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Sobre Verbos, por Lizandro Penagos

  ¿Cali cómo vamos? en la UAO   La primera frase de un texto es siempre la más difícil. Para salir de ella, diré en la segunda que no soy caleño, pero que llevo 40 años viviendo en esta ciudad. Y en la tercera, que el momento en el que me he sentido más caleño, […]

Sobre Verbos, por Lizandro Penagos

  ¿Cali cómo vamos? en la UAO   La primera frase de un texto es siempre la más difícil. Para salir de ella, diré en la segunda que no soy caleño, pero que llevo 40 años viviendo en esta ciudad. Y en la tercera, que el momento en el que me he sentido más caleño, […]

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¿Cali cómo vamos? en la UAO

 

La primera frase de un texto es siempre la más difícil. Para salir de ella, diré en la segunda que no soy caleño, pero que llevo 40 años viviendo en esta ciudad. Y en la tercera, que el momento en el que me he sentido más caleño, fue la tarde del 22 de noviembre de 2007. Ese día, el escritor William Ospina leyó un texto memorable: Reinventar la ciudad. Lo hizo en el marco del Segundo Foro de Cultura Ciudadana y Políticas Públicas, realizado en el Centro Cultural, de dónde si no, que de Cali. Dijo muchas cosas, evocó muchas otras y envolvió con su inteligencia y su prosa a un auditorio absorto con esa pareja eventual, que se dejaba ver coqueta a través de la cadencia de su voz. Todos nos sentimos más caleños que el vecino. Los raizales y los que no, los que llegamos por cualquiera de las razones que hicieron de Cali el centro migratorio del suroccidente colombiano. La Violencia, una tragedia natural, una humanitaria, más violencia, o las posibilidades de trabajo.

          Recordó el escritor tolimense, haber leído que Cali fue fundada en el lugar que hoy ocupa porque los fundadores consideraron que estaba en un lugar privilegiado, por su cercanía a Quito y Panamá. Y cuestionaba con asombro cuánto nos hace retroceder el progreso, porque hoy nadie cree que esas ciudades estén cerca. A lo sumo que una de ellas es paraíso fiscal (y jurídico agregaría yo); y la otra, funda de un Correa. Los indígenas, que ya llevaban aquí 300 años, lo habían hecho por una razón tan elemental como poderosa: una fertilidad extasiada entre la montaña y la llanura. Lejos de las frías cumbres y de las inundaciones. Con caciques como Jamundí o Petecuy, condenados hoy a ser emblema del cholado y hotel que comenzó en rosa y terminó en roja. En zona roja. Esa Cali bucólica que comenzó en lo alto y se fue desparramando en busca del Cauca, es hoy un ícono, un orgullo, una realidad, una esperanza y varios problemas. Sigue gobernada por un Guerrero y no es indígena, ni belicoso.

          Cali ha progresado, sin duda, bajo este modelo mundial de desarrollo que también, sin duda, ha fracasado. Explosión demográfica, contaminación, depredación de los recursos, pobreza, concentración de la riqueza, etc. Ha construido varios monumentos a la inconciencia: una montaña de basura, una bocatoma de acueducto 150 metros después de donde arroja las aguas residuales, una ciudad dentro de la ciudad en terrenos rellenos propensos a la licuefacción en caso de terremoto y un sistema de transporte masivo que comenzó por dónde menos se necesitaba y continuó sinuoso, entre otros monolitos. Por lo demás, Cali es la sucursal del cielo, la capital mundial de la salsa, la capital deportiva de Colombia y de América, y la sultana del Valle. Seré más frívolo. A Cali puede dedicársele sin ambages el fragmento de una canción de Chayanne: fuiste tantas cosas a la vez, que me cuesta creer que hoy no seas nada, sobre todo porque no es verdad.

