La alarma del celular me avisó que ya eran las 8:30 pm y debía apagar, ya no seguiría viendo la película que tenia sintonizada en el televisor, debía dejar de lado por un rato las redes sociales por apagar el computador y si me hubiese dado por leer, pues mi compañera sería entonces una vela y no la lámpara del nochero.
Empezaron a correr los minutos que increíblemente hoy se sentían más lentos que nunca. Ahora sí me doy cuenta de lo mucho que es una hora, aunque muy poco cuando se trata del cuidado de nuestro planeta. Solo por curiosidad miré por la ventana y la triste sorpresa fue encontrar casi toda la cuadra con las luces encendidas.
En un solo cuarto estaba toda mi familia, a pesar de ser de los pocos en el sector con las luces apagadas, decidimos seguir el reto de la hora completa. Casi la primera media hora fue de mucho silencio, como si no existiesen temas de conversación suficientes. La tecnología nos ha envuelto y media hora sin luz nos hizo hasta dudar de continuar con el reto, no dejábamos de ver la hora y de jugar cada uno en su móvil.
Prendimos un par de velas y dejamos aparte la facilidad que nos ofrece ahora la tecnología con los celulares y ahí si comenzamos a entender el otro propósito de La Hora del Planeta. No solo hacemos daño al tirar basura, al mal gastar la energía y el agua, al dañar la fauna y la flora de los diferentes países.
Nuestro mundo se desgasta por la poca atención que ponemos a los detalles, por el poco tiempo en que pensamos, en que descansamos y en que compartimos con los otros. El desconectarnos, más que volverse un castigo o un mal momento, se convirtió en una excusa para compartir y reír con quienes veo tdiariamente pero que por el afán del día no siempre me detengo a escuchar.
