Un caucho enorme domina el espacio y Gustavo, un hombre menudo, el lugar. El primero es prácticamente un bebé: 48 años. Llegó de los Llanos Orientales y se descuelga por el terreno como los siringueros por la manigua. El segundo, es un ser humano que bordea los 70 años, que es grandioso sin haberse muerto y eso en Colombia es una proeza.
Remozado y con una pinta muy juvenil -donde predominaba el lila de la gorra a los zapatos-, nos recibió como el mejor de los anfitriones. Debe conocer la historia de Anfitrión, el padre de Hércules, marido de Alemena, que lo traicionaba con Zeus noche tras noche, pero a Álvarez esos cuentos de la mitología griega ya no lo trasnochan. Le gustan los de este país, donde la ficción literaria está tan pasada de moda como los golpes de Estado. Es aquel que recibe en su casa a medio país.
Sus 300 gansos y sus 30 gatos pueden ratificarlo. También sus orquídeas son testigo silente de la magnificencia de la naturaleza y la delicadeza que puede un hombre prodigar. Del perro gigante que lo acompaña, ‘Monumento’, solo puede decirse que parece un ternero o un San Bernardo peluqueado, del trópico, no es tan incisivo como su dueño y su fidelidad asombra.
Es un hombre divertido, como debe ser, sin adulaciones ni imposturas. Le fluye, es una cualidad intelectual, y claro, de su personalidad. En él, esa jovialidad -algo campechana- desmonta el pleonasmo ’rasgo distintivo’, que aquí no es redundancia, sino estilo. No le teme a nadie, ni a la muerte. La menciona cada que puede, se le ríe. Es respetuoso incluso cuando insulta, cuando la ironía le hace brillar los ojos -habla con ellos- y el sarcasmo la sonrisa.
Es tiempos de Internet, es una biblioteca ambulante. Recita fechas y nombres con precisión, y acontecimientos contextualizados. Es un ‘Funes, el memorioso’ vallecaucano, que con exactitud podría distinguir las aguas del rio Cauca al amanecer de cualquier día, en tiempos de la Violencia, la de los pájaros, o la más reciente, la de los narcos que descuartizaban con fruición y teñían sus aguas mansas.
Vive en El Porce, una finca que ha levantado a pulso y donde recibe a quien quiera conversar con él. No es un gamonal, solo un periodista de clausura. Contrariando todos los principios del periodismo, no busca la noticia. Ella lo encuentra, allá, en su refugio, que alterna con una casa en Tuluá y un apartamento en Cartagena. En el campo le robaron unos computadores, pero no el acceso a la información. Sus fuentes lo consultan y beben de él y con él. Nadie sirve nada en El Porce, porque todo está servido. Bebidas y diálogo. Cada quien se bebe lo que quiere y se conversa de todo. Posee información privilegiada, que seguro no morirá con él, porque está hecho de palabras y de lengua.
Pero ya basta de tanta lisonja, de tanta perfección. Hace ‘siglos’ se declaró homosexual y escandalizó al país al gritarle a todos los medios que jamás gobernaría con el culo, sino con la cabeza. El gobierno lo tuvo en la mira por denunciar la presencia de marines gringos en Buenaventura, desde la alcaldía de Tuluá. Lo destituyeron de la gobernación del Valle por vender una escultura al testaferro insignificante de un narco de la misma condición. Disculpas chimbas, asegura. Y hace poco, lo echaron de La Luciérnaga de Caracol, porque se le estaba yendo la lengua con el mejor ubicado de los Santos. Lo han perseguido y lo han llamado ‘loca’. También oráculo de Tuluá, haciendo una odiosa taxonomía de la palabra. No reza, expresa.
Podría contar más de este hombre, pero no me alcanzaría ni el espacio ni la capacidad. Regresé con la impresión de haber visitado a la información en persona, no al hombre chisme, pero después les cuento. Se despidió con una sentencia tan sobrecogedora como evidente: este es un país tarifado. Aquí ya no hay nada gratis, todo vale, todo tiene un precio, un peaje, una tarifa. No importa si es un cargo de elección popular o una ‘corbata’. Para ser juez o magistrado, concejal o diputado, alcalde o gobernador. O presidente. Todo tiene un coste, una dote. Todos los poderes están corrompidos. El legislativo, el judicial y el ejecutivo, que se dio cuenta de último, pero sabe cuánto vale una firma, un voto, un fallo, cualquier cosa. Los contratistas, que han existido siempre, son los nuevos poderosos. Ponen la plata, deciden los ganadores y cobran por ventanilla.
Este es Gardeazábal, el apellido que es un nombre, un hombre, alguien que nadie quiere como enemigo, un iconoclasta gocetas que ya mandó a diseñar su propio mausoleo en el Cementerio Libre de Circasia. Quieren que lo entierren parado. Gustos son gustos. Sus restos reposarán bajo un epitafio que no podría ser ningún otro: “Cóndores no entierran todos los días”. Pero su lengua no descansará jamás, es el destino de los escritores, de los hombres célebres como dijo ‘Chuma’, el entrañable personaje de ‘El Divino’. Y que todos sepan, la misa no ha terminado.