Hoy sabemos por cuenta de los estudios postcoloniales que la campaña libertadora e independentista, no fue ni lo uno ni lo otro. Fue un cambio de yugo, pues los criollos -que se sentían tan españoles como el Rey- no soportaban la idea aquella de la ´mancha de tierra´. También que la batalla que selló el triunfo, fue en el cruce del río Teatinos y eso nos marcó para siempre: somos clericales y de los regulares. A Dios rogando y con el mazo dando. Balas rezadas, oraciones al justo juez y escapularios benditos en las muñecas para afinar puntería y en los tobillos para que favorezcan la huida. Para… todo.
Desde el 7 de agosto de 1819 andamos en las mismas. 199 años con la libertad constreñida y sin independencia alguna. Con divisiones internas, deuda externa y bipartidismo desde entonces. El Bicentenario del Grito de Independencia -el inicio de la tal gesta (20 de julio de 1810)- fue hace ocho años, apenas un alarido al que se le hizo afiche, pero se le quitaron recursos. Nadie habla hoy de este Bicentenario, el de la Batalla de Boyacá, tal vez porque no hay mucho qué celebrar. A lo sumo que al campo de batalla le pasaron una de las vías 4G por la mitad. Un coscorrón al patrimonio histórico.
El 7 de agosto de 2018 tomará posesión quien resulte electo el 17 de junio (el abstencionismo garantiza segunda vuelta), 200 años después de haber logrado el supuesto poder de gobernarnos nosotros mismos. Otra cosa es que nos hayan manejado los mismos desde aquella época. Baste mencionar apellidos como Ospina, Mosquera, Uribe, López, Pastrana, Lleras o Santos, para comprobar que hace dos siglos un puñado de familias nos han llevado por la senda de la ignorancia y toda su caterva: indecencia, exclusión, marginalidad, violencia y muerte.
En dos siglos se evidencia progreso es cierto, pero no mucho desarrollo. La luz del sol ya no regula todas las actividades humanas, el río Magdalena hace rato dejó de ser la gran vía de la nación, los discursos ya no definen el destino de una patria que sigue siendo boba, importa el poder no las ideas y ya no hay guerras civiles. La última confrontación en la que dos bandos se encontraron para darse plomo y machete, fue la Batalla de Palonegro -en 1900-, la más importante de la Guerra de los Mil Días. 1500 muertos liberales y 1000 conservadores. En adelante, la guerra sería de guerrillas. Y ahí vamos. Un millón de muertos y ocho millones de desplazados por La Violencia, la violencia y otras violencias.
En el siglo XIX hubo en el país cinco guerras civiles generales, cuarenta insurrecciones y se promulgaron cinco nuevas Constituciones, de un total de 13 cartas magnas, según Nuevas Lecciones de Histeria de Colombia, de Daniel Samper Pizano. Con la de 1886 -la de Rionegro-, duramos más de un siglo -105 años-, hasta 1991 cuando los 72 miembros de la Asamblea Nacional Constituyente promulgaron una más acorde con los tiempos y realidades nacionales: en teoría más pluralista y democrática. Pero a ésta, ya le hemos cambiado unas tres cuartas partes, con casi medio centenar de reformas. Porque eso sí, en Colombia hay tantas leyes, como leguleyos y leguleyadas.
De modo pues que Colombia comenzó el siglo XX en medio de una guerra de 1.130 días (un poco más de tres años) y lo terminó inmersa en otra de 52 años, considerada el conflicto más largo de Latinoamérica y uno de los más extensos del mundo. Comenzó matando a Rafael Uribe Uribe en 1914 y lo terminó matando a Jaime Garzón en 1999.
A Gaitán en 1948. A Guadalupe Salcedo en el 57. A Jacobo Prías Alape en el 60. A José Raquel Mercado en el 76. En el 78 a Rafael Pardo. En el 82 a Gloria Lara. En el 84 a Rodrigo Lara, a Carlos Toledo Plata y al sacerdote Álvaro Ulcué Chocué. En el 86 a Raúl Echavarría Barrientos y a don Guillermo Cano. En el 87 a Héctor Abad Gómez. A Carlos Mauro Hoyos en el 88. José Antequera y Luis Carlos Galán en el 89. Bernardo Jaramillo Ossa y Carlos Pizarro en el 90. Manuel Cepeda Vargas en el 94 y Álvaro Gómez Hurtado en el 95. Eduardo Umaña en el 98… y a cerca de 5.000 militantes de la Unión Patriótica entre 1984 y 1992.
Van 200 líderes sociales asesinados desde que se firmó el Acuerdo de Paz en La Habana, justo en los lugares más azotados por el conflicto y a los que el Congreso negó 16 Circunscripciones Especiales de Paz. Unas curules suplementarias y transitorias en la Cámara de Representantes, propuestas para resarcir nuestra restringida y excluyente democracia. Pero nadie da razón de estos asesinatos y el estado ni siquiera los reconoce como sistemáticos. Pero al presidente Santos y al Fiscal Martínez les parece exagerado que Gustavo Petro denuncie ante la Corte Interamericana de DD.HH. que su vida corre peligro.
Lo extraño será que a este hombre no lo maten o que esta sociedad, sin memoria y con doble moral, elija presidente a quien recoge las ideas de esta lista incompleta de asesinados por nadie sabe quién, que quisieron cambiar con sus ideas este país de mierda. Hasta aquí los deportes.