Icono del sitio

Adiós a Iván Montoya: la cara de la reina infinita de los caleños, Jovita Feijóo

Adiós a Iván Montoya: la cara de la reina infinita de los caleños, Jovita Feijóo

El hombre que encarnó a Jovita Feijóo en el tradicional desfile del Cali Viejo falleció este jueves en la tarde. Se llamaba Iván Montoya, de 87 años, y cumplió aquella tarea cultural durante dos décadas.

Según contaron familiares de Montoya, el hombre se hallaba hospitalizado hace dos semanas. Estaba en la Unidad de Cuidados Intensivos por problemas coronarios y pocos días después le dieron de alta. Sin embargo, una nueva recaída le generó un problema respiratorio que fue mortal para él.

El cuerpo del actor, nacido 30 de noviembre de 1929 en el Quindío, fue velado en la Casa de Funerales La Ermita, ubicada en la Carrera 39 con Calle 2A. Y después fue trasladado al Cementerio La Ermita, sobre la antigua vía Cali-Yumbo, en donde será cremado a la una de la tarde.

El mundo del arte lamentó la partida de este personaje tan simbólico entre los caleños. Cada 28 de diciembre, bien sea desde una carroza, bien sea desde un contacto íntimo con la gente, Iván hacía el papel de la ‘reina de Cali’, vistiendo collares, tacones y corona.

Lea también:

https://90minutos.co/60-feria-de-cali-corfecali-camilo-zamora-04-08-2017/

De hecho, él llegó a conocer a Jovita en 1953, cuando llegó a Cali huyendo de la violencia de su región. Según contó a El País en diciembre del 2016, Iván se sintió atraída por ella cuando la vio cruzar la Calle 12, vestida como “una dama de la alta sociedad”, prendas que las mujeres distinguidas le regalaban.

En ese entonces, Radio Higueronia, la única emisora de Cali, le había dado el título de reina de la ciudad. Su verdadero nombre era Jovina y soñaba con ser cantante. Vivía en una casa de bahareque situada en la Carrera 1A con Calle 16, en el barrio El Hoyo, en el norte de Cali. Además, según suponen, su actitud alocada se debió por la muerte de Humberto, uno de sus sobrinos, y la de su madre, Joaquina Feijóo.

Los caleños aún no olvidan aquel triste 15 de julio de 1970. Ese fecha, Jovita falleció a los 60 años por un infarto que la sorprendió mientras estaba en la ducha. Su funeral conglomeró a una multitud que la acompañó desde la Catedral de San Pedro hasta el Cementerio Central.

Y este jueves fue el turno de Iván, otro personaje transcendente. Un actor que aprendió las maneras de Jovita al encontrársela tan seguidamente. Su sonrisa, sus gestos de manos y su extravagante forma de vestir: todo se le quedó grabado.

Pero su legado no quedará rendido al olvido. La Secretaría de Cultura de Cali le rendirá un homenaje postumo en el Festival Internacional de Teatro, que se llevará a cabo del 20 al 27 de octubre. Y mientras tanto, Corfecali hará lo mismo durante el Desfile del Cali Viejo, programado para el 28 de diciembre en la Feria de Cali.

Una carta, la despedida de un amigo

El muerto que nunca enterraron, de William López Arango

A pesar de sus 88 años de vida, de haber sobrevivido a tres accidentes fatales, a 16 cirugías riesgosas y de haber salido dos veces victorioso de un estado de coma… se veía por las calles de Cali a un hombre lúcido, sonriente y jovial, sinónimo del arte y la dramaturgia en la capital vallecaucana.

Era Barlaham de Jesús Montoya Correa. Un loco de esos que lo había perdido todo, menos la razón. En el mundo artístico, entre sus colegas y pupilos del Instituto Departamental de Bellas Artes lo llamaban “El maestro” Iván Montoya. El mismo que desde el año 1999 venía encarnando en los desfiles del Cali Viejo a Jovita Feijó por petición del zanquero Wilman Arango, quien en un afán apresurado por quedar bien en el Festival de Teatro del Instituto Popular de Cultura (IPC), le solicitó al maestro que representara a la reina de Cali.