          Al cielo despachan los sicarios, la salsa es una industria cultural no una expresión popular, el deporte una actividad menor centrada en el fútbol y del sultán que la hizo sultana no se sabe nada. Cuánto hemos progresado. En 1793 Cali tenía seis mil quinientos cuarenta y ocho habitantes; y de éstos, mil ciento seis eran esclavos. Hoy somos la segunda ciudad de Latinoamérica con población negra. Hay más negros en Cali que en todo el Chocó. Y una semana para ellos: la del Petronio, que ya no saben dónde ponerlo. Cali tuvo nueve conventos y una piedad célebre. Quien no se confesaba era excomulgado. Si moría sin confesión perdía la mitad de sus bienes. Se ayunaba. Se iba a misa sagradamente. Pasaban años sin que se registrara un robo, menos un asesinato. Para la época un hombre robó una novilla. Fue condenado al presidio y luego al destierro. Antes, le habían cortado las orejas. Salvó su lengua. La honradez era regla, no excepción. El caballo del correo, cargado con oro y plata, recorría varias leguas del camino real solo, porque el encargado se quedaba en La Chanca, una posada entre Cali y Jamundí, tomando aguardiente. Nadie lo robaba, ni a él ni al caballo, bastaban los emblemas del Rey. Había respeto, tal vez, pero era más el miedo. Hoy sobrevive solo el segundo. Y confesiones, a veces, en la Fiscalía.

          No había colegios. A los pobres les enseñaban algo los frailes y a los ricos, pues también. Solo los nobles, a los que se les hacía un estudio de limpieza de sangre, estudiaban en Popayán, en Quito o en Santafé. No se había inaugurado la Universidad de Los Andes. Había plata, riqueza, petacones, y como siempre, lambones. Acaso el más notable, el Alférez Real, que donó 100 petacones a España para financiar su guerra con Francia. De la muy noble y leal ciudad de Cali queda poco. De la ciudad cívica menos. La ciudad crece, vojabés papi, al soco. Loco le dijeron a don Ulpiano Lloreda cuando trajo el primer carro sin que hubiera carreteras. Locos seguimos hoy metiéndole carros a las mismas vías. La alfombra verde la comenzó a tejer Manuelita en 1901. Tres lustros después Providencia y Riopaila la extendieron. En 1917 la inversión pública fue de $335.318 y diez años después ascendió a la escandalosa cifra de $2´607.387. Eran tiempos de Bonanza Cafetera.

          Algo debieron calar las palabras de don Carlos Eder a comienzos del siglo XX: “Todo el mundo sabe que el Ingenio Manuelita es un buen negocio, pero a nadie se le ha ocurrido imitarme estableciendo otro Ingenio. Es que los colombianos son insolentes. No quieren trabajar. Se contentan con envidiar al que trabaja”. La azucarada idea de los Ingenios, que tantas amarguras socio-ambientales ha generado, llegó de Cuba. Allá iban los ricos a hacerse chequeos médicos. Un descendiente suyo, Alejandro Eder Garcés, también estuvo hace poco en Cuba y de allá se trajo otra idea, lanzarse a la Alcaldía de Cali o a la Gobernación del Valle.Renunció a la dirección de la Agencia Colombiana para la Reintegración y a ser negociador alterno. Desde hace un buen tiempo el apellido Eder es sinónimo de empresa, industria, riqueza, política y secuestros. A veces las cosas parece que cambian. También las personas.

          En 1910 en medio de los festejos del primer centenario de la Independencia nacional, en Cali se inauguró la primera planta hidráulica con una potencia de 150 kilovatios. En adelante fue la luz. El tranvía, la planta de teléfonos, los carros, las fábricas. Todo. Fueron las bases de nuestro comercio internacional, pues en 1914 entró en funcionamiento el Canal de Panamá y en 1915 el Ferrocarril del Pacífico. Una ironía, pues con los 25.000 dólares que nos dieron por Panamá se construyeron los Ferrocarriles Nacionales. Cali se abriría al mundo y Buenaventura a Colombia. Hoy la ruta Cali - Buenaventura es una de las tres en las que aún funciona el tren, esa cocina que arrastra un pueblo. Los otros dos son el de la Sabana, que opera un privado y mueve turistas; y el del Cerrejón, que maneja una Multinacional que se lleva el carbón. Se habla de unas santas locomotoras que marchan sobre rieles, pero no pasan de ser una desafortunada metáfora. En Buenaventura si hay un tren bala. Doce empresarios controlan un negocio que mueve el 60% de las exportaciones del país y que representan dos mil millones de dólares al año, mientras todos los males posibles hacen mella en la negredumbre del puerto.

