La seguridad en Cali no puede ser vista como un mal menor, sino como un factor trascendental que sobrepasa las barreras del territorio y tiene una incidencia directa sobre la capital del Valle.
Lo que ocurrió este domingo en Ciudad Pacífica, sur de la ciudad, donde cuatro hombres en moto asesinaron a dos ciudadanos, oriundos de Buenaventura y Medellín, quienes hace pocos días llegaron a Cali, es un campanazo de alerta que no se puede dejar pasar por alto.
Lo que está pasando con Cali es preocupante porque se ha convertido en la sucursal del crimen. Lo que pasó este domingo demuestra eso: personas de otras ciudades que llegan aquí y son objeto de ataques sicariales.
Mi experiencia de 25 años como militar me lleva analizar que muchos de los asesinatos registrados en Cali tienen como origen disputas ilegales en otras regiones del país.
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Cali se ha convertido en una de las ciudades preferidas para estas estructuras ilegales. No estamos hablando de simples bandas de barrio. Cali por su cercanía con el norte del Cauca, donde el narcotráfico está disparado, así como Nariño, al sur del país, y Buenaventura, Pacífico colombiano, es la que está pagando mucho de los platos rotos de estas regiones.
Frente a esto, y teniendo en cuenta que en Cali se han registrados 289 asesinatos reportados por el Observatorio de Seguridad este año, insisto en que una de las propuestas para diezmar este flagelo es la presentación de un plan para articular en un solo cuerpo anticriminal a la Policía, Ejército y CTI.
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Si seguimos trabajando de manera desarticulada, la inseguridad nos seguirá ganando ventaja. Hay que actuar con propuestas de choque ante una realidad que amenaza con desbordar la institucionalidad de Cali.
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