El papel de las universidades y la construcción de opinión pública
No nos llamemos a engaños: la opinión pública, es la menos pública de las opiniones. No suele ser una voz, sino más bien, un eco amplificado. Una reproducción exagerada de la información -a través de los medios de comunicación-, resultante del meticuloso, estratégico y monopólico manejo de la misma, que configura todas las formas de poder para imponer una idea como verdad o mentira, según sean sus intereses. Y dicha idea lo es, de una persona que representa siempre una corporación, es decir, una organización económica con fachada política. El antídoto ante semejante veneno, que se consume como elixir de la libertad y no como pócima nefasta del sesgo, es la frase de Walter Lippmann: donde todos piensan igual nadie piensa mucho.
Tal vez por eso, Jaime Garzón comparó alguna vez la opinión pública con una gallina de campo, que come al vaivén de lo que se le aparece: un grillito, un gusanito, una hierbita o las gracias naturales de cualquier mamífero, incluidas las humanas. No tiene rumbo, o mejor, su rumbo es en apariencia incierto. En los medios se habla de mucho para no decir nada, o para distraer, o para manipular. Dije rumbo, no es esa acaso la gallinita aquella. Sí, la de los huevitos de Uribe. Bueno, los huevitos de ella pero que Uribe empolló y Santos quebró. Descuidó. Olvidó. Eso dice Uribe, pero Santos dice que ya nacieron los pollitos. En fin, ustedes saben. Nada más falso que la finca de Doña Gallina. La percepción o las encuestas jamás dirán que la seguridad democrática se le volvió un gallo a este gobierno, la confianza inversionista una gallinita de los huevos de oro y la política social, un destortilladero. Lo cierto es que quien trate de ejercer una influencia concreta sobre ésta o cualquier otra sociedad, debe trabajar en procura de atestar certeros golpes sobre ella -la opinión, no la gallinita- con estrategias que son tan viejas como la palabra misma. Y la metáfora, es una de las estrategias favoritas. Gallinitas, elefantes y 8.000 ejemplos más.
En las universidades la opinión que va dirigida al público a través de los medios de comunicación está en manos de muy pocos expertos. De los PHD y de los Mg. Ni siquiera de todos los profes. Solo de los que más han quemado pestaña, así sea para traducir o parafrasear lo preexistente, lo que otros ya han pensado y escrito. La producción de información es colectiva, nos ha dicho Bourdieu. Pues bien, la producción intelectual es información, de modo que la circulación circular de la información también circula en las universidades. Salvo en el programa Linkeados del Canal Capital, los universitarios parecieran no hacer parte de la construcción de opinión pública en Colombia. No por lo menos a través de los medios masivos. La opinión, del experto y su expertismo -que no es en estricto sentido, opinión pública- está en muy pocas manos, en muy pocas mentes, en muy pocas bocas, en muy pocos cuerpos inmaculados por la burbuja académica. La universidad, con su estela colonial, con su idea de universalidad, se abroga el derecho de opinar. Le corresponde, es su tarea, su obligación, una de sus funciones, pero suele no involucrar, no escuchar a los estudiantes. Escuchar, nos recuerda Alfredo Molano, es una manera olvidada de mirar. No los escucha, es cierto, pero no es una cuestión deliberada. No. Es más bien, una ruptura de la dimensión comunicativa, de las formas mediáticas y de las jerarquías pedagógicas. De gaseosa mata tinto. De la aparatología que ha creado una especie de artificio donde la inteligencia es un atributo de los aparatos y no de las personas. Ese autismo cibernético de hoy pareciera constituir una nueva forma de opinión pública, encerrada unas veces en 140 caracteres; otras, en memes, esas caricaturas modernas que más que invisibilizar la opinión, la despersonalizan; y otras más, en la multiplicidad de posibilidades informativas y representaciones comunicativas que hoy permiten las nuevas tecnologías. Y allí están los jóvenes.
De ahí que los factores y las estrategias que configuran la opinión pública: poder, economía, negocios, Estado, medios, gobierno, hegemonías, política, sociedad, información, manipulación, distracción, etc. hoy estén amenazados por su creciente influencia. Vastos ejércitos anónimos que opinan y publican sin la mediación de jefes o editores, sin la presión de dueños o salario, sin profesores ni calificaciones, sin los lineamientos o parámetros ideológicos de un partido o una empresa, sin títulos ni postgrados, sino la escencia simple de existir, de querer decir, de opinar, bien o mal, con razón o sin ella, con argumentos débiles o poderosos, pero ante todo con el estandarte del libre pensamiento como evidencia. No adoctrina, no concluye, no impone, no monopoliza, solo sugiere una especie de voz particular en medio de millones. Esa es al mismo tiempo su fortaleza y su mayor debilidad. Los medios tienen canales y frecuencias definidas. La red es una inmensidad inabarcable, inasible. No por ello se debe desconocer el fenómeno que suscitan las infinitas posibilidades de opinar, el hervidero informativo que son las redes sociales y el nuevo escenario de la comunicación o la incomunicación que sugieren. Informados de todo y enterados de nada. Y allí están los jóvenes, con su increíble capacidad de adaptación, con su enorme compromiso de transformación a la espera o en pausa y con todos sus aparatos… a veces sin batería.
Decía André Glucksmann hace 40 años, que la gente ya no piensa, se informa. Y añadía, que el lenguaje se usa hoy para mantener controlado el pensamiento. No hay duda, los políticos saben al respecto; y sus jefes, los poderosos dueños del capital, también. Para manipular la opinión pública, es preciso exacerbar el verbo y las pasiones, emocionar a los oyentes y alimentar el morbo de los televidentes, para que la adhesión a las ideas que se presenten como la verdad revelada, tenga el mayor número de seguidores. Uribe y Santos lo saben. Llevamos doce años arrullados y arrollados por una opinión pública no antiséptica, sino anti aséptica. Contaminada, sucia, influida, pagada. La adhesión se pega literalmente con babas, a través de la palabra hablada o escrita. La diferencia radica en el estilo, no en el contenido. A veces la inercia y uno que otro avezado orador o escribidor, logra filtrar las esferas de la opinión y ganarse unos cuantos adeptos, pero jamás podrá franquear el Olimpo poderoso, y habrá de conformarse con escupir ideas desde algún escenario menor. ¿Y dónde están los jóvenes?
Ya para finalizar y con el respeto que merece el auditorio en pleno, quiero evocar a Pepe Rubianes, director de teatro español que se atrevió a publicar la más acertada definición que hasta el momento haya leído sobre la opinión. Rubianes, valga decirlo, era más grosero que el mismísimo Camilo José Cela, a quien le increparon cabecear en una plenaria y dijo: “No es lo mismo estar dormido que estar durmiendo, de la misma manera que no es lo mismo estar jodido que estar jodiendo.” Asimismo, no es lo mismo charlar que chatear. No es lo mismo, el papel higiénico de la prensa en la democracia; que la prensa, el papel higiénico de la democracia. Así como no se debe confundir la verdad con la opinión de la mayoría. O sino que lo diga Libertad, la ovejita que ejerce su derecho al voto ante dos lobos, que deciden qué se va a comer mañana. O los estudiantes, que son la razón de la universidad, del portal Reflexiones Académicas y del papel que asuman en la construcción de opinión pública.
Dijo Pepe Rubianes: la opinión es como el culo, todo el mundo tiene uno pero cree que es el de los demás el que apesta.
Muchas Gracias.
Nota: Texto leído en el marco del lanzamiento de la segunda fase del Portal Reflexiones Académicas