          Como el tiempo y el espacio apremian y se acerca la frase final, más difícil que la primera, y que las matemáticas, citaré cifras. En 1925 figuraba en el primer lugar de la lista de las seis empresas más grandes de la ciudad por número de trabajadores: La Garantía (68), Cervecería Los Andes (60), Tipografía Carvajal (30), Tipografía Palau, Velásquez & Cía. (30), Gaseosas Posada y Tobón (30) y Fundición Díaz Hermanos (30). Quién puede negar hoy que no sigan siendo sendos negocios la cerveza y la gaseosa. Quién, que fueron extranjeros los emprendedores. Quién, que mejoraron la calidad de vida de la época. Quién, que de Carvajal hace las cosas bien, a Carvajal marca la diferencia hay un abismo de 8 empresas, 17 países y 23 mil colaboradores. ¿Quién?       

          Aquella tarde, William Ospina recorrió con su prosa y su inteligencia los caminos de la evaluación, del cambio, del análisis, de la proyectiva y la perspectiva, de los retos que tiene la ciudad, con la voz impetuosa pero serena, como el viento que viene del pacífico y baja por Los Farallones a preguntarle a la ciudad ¿Cali, cómo vamos?

Nota: El próximo miércoles 29 de octubre se realizará en el auditorio Xepia de la Universidad Autónoma de Occidente, entre 3:00 y 5:00 p.m., la presentación del Informe ¿Cali cómo vamos? con un foro que pretende analizar los resultados. Entrada libre. Modera: Lizandro Penagos Cortés.

 

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“El falso feminismo es una gran lacra”

Lo que me lleva de nuevo a exponerme es la polémica por el beso de Luis Rubiales y Jenni Hermoso. Un beso catalogado como violencia sexual.

“El falso feminismo es una gran lacra”
Especial para 90minutos.co

Lo que me lleva de nuevo a exponerme es la polémica por el beso de Luis Rubiales y Jenni Hermoso. Un beso catalogado como violencia sexual.

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Primero lo primero. Nadie debe besar a nadie en contra de su voluntad. Eso debe estar claro y no amerita discusión alguna. Ni hacer absolutamente nada que no sea acordado, aunque ese acuerdo en las relaciones interpersonales suele ser tácito.

De lo contrario, estaríamos al frente de la deshumanización y la automatización de lo idílico, de los flirteos iniciales del romance convencional, los galanteos o ligues precedentes, previos al enamoramiento. Valga decir que estamos ante la sexualización de las relaciones interpersonales en una sociedad “datasexual” e “infómana”, que todo lo publica y debate en redes por íntimo que sea.

Segundo. Ante la sexualización de relaciones entre humanos que no necesariamente buscan un encuentro sexual o una relación de pareja, tocará conocerse a través de una aplicación y llenar un formato donde se pida autorización para dar el primer beso, que se da con la mirada y tiene una profundidad que llega hasta lo más insondable del alma y lo más recóndito del espíritu.

O salvoconducto para tomar una mano entre las nuestras, que es la forma más genuina de la caricia. O una licencia para abrazar, la maniobra más efectiva para unir los pedazos de un corazón roto. Porque hay lenguajes del cuerpo que trascienden todos los lenguajes.

Tercero. Un amigo entrañable dice –para casos como el de esta columna y su título– que sale flote mi vocación de sparring, esa propensión a pelear para que otro mejore sin más recompensa que recibir golpes como opositor invisible.

Lo anterior, por supuesto, no alcanza para una disposición permanente al suicidio por mano ajena, sólo una provocación reflexiva esporádica –belicosa si se quiere, una pulsión del pensamiento crítico que siempre será mejor que agarrase a golpes– que espero no se convierta en inmolación.

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Cuarto. El motivo que me lleva de nuevo a exponerme es la polémica alrededor del beso de Luis Rubiales, presidente de la Federación Española de Fútbol, a la jugadora de la selección española, Jennifer Hermoso, tras la obtención del título mundial en Australia.

