debate entre el elogio y la crítica a este subversivo del guateque. “Dante es una de las tantas víctimas de las ‘listas negras’ del ambiente latino de Nueva York y siempre se caracterizó por un espíritu rebelde que no dejó de ser consecuente con algo que la salsa arrastraba en el fondo: el desesperado sentimiento del ser marginado que exige ser oído, hasta aquí totalmente de acuerdo. Sin embargo, Frankie nunca llegó muy lejos, no podía hacerlo. Y no tanto por su rebeldía y las ‘listas negras’ sino, simplemente, porque como cantante exhibe demasiadas limitaciones.  Ninguno de sus discos soporta el juicio del melómano acostumbrado al canto caribe”.

La apreciación de Rondón, sin embargo, no hace justicia con los orígenes del sonido Dante. La magia de Frankie, su solidez musical y su arraigo en el melómano de largo aliento es producto precisamente de ese sonido esquinero tan asociado a la salsa pura de los comienzos. Lo que hizo genial el ritmo de Dante fue justamente que no era una ‘salsita light’ sino un verdadero coctel explosivo de sonidos, trombones desgarrados, una voz que a ratos desafinaba porque simplemente podía no llegar al tono alto que se esperaba o porque cuando ‘verseaba’ entraba a destiempo, pero no importaba porque todos entendíamos que eso era parte del barrio que destilaba el gran Frankie Dante.

“Por qué adoré —tu cuerpo de carretera
Que tiene más curvas que vuelta la culebra
 Digo que el abrazo tuyo
Fue como un enredadera
Por poco yo me mareo
Que fuerza tiene esa negra”

Como si tratara de una contundente respuesta a sus críticos, en 1975 participó en un proyecto musical que algunos expertos han catalogado como uno de los mejores en la historia de la salsa: el álbum Beethoven’s V. Esta obra, como pocas, combinó destacados músicos latinos y estadounidenses. En esta producción, realizada con la ayuda de Larry Harlow y Johnny Pacheco, se destaca el trabajo de Markolino Dimond en el piano, un afroamericano que se enamoró de los ritmos caribeños y brilla en este trabajo, especialmente con ‘Por qué adoré’, en donde la voz la hace el gran Chivirico Dávila y en los coros se pasea un cuarteto de vocalistas que cualquier producción envidiaría: El propio Dante, ‘Yayo El Indio’, Pete ‘El conde’ Rodríguez e Ismael Quintana.

El Flamboyán es un árbol de gran tamaño y su flor es de color rojo intenso, por lo que ha sido reconocida como la flor nacional de Haití. Dante debió haber visto muchos de estos árboles en su natal República Dominicana y seguramente quedó impactado con su frondosidad y colorido. Con la Orquesta Flamboyán Dante generó sombra, pero también hay que reconocer que fue un árbol solitario al que no dejaron prosperar sus frutos.

A través de su orquesta original, Frankie logró trabajos extraordinarios en los que la armonía y la discordancia musical, el orden y el caos se conjugaban de manera anárquica para producir una sonoridad brutal, esquinera, de barrio adentro, donde la voz de Dante sonaba más grave que nunca y las experimentaciones se hacían más profundas.

Wílmer Yllahuamán, en su blog El Bembé Cuyabro, recuerda que en 1979 Frankie Dante, fiel a su estilo indomable y controvertido, se fue en busca de nuevos secuaces, iguales o más indómitos que él. “De esta forma nacieron Los Rebeldes, capitaneados por él y teniendo por lugartenientes a los bravísimos José Mangual, Ray Maldonado y Milton Cardona. Para esta ocasión Dante se adornó con un saco, corbata michi y con irónica pinta, a lo Jerry Lewis, continuó con su ácida crítica política en ‘Los Congresistas’ y su mensaje de armonía y de fe en ‘Paz Espiritual’. No en vano este indisciplinado sonero es considerado el precursor de la salsa consciente y pacifista, el pionero de la doctrina política y contestataria que años más tarde alcanzaría su culmen con otro demócrata e igualitario del género: Su majestad, Rubén Blades”, recuerda el melómano escritor.

“Oigan me quieren matar crucificar
Oigan me quieren matar crucificar
Me quisieron castigar, quisieron hacerme un daño
El complot pues les falló y hablamos del viejo año
Oigan me quieren matar crucificar
Oigan me quieren matar crucificar
Quisiera crucificarme, herirme, eliminarme
Pero aquí nos quedaremos Flamboyán siempre pa’ lante”

Tres años antes, en 1976, hizo una producción poco difundida. ‘Los Salseros de acero’ contó con la participación de Tito Puente y Charlie Palmieri como artistas invitados y al escuchar el trabajo musical se comprende porqué buscaron por todas las formas cerrarle las puertas. El transgresor del ritmo le dedicó un ‘numerito’ de  cuatro minutos y 48 segundos a todos aquellos que torpedeaban sus producciones y que apuntaba, en primer término, a Jerry Masucci y todo el mundillo del sello Fania, que era el que controlaba la movida salsera de los setenta. Frankie, fiel a su rebeldía, interpretó una canción que le salió desde lo más profundo de su espíritu contestatario: ‘Me quieren crucificar’ se transformó en el emblema de los desposeídos, en el estandarte sonoro de los asediados, en el himno de los señalados y en el mantra de los perseguidos.

“Me echaron los perros y no me mordieron, Oigan me quieren matar crucificar, trataron de darme, trataron de quemarme, Oigan me quieren matar crucificar, con la Flamboyán seguiré pa’ lante”, dice una de sus estrofas más contundentes, seguida inmediatamente de una descarga de guitarra eléctrica alucinante, mientras el montuno pervive al fondo y se fusiona de una forma prodigiosa con los acordes desgarrados de esa guitarra. Verdaderamente es una joya musical aún poco apreciada, pero que entre los salseros de fuste y los coleccionistas de largo aliento es una suerte de ‘incunable’ de la salsa con un valor transcendental desde lo artístico y, especialmente, desde la resistencia.

El epitafio de este disco es un desafío desde la rebeldía, pero también el grito desesperado de un hombre al que quieren cortarles las alas de su creatividad, lo único que verdaderamente hace libre a un artista: “Oye me quieren me quieren complicar mi vida, que Dios los bendiga que yo los perdono, eeeehhh la vida hay que vivir, yo quiero vivir, yo quiero vivir, yo no quiero morir en cadenas, no quiero morir en cadenas”…

Los mejores años de Frankie se fueron marchitando al compás de la desaparición de esa salsa de golpe que fue sustituida por la decadente salsa monga o de alcoba. Los estribillos eróticos insulsos de quiero hacerte el amor y tú te alejas reemplazaron la fortaleza cadenciosa de versos provocadores plenos de sabiduría barrial: ‘en mi corazón encierro todo lo justo y lo bueno, y el que guía perro ajeno pierde el pan y pierde el perro’.

En 1979 llegó su último grito de rebeldía, su apuesta final en la jungla salsera. Como no podía ser de otra manera, llamó a su agrupación ‘Los rebeldes’, tal vez pensando en ese otro ícono de la transgresión artística en el caribe, Bob Marley. Con los arreglos del mago Louie Ramírez y la dirección musical de Milton Cardona, Dante no abandonó sus orígenes y produjo una temática esquinera, con las trompetas abiertas, el montuno permanente y la guitarra eléctrica que ya nunca lo abandonaría. La versión del tema ‘Semilla de Caña Brava’, del cubano Luis Martínez Griñán, es sencillamente majestuosa. En un evidente esfuerzo por alcanzar el tono, Frankie hace un esfuerzo superlativo para alcanzar unas notas altas, sorprendente para su voz grave y pastosa que gustaba tanto en los rumberos callejeros. Su grito rebelde cuando ratifica: “Yo soy callejero y nunca lo niego”, se convirtió en la marca que lo seguiría por siempre.

El hijo de la calle, al que saludaban y le preguntaban ‘oye Frankie cómo estás’. El hombre que era candela y no lo niega se fue apagando en la década ochentera. La salsa romántica logró lo que las grandes productoras y empresarios no pudieron. La salsa de largo aliento de Dante ya no agradaba, nadie quería que le recordaran sus miserias, pocos apreciaban una música que los pusiera a pensar. Con sus penas atrapadas en las entrañas, Frankie se marchó en silencio, sin aspavientos y sin poder regresar a su vieja Quisquella. El 1 de marzo de 1993 el primogénito del barrio, el callejero que nunca renunció a su condición murió de cáncer a los 48 años, demasiado joven para mudarse de barrio.

A pesar de todo, como la semilla de Caña Brava a la que le cantó, el sonido Dante tuvo tallos gruesos, sólidos y, a pesar de que quisieron cortar sus ramas, resistió el inexorable paso del tiempo. Solo te digo algo, viejo Frankie, donde quieras que tu vayas yo te seguiré, donde quieras que te escondas yo te buscaré, que si te vas pa’ Rusia te seguiré, aunque me salga el fantasma de Nikita Kruschev…

Diez temas para recordar la sonoridad de Dante:

Por: Gerardo Quintero Tello - Jefe de Redacción de 90 Minutos
Diseño: Giovanni Castro
Audio: Moisés Molina

Quizás no hay mejor manera de describir a Frankie Dante, el irreverente de la salsa, que como él mismo lo hizo en ‘Semilla de Caña Brava’, uno de los últimos discos que interpretó y que se convirtió en una suerte de autobiografía musical. “Oye, me dicen, me llaman, me dicen que soy el hijo de la calle… Ay la gente me saluda, me dan la mano y me dicen oye Frankie, como tú estás… Candela, candela, soy candela y no lo niego, no soy un tipo bribón, yo vengo de la calle y nunca se me olvidará”.

Este fenomenal estribillo en la potente voz de quien un 15 de septiembre de 1945 fue bautizado con el nombre de Lenin Francisco Domingo Cerda es una última declaración de principios, el grito final de rebeldía de un artista que vivió al filo de la cornisa, que se enfrentó a los poderosos empresarios de la época, que fue un contestatario de la música, que introdujo variantes únicas y cuyo legado en el ambiente salsero no ha sido lo suficientemente reconocido y valorado.

Y aunque optó por quitarse su nombre original, Lenin Francisco lideró una revolución musical, contestaria, políticamente incorrecta, en la que cantó contra la guerra, soneó contra la injusticia y batalló a contracorriente con los acordes que le querían imponer.

El pequeño Lenin, bautizado así por sus padres en homenaje al hombre fuerte de la revolución de Octubre, nació en República Dominicana y casi que desde allí comenzaron esos ‘olvidos’ salseros, pues cuando se habla de los grandes artistas de Quisqueya se menciona a Jhonny Pacheco, Cuco Valoy, José Alberto ‘El Canario’ y quizás a Ray Reyes ‘el cantor’, pero pocos recuerdan que de la hermosa isla caribeña también es Frankie Dante.

El hombre al que querían crucificar, al que le echaron los perros y no lo mordieron, al que trataron de darle y trataron de quemarle, pero que con la Flamboyán siguió pa’ lante, hizo tránsito muy joven al barrio latino, al ‘Bronx Newyorrican’ y allá conoció de cerca la movida salsera que se imponía en los años setenta. Frecuentaba los icónicos clubes El Caborrojeño y el Cheetah donde comenzó a ser reconocido por su música ‘underground’, con el tufillo de los bajos fondos del barrio.

“Si yo fuera un presidente
Se acabaría la milicia
Los taxes se bajarían
Ese dinero se usara
Para el bien de la comunidad”

Frankie Dante tenía una gran conciencia política y por eso cantó que si él fuera presidente la guerra terminaría, no habría fuerzas armadas y la guerra se acabaría. Eran los años finales de los sesenta y la guerra de Vietnam se cobraba las vidas de cientos de latinos y negros. En el Bronx latino Dante era testigo de la pobreza de sus pares, de la exclusión y el racismo a los de este lado del mundo que habían emigrado en busca del ‘american dream’. Dante era un pacifista convencido y ante su rechazo a la muerte y de cómo la milicia se aprovechaba de las esperanzas de los jóvenes no encontró otra salida que expresarlo como mejor lo sentía, es decir, cantando. Sin duda Dante fue precursor de la música protesta salsera, del barrio metido en los problemas sociales. Solo a él se le podía ocurrir bautizar un disco ‘Ciencia Política’ y convertirlo en una insurrección musical: “Hay que cambiar José, la Flamboyán le dice por qué, hay que cambiar José, la Flamboyán le dice por qué. Debemos cambiar el sistema, removiendo a todos payasos si los políticos no cambian la decisión vendrá muy pronto”.

Desde sus inicios Frankie Dante, al igual que su colega Ismael Rivera, fue un incomprendido. Su sonido de barrio, el juego de trompetas abierto, el trombón agitado y el descollante sonido de una guitarra eléctrica que se transformó en otro de esos gritos de libertad que solía dar Frankie en sus interpretaciones, arrebató una escena salsera que no parecía estar preparada para este revolucionario musical.

“Donde quieras que tu vayas yo te seguiré, sí, yo te seguiré
Donde quiera que te escondas  yo te buscaré, sí, yo te buscaré
Que si te vas pa’ Rusia te seguiré
Aunque me salga el fantasma de Nikita Kruschev”

Corrían los primeros años de la década de oro setentera y ‘Yo te seguiré’, esta creación del fantástico compositor Tite Curet Alonso, se grabó en un magnífico ‘long play’ en cuya carátula aparecen Frankie Dante, con su boína oscura y pinta de latino maloso, junto a un sonriente Larry Harlow. Si, el mismísimo Harlow le produjo un disco a Frankie, porque a pesar de que los grandes empresarios y la Fania mantuvieron a raya a este díscolo de la salsa, los grandes músicos del circuito reconocían la calidad de Dante. Además de Harlow también lo acompañaron Elliot Randal, en la guitarra; Jerry González, en las congas; Billy Baxter, en los timbales y el gran Ismal ‘Pat’ Quintana, en los coros. Precisamente una de las justificaciones que Jerry Masucci y otros empresarios del circuito Fania entregaban para no invitar a Dante o no promover sus producciones como se esperaría era que el timbre de voz de Frankie era muy similar al de Quintana y que por lo tanto no lo necesitaban.

Eso poco les importaba a los talentosos músicos que veían en el trabajo artístico de Dante una verdadera apuesta que fue poco reconocida en aquellos años, pero que en el ‘undergraound’ salsero, con el paso de los calendarios, fue convirtiéndose en objeto de culto. En Cali, por ejemplo, era un desconocido para las emisoras comerciales y aún lo sigue siendo, pero en aquellas recordadas salsotecas ochenteras como la Taberna Latina, la Terrífica, la Ponceña, Pal’ 23 y Olafo, Dante tenía un altar mayor. ‘Cuando Frankie Dante canta, los salseros escuchan’, era un mantra que se seguía en medio del soneo agitado del dominicano y la guitarra rockera que se fundía en goce con el sonido trepidante de los trombones y trompetas, porque si algo le gustaba a este artista era que en el momento del clímax musical, vientos, cuerdas y cueros se unieran en una orgiástica fantasía instrumental que producía un sonido potente que estremecía el cuerpo y dejaba la piel como si se fuera a desprender a pedacitos del hueso salsero.

No ha sido fácil entender las apuestas del enorme Frankie Dante. Incluso el escritor venezolano César Augusto Rondón, autor de ‘El libro de la salsa’, una especie de biblia de la música caribeña, se debate entre el elogio y la crítica a este subversivo del guateque. “Dante es una de las tantas víctimas de las ‘listas negras’ del ambiente latino de Nueva York y siempre se caracterizó por un espíritu rebelde que no dejó de ser consecuente con algo que la salsa arrastraba en el fondo: el desesperado sentimiento del ser marginado que exige ser oído, hasta aquí totalmente de acuerdo. Sin embargo, Frankie nunca llegó muy lejos, no podía hacerlo. Y no tanto por su rebeldía y las ‘listas negras’ sino, simplemente, porque como cantante exhibe demasiadas limitaciones.  Ninguno de sus discos soporta el juicio del melómano acostumbrado al canto caribe”.

La apreciación de Rondón, sin embargo, no hace justicia con los orígenes del sonido Dante. La magia de Frankie, su solidez musical y su arraigo en el melómano de largo aliento es producto precisamente de ese sonido esquinero tan asociado a la salsa pura de los comienzos. Lo que hizo genial el ritmo de Dante fue justamente que no era una ‘salsita light’ sino un verdadero coctel explosivo de sonidos, trombones desgarrados, una voz que a ratos desafinaba porque simplemente podía no llegar al tono alto que se esperaba o porque cuando ‘verseaba’ entraba a destiempo, pero no importaba porque todos entendíamos que eso era parte del barrio que destilaba el gran Frankie Dante.

“Por qué adoré —tu cuerpo de carretera
Que tiene más curvas que vuelta la culebra
 Digo que el abrazo tuyo
Fue como un enredadera
Por poco yo me mareo
Que fuerza tiene esa negra”

Como si tratara de una contundente respuesta a sus críticos, en 1975 participó en un proyecto musical que algunos expertos han catalogado como uno de los mejores en la historia de la salsa: el álbum Beethoven’s V. Esta obra, como pocas, combinó destacados músicos latinos y estadounidenses. En esta producción, realizada con la ayuda de Larry Harlow y Johnny Pacheco, se destaca el trabajo de Markolino Dimond en el piano, un afroamericano que se enamoró de los ritmos caribeños y brilla en este trabajo, especialmente con ‘Por qué adoré’, en donde la voz la hace el gran Chivirico Dávila y en los coros se pasea un cuarteto de vocalistas que cualquier producción envidiaría: El propio Dante, ‘Yayo El Indio’, Pete ‘El conde’ Rodríguez e Ismael Quintana.

El Flamboyán es un árbol de gran tamaño y su flor es de color rojo intenso, por lo que ha sido reconocida como la flor nacional de Haití. Dante debió haber visto muchos de estos árboles en su natal República Dominicana y seguramente quedó impactado con su frondosidad y colorido. Con la Orquesta Flamboyán Dante generó sombra, pero también hay que reconocer que fue un árbol solitario al que no dejaron prosperar sus frutos.

A través de su orquesta original, Frankie logró trabajos extraordinarios en los que la armonía y la discordancia musical, el orden y el caos se conjugaban de manera anárquica para producir una sonoridad brutal, esquinera, de barrio adentro, donde la voz de Dante sonaba más grave que nunca y las experimentaciones se hacían más profundas.

Wílmer Yllahuamán, en su blog El Bembé Cuyabro, recuerda que en 1979 Frankie Dante, fiel a su estilo indomable y controvertido, se fue en busca de nuevos secuaces, iguales o más indómitos que él. “De esta forma nacieron Los Rebeldes, capitaneados por él y teniendo por lugartenientes a los bravísimos José Mangual, Ray Maldonado y Milton Cardona. Para esta ocasión Dante se adornó con un saco, corbata michi y con irónica pinta, a lo Jerry Lewis, continuó con su ácida crítica política en ‘Los Congresistas’ y su mensaje de armonía y de fe en ‘Paz Espiritual’. No en vano este indisciplinado sonero es considerado el precursor de la salsa consciente y pacifista, el pionero de la doctrina política y contestataria que años más tarde alcanzaría su culmen con otro demócrata e igualitario del género: Su majestad, Rubén Blades”, recuerda el melómano escritor.

“Oigan me quieren matar crucificar
Oigan me quieren matar crucificar
Me quisieron castigar, quisieron hacerme un daño
El complot pues les falló y hablamos del viejo año
Oigan me quieren matar crucificar
Oigan me quieren matar crucificar
Quisiera crucificarme, herirme, eliminarme
Pero aquí nos quedaremos Flamboyán siempre pa’ lante”

Tres años antes, en 1976, hizo una producción poco difundida. ‘Los Salseros de acero’ contó con la participación de Tito Puente y Charlie Palmieri como artistas invitados y al escuchar el trabajo musical se comprende porqué buscaron por todas las formas cerrarle las puertas. El transgresor del ritmo le dedicó un ‘numerito’ de  cuatro minutos y 48 segundos a todos aquellos que torpedeaban sus producciones y que apuntaba, en primer término, a Jerry Masucci y todo el mundillo del sello Fania, que era el que controlaba la movida salsera de los setenta. Frankie, fiel a su rebeldía, interpretó una canción que le salió desde lo más profundo de su espíritu contestatario: ‘Me quieren crucificar’ se transformó en el emblema de los desposeídos, en el estandarte sonoro de los asediados, en el himno de los señalados y en el mantra de los perseguidos.

“Me echaron los perros y no me mordieron, Oigan me quieren matar crucificar, trataron de darme, trataron de quemarme, Oigan me quieren matar crucificar, con la Flamboyán seguiré pa’ lante”, dice una de sus estrofas más contundentes, seguida inmediatamente de una descarga de guitarra eléctrica alucinante, mientras el montuno pervive al fondo y se fusiona de una forma prodigiosa con los acordes desgarrados de esa guitarra. Verdaderamente es una joya musical aún poco apreciada, pero que entre los salseros de fuste y los coleccionistas de largo aliento es una suerte de ‘incunable’ de la salsa con un valor transcendental desde lo artístico y, especialmente, desde la resistencia.

El epitafio de este disco es un desafío desde la rebeldía, pero también el grito desesperado de un hombre al que quieren cortarles las alas de su creatividad, lo único que verdaderamente hace libre a un artista: “Oye me quieren me quieren complicar mi vida, que Dios los bendiga que yo los perdono, eeeehhh la vida hay que vivir, yo quiero vivir, yo quiero vivir, yo no quiero morir en cadenas, no quiero morir en cadenas”…

Los mejores años de Frankie se fueron marchitando al compás de la desaparición de esa salsa de golpe que fue sustituida por la decadente salsa monga o de alcoba. Los estribillos eróticos insulsos de quiero hacerte el amor y tú te alejas reemplazaron la fortaleza cadenciosa de versos provocadores plenos de sabiduría barrial: ‘en mi corazón encierro todo lo justo y lo bueno, y el que guía perro ajeno pierde el pan y pierde el perro’.

En 1979 llegó su último grito de rebeldía, su apuesta final en la jungla salsera. Como no podía ser de otra manera, llamó a su agrupación ‘Los rebeldes’, tal vez pensando en ese otro ícono de la transgresión artística en el caribe, Bob Marley. Con los arreglos del mago Louie Ramírez y la dirección musical de Milton Cardona, Dante no abandonó sus orígenes y produjo una temática esquinera, con las trompetas abiertas, el montuno permanente y la guitarra eléctrica que ya nunca lo abandonaría. La versión del tema ‘Semilla de Caña Brava’, del cubano Luis Martínez Griñán, es sencillamente majestuosa. En un evidente esfuerzo por alcanzar el tono, Frankie hace un esfuerzo superlativo para alcanzar unas notas altas, sorprendente para su voz grave y pastosa que gustaba tanto en los rumberos callejeros. Su grito rebelde cuando ratifica: “Yo soy callejero y nunca lo niego”, se convirtió en la marca que lo seguiría por siempre.

El hijo de la calle, al que saludaban y le preguntaban ‘oye Frankie cómo estás’. El hombre que era candela y no lo niega se fue apagando en la década ochentera. La salsa romántica logró lo que las grandes productoras y empresarios no pudieron. La salsa de largo aliento de Dante ya no agradaba, nadie quería que le recordaran sus miserias, pocos apreciaban una música que los pusiera a pensar. Con sus penas atrapadas en las entrañas, Frankie se marchó en silencio, sin aspavientos y sin poder regresar a su vieja Quisquella. El 1 de marzo de 1993 el primogénito del barrio, el callejero que nunca renunció a su condición murió de cáncer a los 48 años, demasiado joven para mudarse de barrio.

A pesar de todo, como la semilla de Caña Brava a la que le cantó, el sonido Dante tuvo tallos gruesos, sólidos y, a pesar de que quisieron cortar sus ramas, resistió el inexorable paso del tiempo. Solo te digo algo, viejo Frankie, donde quieras que tu vayas yo te seguiré, donde quieras que te escondas yo te buscaré, que si te vas pa’ Rusia te seguiré, aunque me salga el fantasma de Nikita Kruschev…

Diez temas para recordar la sonoridad de Dante:


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