Tan soberbia y contundente fue su actuación, que autoridades culturales de la región como Amparo Sinisterra de Carvajal, Mariana Garcés, Boris Roth, María Cristina Jiménez, Germán Patiño, Fanny Mickey, Diego Pombo, Andrea Buenaventura  -entre otros- no dudaron ni un segundo que estaban ante un monstruo de las tablas y las artes escénicas. A partir de allí, se inmortalizó el personaje.

El inmenso Iván Montoya -con sus 1.50 metros de estatura y 45 kilos de peso- más que representar a la gran Jovita, la entronizó. Venía estudiando el personaje desde cuando ella llegó en cuerpo y alma a la Radio Higueronia a participar en el concurso “El cantante de los 100 barrios caleños”, aquel mes de marzo de 1968 cantando el vals peruano “Piquito” que interpretaban las Hermanitas Aguilar y Los Cuyos. Su voz chillona y desafinada era el hazmerreír de la audiencia. Pero fue tal su constancia y entrega, que a la emisora no le quedó más remedio que declararla fuera de concurso y nombrarla “La reina de Cali”.

Compartir con la nueva soberana la escogencia de los vestidos, guantes, pavas y zapatos que le daban las damas de la alta sociedad caleña para que luciera como la mujer más bella de la región -a sabiendas que era una empleada del servicio doméstico- motivó a Iván a demostrar que aquella ‘loca’ estaba tan cuerda como quienes le hacían calle de honor y reverencias al pasar.

Aprovechó su vinculación al Instituto Departamental de Bellas Artes (entidad a la que lo matriculó Carlos Sánchez Jaramillo, el Juan Valdés de la Federación Nacional de Cafeteros), para perfeccionar la gesticulación y el andar soberbio de la reina de reinas.

Su capacidad histriónica fue comentada en el mundo de las tablas. Y fue Fanny Mickey la que lo catapultó con el nombre de “Iván” porque el de “Barlaham” se le dificultaba para su acento argentino. No en vano ella se había cambiado el nombre de Elisa por el de Fanny. Secreticos que guardaba con recelo la secretaria de aquel entonces, Gloria Velasco.

Para muchos, la llegada a la ciudad de este par de personajes encarnados en un solo cuerpo, fue un regalo para el arte y la cultura de Cali.

Aunque se consideraba oriundo de Sevilla (Valle) – pueblo al que quería volver para morir y ser sepultado en tierra pura- este hijo de Luis Adán Montoya Arcila Palacios Abad De Greif (1893) y Ana de Jesús Correa Largo (1900) nació en la vereda Las Partidas de la Española del municipio de Montenegro (Quindío) un 30 de septiembre de 1929.

Allí también fue bautizado en una accidentada ceremonia, pues cuando al Padre García le dijeron que el niño se llamaría “Barlaham”, se opuso rotundamente a proseguir con los actos litúrgicos porque ese era el nombre maldito del arzobispo Barlaham Bernardi de la iglesia ortodoxa griega, enemigo de la iglesia cristiana.

Don Luis Adán y los cuatro padrinos -en medio de la borrachera en que estaban- le explicaron al cura que ese nombre lo iban a colocar en homenaje a su amigo Filemón Pizarro, quien tenía un hijo que llamaba así. Ante la terquedad del cura no les quedó más remedio que pegarle una trompada y dos planazos al representante de Dios y machete en mano obligarlo a llevar a cabo el sacramento.

Para evitar problemas en el pueblo, la familia Montoya Correa se fue a vivir a Sevilla (Valle). Allí pasó su infancia y parte de su juventud Barlaham de Jesús, al lado de sus hermanos Héctor, Carlina, Octavio, Eliecer, Octaliva, Mireya, Jorge Asdrúbal y Danielly.