¿Impulso emocional o agresión razonada? Opinar es una moderna y novedosa forma de suicidio social, pero qué carajos, cuando uno tiene más pasado que futuro, madrazos y aplausos se reciben con la misma actitud: usted piense lo que quiera que yo escribo lo que pienso.

No hay quinto malo. En España y en buena parte del mundo occidental, la situación ha dado para todo. La condena social ha sido una cacería mediática que tiene visos de melodrama y película de terror.

Un beso catalogado como violencia sexual, que el acusado ha considerado un pico espontáneo y consentido, dos términos que de entrada encierran una gran contradicción o, por lo menos, un ingenuo contrasentido. Y la mamá de la implicada, califica como algo intrascendente frente al título mundial.

“Que el hecho no quede impune”, ha manifestado la jugadora y el sindicato de jugadores pide la cabeza del calvete que ha dicho que “el falso feminismo es una gran lacra en España”. Y ahí fue Troya. Lacra es un escupitajo. Por supuesto, lo que no se cuenta en los medios ni se ventila en las redes, es que detrás del hecho está la disputa política por un cargo con unas implicaciones económicas y sociales tremendas.

Les va bien entonces a las aves de rapiña y a las jaurías de hienas, propiciar y esperar la muerte del atacado para acceder sin reparos al sanguinario festín.

El escándalo del beso siempre es carroña para los medios. Con este, el ingrediente adicional es la llamada “violencia de género”. Los picos entre Britney Spears y Madona, y entre la reina del pop y Cristina Aguilera, confirman que las ninfas son adorables. Entre Johnny Deep y Jimmy Kimmel, ratifican una amistad sin prejuicios.  

Entre Sandra Bullock y Scarlett Johansson, que ya quisiera era uno ser el labial. Y entre Miguel Bosé y el colombiano Manuel Medrano, un mensaje de amor artístico, según afirmó en su momento el cantante de Una y otra vez.

Todos, besos entre personas del mismo sexo, algunos de los cuales no se han declarado bisexuales u homosexuales. Al fin que –para los dos casos: la elección de su sexualidad o la revelación pública– es su decisión.

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Pero volvamos a la pelota, sin más enumeraciones, pero sí con cifras. En el pasado mundial un medio de Sidney registró 30 casos de jugadoras lesbianas o bisexuales. Y lo hizo para argumentar de manera contundente que señalar a todas las futbolistas como lesbianas, es como asegurar que no hay hombres futbolistas homosexuales.

En los dos vestuarios habrá todavía quienes no se atrevan a salir del closet y eso debe respetarse. Una sociedad llena de prejuicios, manipulada por la tecnología, no es el mejor indicador de equilibrio. Amén de la “demencia libertina” que padece esta sociedad, para evocar la condena al Marqués de Sade.

El pecado de Rubiales fue darle un pico a una mujer (dice él que, con su consentimiento, afirmación que ella ha negado); una mujer que si bien no ha declarado su orientación sexual (no está obligada a hacerlo) es vocera LGBTI+ y tiene gran influencia en su país pues es la goleadora histórica de su selección.

Hay nuevas formas de masculinidad, mucho más afines y respetuosas que el legado patriarcal. Pero también –hay que decirlo sin temor a ser lapidado– equivocadas formas de feminismo que rayan en lo que algunos han llamado ‘hembrismo’.

Es un fenómeno en boga, tal vez ese “falso feminismo” al que se refiere Rubiales con el infeliz adjetivo al final. Mujeres en apariencia empoderadas que basan su vida en actuar como actúa un hombre machista, porque con esa actitud creen reivindicarse.

No, no es imitando a los hombres que una mujer se libera de las formas atávicas del machismo pasado. Es con inteligencia, no con superioridades ficticias ancladas en prácticas culturales también condenadas a los hombres.

El alcoholismo y la promiscuidad –para citar sólo dos ejemplos– no está bien ni para hombres, ni para mujeres, ni para nadie.

Los niños pueden llorar y jugar con muñecas; y las niñas pueden jugar fútbol y con carritos. Los estereotipos nos han hecho mucho daño y siguen haciéndolo. Un vocabulario soez es vulgar en la boca de cualquiera, independientemente de su sexo y sexualidad.

