Adam Pearson es un actor británico que ganó notoriedad por su papel en la película "Under the Skin" en 2013. Con 39 años, ha sido reconocido en Hollywood por su defensa y visibilidad de la discapacidad en la industria cinematográfica.
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Se graduó en administración de empresas en la Universidad de Brighton, y aunque su carrera en el mundo del espectáculo comenzó hace poco, su participación junto a Scarlett Johansson en "Under the Skin" lo ha establecido como un referente en el activismo.
A menudo enfrenta etiquetas como "deforme", "monstruo" o "mutante" debido a una rara condición genética que afecta su apariencia. Sin embargo, ha utilizado su fama para combatir el estigma relacionado con la desfiguración.
Adam Pearson se considera a sí mismo un sobreviviente del rechazo social, resultado de su rara condición: la neurofibromatosis. En este sentido, según el portal Clinic Mayo, esta afección genética provoca alteraciones en la pigmentación de la piel y la formación de tumores en el tejido nervioso.
Por lo tanto, su experiencia refleja no solo los desafíos físicos que enfrenta, sino también las repercusiones sociales que ha debido afrontar a lo largo de su vida.
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Una lucha constante: miradas, burlas y recuerdos dolorosos
La neurofibromatosis ha hecho que el actor experimente el desarrollo de tumores prominentes en su rostro. Una situación que recuerda a la del personaje de "El hombre elefante".
Pearson ha compartido que ha aprendido a vivir con la neurofibromatosis, pero cada vez que sale a la calle, siente las miradas de los demás. Ya que muchos sienten “curiosidad”, otros se ríen y algunos le muestran lástima. En una conversación con la BBC, comentó que esta situación no es nueva para él; desde su infancia, experimentó el rechazo en la escuela. Donde temía diariamente los “delitos de odio por discapacidad”.
En una entrevista con The Mirror, Adam recordó un incidente de su adolescencia en el que un compañero lo engañó, haciéndole creer que un profesor lo operaría en otro salón. Cuando entró, fue atacado por sus compañeros. “Regresé a casa con saliva en toda la chaqueta. Fue terrible”, recordó, añadiendo que su único consuelo era contar los días que faltaban hasta las vacaciones. "Solo quedan siete días’, decía mi madre, y yo me despertaba cada mañana temiendo las horas que me esperaban”.
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