Diecisiete años después, cuando el niño ya joven debía presentarse al ejército para pagar el servicio militar, fue a Montenegro (Quindío) a buscar la partida de bautizo. Y cuál no sería su sorpresa al ver que sobre el documento original escrito con tinta negra habían tachado su nombre de pila y con tinta verde habían escrito “Abraham”. Por esta inconsistencia el obispo Baltazar Álvarez Restrepo ordenó la corrección y debió notificar a la Registraduría del incidente.

Parte de sus estudios secundarios los hizo en Manizales, ciudad que debió abandonar por no soportar el clima frío. Fue cuando se trasladó a Cali a terminar el bachillerato en la Escuela Ricardo Nieto, donde por haber sido el mejor bachiller de 1942 tuvo el privilegio de sembrar un árbol de eucalipto con el caudillo Jorge Eliécer Gaitán.

En el año 1951 su padre -a quien conocían como ‘Chulo’- se ganó $48.000 con la lotería del Valle. Vino a Cali a reclamar el premio. Se hospedó en el Hotel El Cisne, enseguida de la iglesia La Ermita. Cambió la plata, se devolvió para Sevilla y vendió la finca La Rochela por $100.000 para negociar una casa grande en el corazón del pueblo, pero debido a una extorsión de los chusmeros de aquella época decidió el 3 de enero de 1953 irse a vivir a Cali.

El 20 de septiembre de 1955 Luis Adán falleció víctima de un cáncer en el duodeno.La familia se devolvió para Sevilla, pero Barlaham se quedó en Cali y lo único que heredó fue el apodo de ‘Chulito’.

A su padre lo apodaron ‘Chulo’ en Fredonia (Antioquia) porque fue el único varón vivo que quedó de toda la prosapia que tuvo su madre Úrsula Arcila. A las Úrsulas les llaman ‘Chulas’. Por tanto, él fue ‘Chulo’. Y su hijo, ‘Chulito’.

‘Chulito’ se quedó en Cali para inmortalizar a Jovita. Se metió en cuerpo y alma a representar a aquella dama alta, esbelta, que tenía una mezcla entre zamba y mulata y que miraba por encima del hombro con sus ojos amarillos.

Empezó a personificarla en los café concierto. La llevó a Tuluá por invitación de Johnny Rasmussen y Mercedes Sebastian, quienes exponían sus fotografías en La Casa Vostra de Salcedo. Allí la dio a conocer a través de la poesía, el teatro y el canto, con música de fondo de Louis Amstrong.

Su primera aparición en la Feria de Cali la hizo en 1999. Y a partir de entonces fue un patrimonio viviente e invitado de honor en todos los desfiles. La Corporación de Ferias y Eventos de Cali – Corfecali, cada año le alistaba su carroza acompañada de su séquito conformado por tres edecanes representando el colectivo onírico y los chafarotes de tierra mar y aire; el colectivo del cadete, el soldado, el medallero y el marinero; y el colectivo del gobierno civil, con el presidente, el gobernador y el alcalde; la dama de compañía, la iglesia inquisitorial de España y su frayle y los niños pajecitos de la reina.

Aunque en términos generales Corfecali y las Administraciones de turno la habían tratado como una reina, quería borrar de su memoria y de la de Jovita la nefasta labor que -según él- en su contra hicieron dos siniestros áulicos de Cali empeñados en acabar con el personaje.

“No les di gusto a ese par de ‘personajillos’ y preferí salir a pie para tumbarles el argumento de que yo no podía salir porque no había presupuesto para pagar la carroza. Para remendarla -porque me quejé ante sus superiores- me dijeron que iría en una victoria alquilada en Palmira. Y acepté. Pero el día del evento me mandaron un triciclo, cuyo conductor era un viejo octogenario como yo. Por eso, enfermo y todo, me fui a pie. Estuve cinco días en cama, con los pies hinchados, humillado y ofendido, pero con la satisfacción de haberle cumplido a Cali.”

Haber sacado fuerzas de donde no tenía, para Barlaham  eso fue un milagro que le hizo Jovita. Así como el milagro que también le atribuía al haber quedado vivo después del accidente ocurrido durante un ensayo.