La agresión sexual lo es al margen de quién la ejecute. La agresión física es tan grave como la agresión verbal o psicológica, venga de quien venga. El feminicidio debe condenarse tanto como el masculinicidio o androcidio, aunque el último no tenga aún soporte jurídico.

No es una cuestión sólo semántica, es un asunto social que debe atenderse en aras de la convivencia.

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La sola andanada de insultos e improperios que desencadenará este texto, son una prueba misma de lo que aquí se plantea. Emergerán reencarnaciones de Lilith, de la femme fatal, que fue todo lo contrario de la esposa fiel y la madre abnegada.

La mujer que se rebeló contra Adán, la que lo desafió, la que sólo quería copular encima de él y gustaba de la sangre de los niños y el semen desperdiciado de los hombres. La que tuvo muchos amantes por su sexualidad desenfrenada, ilícita y morbosa; y que la llevó a terminar desterrada a orillas del Mar Caspio al lado de Asmodeo, un monstruo horripilante con lujurioso deseo carnal similar al de ella, con el que se dedicó a engendrar miles de demonios.

¡Habrá algo más machista! Sí, que cualquier género se considere superior a otro en el aspecto que sea.

Ya está bien de tanta satanización. Ya está bien de tanta guerra de sexos. El listado de los futbolistas que se han besado con sus compañeros da para una enciclopedia y no han hecho tanta escandalera. No armen más tormentas en aras del respeto y de la igualdad.

Mujeres y hombres son infieles. Hombres y mujeres maltratan. Mujeres y hombres quieren imponer dominio. Hay buenas y malas personas en los dos sexos y en las múltiples sexualidades. Inventen los géneros que quieran, que cuando de genitalidad y enfermedades se trate irán sólo adonde dos especialistas: ginecólogo y urólogo. Ahí les queda pues. ¡Pasen al festín!

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El zar de Puerto Tejada

A muy pocos les rinden homenajes en vida. A muy pocos los medios de comunicación respetan y consienten. Y uno de ellos es Pedro Antonio Zape Jordán.

El zar de Puerto Tejada
Especial para 90minutos.co

A muy pocos les rinden homenajes en vida. A muy pocos los medios de comunicación respetan y consienten. Y uno de ellos es Pedro Antonio Zape Jordán.

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A Pedro Antonio Zape Jordán le cuesta pararse, poner de pie su humanidad para recordarle a la vida que los robles son mortales, pero inquebrantables en su porte y robustez. Es el peso y el paso de los años que sin embargo no le impiden erigirse como uno de los más grandes arqueros del fútbol colombiano de todos los tiempos. Es de pocas palabras y de muy buen humor. Maneja un doble sentido que, como debe ser, se mueve entre la simpleza y la perversión. Como todas las leyendas vivas, parece más grande de lo que es y a sus 74 años los brazos todavía se le descuelgan de sus hombros como los dos largueros de las porterías que protegió cual cancerbero del infierno durante 22 años, del 66 al 88.

Como en el cuento de Gabo, El ahogado más hermoso del mundo, este hombre desde siempre ha tenido cara de llamarse Pedro, Pedro el grande. Así se llama el documental que le hizo Héctor Fabio Grueso, para rendirle homenaje. Podrá no ser el título más original –así era llamado Pedro I, el zar de la dinastía Romanov de Rusia–, pero es verdad. El que sí es muy original es el nombre de la productora: Grueso calibre. Este hombre nacido en Puerto Tejada-Cauca, estaba condenado a la grandeza en la dinastía Zape. Todos sus hermanos jugaban fútbol y para Pedro Antonio –el más entrañable de ellos, Constantino, ya fallecido–, era mejor que él. Su inspiración. El modelo que quiso seguir.

Por eso, porque no ser creía el mejor, cuando llegó al fútbol profesional no jugaba con el número uno en la espalda, como la mayoría de los guardametas, sino con el 24 o con el 22, o con cualquier número o camiseta que no tuviera dueño. El número nunca tuvo nada de especial, sólo que estuviera disponible. Pedro Antonio no era el más alto, pero sí el más ágil. No era el más fuerte, pero sí el más corajudo para enfrentar a las tribunas del Pascual Guerrero cuando lo silbaban. Afirma sin titubeos que cuando lo ofendían atajaba de todo. Su partido era una lucha aparte contra la dignidad. Jamás sufrió delirios de grandeza y todavía hoy, mira al piso como buscando respuestas ante el que considera un inmerecido homenaje. Tal vez por esa humildad que nunca fue necedad, era un tipo cuya calidad en aquellos tiempos a casi nadie le cabía en la imaginación.

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A él tampoco le cabía ni en la cabeza ni el corazón que el auditorio principal de la Escuela Nacional del Deporte estuviera tan lleno y que tantos amigos del fútbol hubieran acogido el emocionante llamado de la distinción reservada para aquellos que sobresalen de la manada. Varias veces los ojos de los asistentes auscultaron detrás de las gafas del portero, si las lágrimas se asomarían en los ojos algo apagados pero pícaros de un hombre sinigual; o atendieron con sigilo si la voz se le quebraría, pero el arquero estiraba su espíritu con un silencio breve y despachaba la nostalgia con una sonrisa, que es como uno de esos saques que promueve un contragolpe certero, que por supuesto, termina convertido el gol.

Cada vez es más extraño encontrar a una persona a la que todos quieran sin reparo alguno. Hasta sus regaños y ‘putiadas’ en medio del juego y los entrenamientos, se recuerdan con cariño. La mayoría lo considera el número uno. Sí, el mismo que nunca buscó tener en su espalda y ahora porta como estandarte en el espíritu, en el corazón, en el alma, en cualquier de esos lugares intangibles donde se guarda lo que no se puede tocar, pero se puede sentir. Son cosas del alma, dice. Guarda silencio. Parece melancólico. Baja la cabeza. Se acerca el micrófono y remata: “Son cosas de alma, del almanaque”. Como buen humorista, no se ríe. El auditorio estalla en una sonora carcajada.     

A reventar, así estaba el lugar en el que se dieron cita viejas glorias del fútbol. Muchos merecen iguales o mejores homenajes. Le dieron todo al fútbol y éste les devolvió un par de monedas y muchas patadas, algunas de ellas con nombre propio: indiferencia y olvido. Algunos como Jairo el Maestro Arboleda y Ángel María el Ñato Torres se conservan bien, atléticos y con una figura longilínea. Aunque canosos y con los pliegues de la vida como medallas en el rostro. Eduardo Niño, como si no hubieran pasado los años y el Profe Barragán, en lo suyo, el liderazgo. Norman Emilio el Barby Ortiz, Oscar el Moño Muñoz y Pedro Nel Ospina, unos abuelitos adorables que evocan sus años mozos con una picardía apenas comparable con la del ahora reposado Jairo el Tigre Castillo.

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A muy pocos les rinden homenajes en vida. A muy pocos los medios de comunicación respetan y consienten. Y uno de ellos es Pedro Antonio Zape Jordán. Su agilidad ahora es mental y no física. Ya no se abalanza como un felino sobre la pelota, pero sí sobre un suculento sancocho o cualquiera de los platos típicos de su Puerto Tejada del alma, cuyo estadio lleva su nombre. Es otro tributo en vida, otro reconocimiento a su grandeza y a su nobleza. Ni su guayabera azul cielo ocultó su prominente panza, ni su voz la inmensa nostalgia por una vida deportiva que toma visos de leyenda. Una y otra vez aseguró no tener palabras para expresar lo que sentía, mientras su economía verbal sentenciaba sabiduría. Varias veces manifestó no merecer tanto y cada vez que lo hizo el público grito: “Claro que sí y mucho más”.

La suya –como subraya el subtítulo del documental, es una historia de fortaleza y victoria. La primera, una condición menoscabada por los años y los achaques de la edad; pero la segunda, una condición reservada para los elegidos, para los ungidos por los dioses para ganar aun en la derrota, para vencer siempre, incluso cuando la vida de a poco se va yendo y llegará la derrota final a manos de la parca. Pero los ídolos nunca se mueren del todo. Pedro el grande lo sabe y se mofa del comentario de otro grande de los tres palos, Julio César Falcioni: “Estamos viejitos y por eso nos hacen homenajes”. No es sólo por viejos Julio, es por grandes. Y entonces las manos fuertes y firmes que atraparon tantos balones –ahora un poco temblorosas y rígidas- se unen en un acto de sumisión sobre su pecho para agradecer a toda la concurrencia. Gracias a vos Zape por las atajadas, por las voladas, pero, sobre todo, por el pundonor y el arrojo como ejemplos para la vida. ¡He ahí tu grandeza!

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Infómanas y datasexuales

Ni hombres ni mujeres somos imprescindibles. Apenas a lo sumo indispensables y reemplazables en los fugaces instantes de la felicidad. Ni Adanes ni Evas.

Infómanas y datasexuales
Especial para 90minutos.co

Ni hombres ni mujeres somos imprescindibles. Apenas a lo sumo indispensables y reemplazables en los fugaces instantes de la felicidad. Ni Adanes ni Evas.

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“Se desprecia a las mujeres, se les consume, se les desecha, se les estigmatiza,

se les cuelga para siempre al árbol patriarcal y allí se les ahorca”.

Elena Poniatowska

En el primer Diccionario ilustrado de la risa con frases de políticos, machistas, feministas, vivos, tontos y alguno que otro animal, se lee –obediente a los principios de la Santa Madre Iglesia– que Adán es el único hombre verdaderamente imprescindible que ha tenido la humanidad. Y del que todavía no se sabe si tenía o no ombligo, pues si nadie lo parió se elimina de un tajo a la mujer en el proceso de la creación al no haber tenido el primer hombre cordón umbilical. Y de su costilla y la creación de la mujer mejor ni hablar. Todos sabemos que los señores fieles a la cruz y a sus maderos sagrados; y al dinero, son patriarcales hasta los tuétanos, pues la tríada Padre, Hijo y Espíritu Santo; y el cuentazo de la Virgen, son más machistas que todos los hombres del planeta juntos. ¡Dios jamás tuvo mujer!

En el ensayo La puta de Babilonia, Fernando Vallejo –el último genio de Colombia– escupe toda su erudición en contra la sagrada institución: su machismo, su homosexualismo, su esclavismo, su pederastia vergonzante, sus imposturas, su enriquecimiento, sus crímenes, sus contradicciones, sus mentiras y, por supuesto, su misoginia: su aversión a las mujeres a las que relega a un purificado y subordinado papel. Mientras aplica toda su maledicencia y se refiere al Papa como un “marica con sotana” (si su sensibilidad fue herida puede dejar aquí esta lectura y ni se le vaya a ocurrir leer Memorias de un hijueputa), se refiere a las mujeres con un candor apenas equiparable con la aversión que le genera la reproducción humana.

Como buen provocador jamás toma el camino de calificarlas como los seres más maravillosos de la creación, y menos, cuestionar que si no fuera porque para estar en sus brazos hay que caer antes en sus manos, la cuestión con ellas sería más espontánea, tolerable y llevadera. No, eso se entiende porque Vallejo se ha declarado públicamente bisexual, –con sarcástica ironía testifica (término que deriva de testículo) que le gustan los muchachos y los pelaos– y entonces confiesa que al que coincide con él le abre de inmediato un campito en el corazón y le otorga la categoría de poseedor indiscutible de la verdad. Y esa, es una revelación de una ternura inconmensurable. Así sea mentira.     

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Como la de la mujer imán, que atrae pero es incapaz de retener. Porque no quiere –y eso es respetable–, pero también porque a veces no puede –y eso es lamentable–. Los espacios en el corazón son limitados. Y se cansan los ojos de ver tanta desfachatez y los oídos de tanto oír las mismas peroratas sin acciones concretas para avanzar en la vida y el corazón de tanto comprobar que se necesita hacerse el imbécil para ser feliz, asumir un estado de inconsciencia y de silencio para evitar molestar a quien no puede mejorar porque pierde su esencia. Argumento este derivado de la filosofía de WhatsApp, que no sirve para un carajo. O sí, para ocultar el ser en el parecer de las redes. (Insisto, antisociales).

Cuando una sociedad, la mujer o el hombre (incluidas todas las alternativas), tasan su valor social en el cuerpo, la estatura ética queda reducida a prácticamente nada. La pobreza espiritual de esta sociedad se refleja cuando consagra su existencia únicamente a rendirle culto a buscar el canon de belleza impuesto u ocultar sus defectos, bien sea con maquillaje, con cirugías, con ejercicio (que mejora cuerpo, pero no cara), con palabras, con actitudes, o con esa propensión a enviarle mensajes de la conciencia al mundo que sólo revelan las heridas de su inconsciente y las ausencias y vacíos afectivos que llena con cualquier cosa, actividad, vicio o persona. De ahí que una y otra vez se fracase en las relaciones. Ahora bien, alejarse del abismo nunca será un fracaso, pero no intentar construir un puente es de una insensatez suprema.

Coincidiremos eso sí, en que mucho va de Elena Poniatowska a la Bichota y tanto más de Idea Vilariño o Alejandra Pizarnik a Shakira. De Francia Márquez a la Cabal, de María Jimena Duzán a Vicky Dávila e incluso de Catalina Usme a la mayoría de hombres. Hay imanes diferentes y cada quien atrae con fuerzas magnéticas propias. Pero lo cierto es que en tiempos de la virtualidad las relaciones fracasan fundamentalmente porque la sociedad impone comportamientos a través de los medios masivos y las redes que socavan la individualidad. Considerar –demos por caso–, que al igual que los personajes el jet set o los grandes artistas de la farándula, uno puede saltar de cama en cama sin afectar la imagen en su entorno y contexto, es sin duda una expectativa irreal para las mayorías y una situación idealizada por hombres y mujeres que buscan legitimar su promiscuidad.

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Hoy cualquier perico de los palotes o fulana de tal supera con creces las estadísticas de la Organización Mundial de la Salud que vaya uno a saber de dónde saca sus cifras y dictámenes: “Una persona es promiscua cuando mantiene relaciones sexuales con más de dos personas en un periodo inferior a seis meses”. El que esté libre de pecado que tire…  y bastante, porque ese es un canon de una rigidez impuesta que llega a ser ridículo para todos, por exceso o por defecto. Las redes están llenas de lugares comunes, de infómanas datasexuales –para utilizar dos términos acuñados por el exitoso filósofo alemán de origen coreano Byung-Chul Han–, personas obsesionadas con la información que proyecte de ellas una imagen propia ideal que la mayoría de las veces está lejos de su realidad interna y vital.

Si uno se lee Mujeres, Una dama salvaje, y Se busca una mujer, de Charles Bukowski, entiende su realismo sucio, su estilo soez y su exhibicionismo literario. Comprende por qué afirmaba que es posible amar a otra persona si no la conoces demasiado, por qué cuando el amor es una orden el odio se puede convertir en un placer y por qué el amor es una niebla que se quema con el primer rayo de luz de la realidad. Si en cambio lee La mujer, del chileno Isidoro Loi, mientras sonríe se asombra de las injusticias que lo largo de la historia la humanidad ha cometido en contra de las mujeres. Cuando lee El matrimonio, del mismo autor, lo que descubre no son las injusticias, sino las infamias de los hombres.

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Ni hombres ni mujeres somos imprescindibles. Apenas a lo sumo indispensables y reemplazables en los fugaces instantes de la felicidad. Ni Adanes ni Evas. Entretanto el lenguaje se ensaña con la mujer. Un célebre desconocido se refiere a la prensa nacional como “fea, puta y bruta”. Y argumenta: es antiestética, se vende al mejor postor y no sabe que su valor radica en su decencia. ¿Y por qué no referirse al periodismo como feo, puto y bruto? ¿Por qué debe ser ella y no él?

Vale entonces reflexionar en torno de otra acertada definición de Fernando Vallejo: “El amor es una quimera de un sólo sentido como la flecha, que sólo tiene una punta, no dos. ¿Cuándo ha visto usted una flecha que vaya y venga? El amor es para darlo, no para pedirlo. No pida amor. Delo, si tiene. Y si no, pues no”.

Agregaría –para finalizar– que a Dios, como al negro del WhatsApp, el amor se le salió de las manos.

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