Recuerda que aquel 10 de junio del año 2009, Roxana -estudiante de Bellas Artes- para su proyecto de grado presentó la obra Los Invasores. En una de las escenas ella se subió a un andamio de 1.70 metros de altura y al hacer una arenga desde el balcón, el cuerpo le cogió ventaja y sus 85 kilos cayeron sobre el diminuto maestro. Estuvo inconsciente 1 hora y 17 minutos, vomitó sangre 7 veces, le aplicaron los santos óleos y hasta vio el hoyo negro. Pero siguió adelante.

Entre sombras veía revoletear a su lado a todos los compañeros del Instituto, a los paramédicos y a los curiosos. Desde que lo subieron a la ambulancia hasta que llegó a la clínica Rafael Uribe Uribe, vomitó sangre siete veces. Lo trasladaron a la Clínica Valle del Lili, donde después de numerosos exámenes le descubrieron -además del golpe- una úlcera estomacal, dos tumoraciones y una infección.

El médico Óscar Rojas Payán le intervino el cólon, el duodeno, el bazo y el intestino delgado. A los dos días y en estado anémico, entró en coma y sintió que se iba para el más allá. Al despertar le preguntó a una enfermera si estaba en el cielo o en la clínica. Una semana después sufrió un ataque de tos, se le reventaron los puntos, empezó a desangrarse y tuvo que ser intervenido nuevamente por el cirujano y director de la clínica, Martin Gualtemberg, con quien tenía una bonita amistad porque cada año hacía el maquillaje de él y su esposa para el baile que la colonia judía los 28 de diciembre en el Club Campestre.

Volvió a entrar en coma y repitió el ciclo de la muerte. Recordó a Jovita partiendo de este mundo el 15 de julio 1970 bajo el agua de la ducha que le acariciaba el cuerpo mientras el infarto hacía de las suyas. Sintió esa relación relación espiritual con ella y supo a ciencia cierta que se pararía del quirófano por otro milagro de la reina de reinas.

Y el milagro se dio. Por ello, representar a Jovita fue para él un homenaje reverencial a la mujer en general, a esa que ha sido el personaje de la tierra, no a la que los atrevidos vuelven caricatura.

Cuando desfilaba dándole lustre a la reina, sentía tres emociones diferentes: la primera, cuando lo lamaban ‘Jovita’, sentía que era la ciudad que lo llamaba a través del médium o la espiritualidad. Segunda, cuando lo lamaban ‘Iván’ sabía que era la Cali teatrera que se emocionaba. Y tercera, cuando lo lamaban ‘Barlaham’ era Sevilla la que lo llamaba, aquella tierra ingrata con él.

No desfilaba, flotaba, levitaba, no lloraba. Ella le hacía milagros, sentía alegría terrenal en la gesticulación porque ella fue producto de estudiarla, analizarla, oírla, escucharla y hacerle preguntas. De allí que tuviera la voz de Jovita y por eso cantara como ella, con la voz quebrada, hablando para adentro sin impostarla. Era la reina verdadera, la del actor y dramaturgo. No la que hace cualquiera de los que la imitan con un collar, un gorro y un abanico.

Se bajaba del pedestal y seguía pensando en ella. Y fue en un momento de inspiración en el que escribió el libro de dramaturgia ‘Jaque a la reina’ con el que ganó el primer premio nacional en la modalidad al estar recreado con personajes como Pardo Llada, Bandullo, la loca Florcita y el loco Guerra, en un mundo plano y un cielo gris, para enseñarle al mundo que el alma de los locos que se mueren llega en forma de demencia a los cuerdos que tienen cerebro.

Dios quiera que Jovita -la inmortal- haga el milagro e inmortalice a Iván, a Barlaham, a ‘Chulito’… tres personas distintas y un solo actor verdadero, para que ni Sevilla, ni Montenegro, ni Cali olviden que de las entrañas de la tierra brotó un ser carente de cordón umbilical, pero propietario de una inspiración que trasciende el reino de los locos.

Paz en tu tumba. Te voy a extrañar Barlaham. Tu amigo

Vea también: