-¿Testimonio o testamento?-
(Con el perdón y la salvedad de la maravillosa minoría que sí tiene vocación de servicio).
4:05 PM. Llueve y una mujer sale corriendo de un taxi. Tropieza y se va de bruces, pero se sacude las manos sucias y sigue corriendo por unas escaleras hacia arriba y al llegar a la puerta de su destino, descubre que está cerrada.
Tuvo una cita médica y el galeno no llegó a tiempo. La cita estaba programada hacía cuatro meses y por eso no podía cancelarla. Eso hizo que llegara cinco minutos tarde a la sala donde le iban a entregar una orden. Toca la puerta de vidrio y sale un portero con ínfulas de dueño y cara de pocos amigos a decir:
-Ya no la van a atender. Está cerrado.
-¡Señor por favor! Vengo casi matándome porque llegar aquí es atravesar media ciudad y necesito hacer esta vuelta hoy.
-Está cerrado. – y mientras el portero/dueño sigue negándose a abrir, pierde otros dos minutos que la alejan aún más de la hora de cierre.
-¡Señor por favor, mire que está lloviendo! Déjeme hablar con la recepcionista a ver.
-Dígale pero no la va a atender.
La mujer, empapada por la pertinaz llovizna, dirige su petición –más bien ruego- apelando a la bondad y a la solidaridad de género de la recepcionista, que con cara de “dueña del dueño” contesta:-Ya son las 4:15 y está cerrado. Venga el lunes.
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La mujer, muy en el fondo de su alma, -bueno no tan en el fondo- tiene ganas de pegarle a alguien. Pero voltea y camina bajo la lluvia sin dar ni las gracias con tal de que no la vean llorar de la rabia. CINCO MINUTOS de retraso (no son quince, porque el reloj de la recepcionista está adelantado y el portero le robó otros cinco) y la mandan a esperar un fin de semana y atravesar de nuevo la ciudad por un papel que ya estaba listo. Milagrosamente, como una pequeña compensación de la vida encuentra un taxi vacío y lo aborda. Llega a su casa y le menciona la peripecia a su mamá, que con risa de frustración le responde:
-¡Ay mija! A mí me llamaron esta mañana a posponerme una cita que me dieron hace tres meses, hasta agosto.
-Qué tal que uno les debiera un favor, en vez de estarles pagando el sueldo junto con otros millones de usuarios –es lo único que se le ocurre decir a la mujer.
-Bienvenida al mundo de las EPS, mija.
Y esa última frase, me produce unas incontrolables ganas de llorar, porque la mujer del relato soy yo.
Acabo de descubrir por propia experiencia, que el significado oculto de la sigla E.P.S es “El Peor Servicio” y que la ley 100 es “Cien…tese y espere de dos horas a seis meses para que lo atiendan” si usted antes no se aburre o a ellos se les da la gana de cambiarle el itinerario. El usuario que paga –no mendiga, PAGA-, obligado por una ley, es la cenicienta de un servicio que en ocasiones muy frecuentes no cumple las expectativas mínimas.
Culpan al número de usuarios pero eso es basura. Cuando usted tiene más usuarios está captando más dinero y debe adecuarse a las nuevas circunstancias. Mejor dicho, cuando usted tiene un bus y no le caben más pasajeros lo que debe hacer es comprarse otro bus. ¡No seguir embutiéndole gente!
Casualmente por esos días –porque este es un blog que ha estado en la nevera por varias semanas, ya que inconvenientes de salud me han puesto “en vueltas de médico” y eso quita mucho tiempo-, abordé un taxi y la charla con el conductor llevó –por esas cosas de la vida- a un punto neurálgico. Por obvias razones no mencionaré su nombre ni la empresa, pero sí contaré algo de lo que me dijo, que a mi modo de ver tiene mucha lógica. Me dijo: “Le voy a contar cómo se hacen las salchichas. La salud funciona maluco”.
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Usted como lector puede decidir si creerlo o no. Yo salvo mi responsabilidad, advirtiendo que cito sus palabras al pie de la letra y no me inventé nada:
El taxista tuvo una IPS y quebró por hacer las cosas bien y pagar hasta el último peso. Dijo que con el dolor del alma tuvo que cerrar y despedir a sus empleados que un par de años después todavía vienen a quejársele de los abusos que viven ahora en otras instituciones. (Relatarlos sería hacer el cuento más largo).
Según me contó, la EPS es quien “capita” (le otorga usuarios) a la IPS. Por cada usuario entrega un rubro que conforma un monto total, que la IPS divide de acuerdo con el número de usuarios. El dinero entregado queda en manos del dueño –o dueños- de la IPS para administrarlo. Pero él es quien decide cómo usarlo. El caos se presenta si todos los usuarios solicitan servicios a la vez. Y el peor escenario es que repitan la consulta, porque eso hace que la IPS entre en pérdida.
De manera que la forma de ganar más dinero es que nadie vaya a consultar, ni a pedir exámenes. Así el dinero se queda en casa. Y la forma más fácil de lograrlo es que a los usuarios no les den cita, que les “mamen gallo”, que les digan que no hay agenda, que los pongan a hacer una fila de mil horas, que los hagan pasar por derechos de petición y tutelas, o tener que ir a la Secretaría de Salud a quejarse, para que nadie consulte por puro aburrimiento –como me pasaba a mí y por eso jamás usaba los servicios de la EPS-.
Otro cuento que me echó el hombre: Pasivo prestacional es la cantidad de servicios que están represados y que hay que suministrar. Sucede que hay casos en los deben jugar a ser Dios para elegir entre un reemplazo de cadera (que no es una urgencia vital) y una cirugía de corazón abierto para otro paciente que sí puede morir. O en su lugar atender a mil pacientes con gripa. Mi punto final a esto –pensando en el antipático portero del inicio- es que dicho guardián de una institución no tiene por qué decidir quién entra o no.
En el caso de un hospital, para eso hay un triage en manos de un médico o una enfermera jefe. Todo lo que el portero tiene que hacer es preguntar si trae el carnet o la cédula y conseguir una silla de ruedas en caso de ser necesaria. La enfermera jefe decide si recibe al paciente o lo manda para la casa, si lo deja esperando en sala cuantas horas le toque para que lo atiendan o si lo manda a cirugía de inmediato. No un portero -que es simplemente un vigilante-, porque no sabe nada de medicina.
Señores gerentes y dueños de las EPS: NO SOMOS MÁQUINAS. NO PODEMOS ESPERAR REPUESTOS. LOS HUMANOS TENEMOS DESDE ANTAÑO OBSOLESCENCIA PROGRAMADA SI NO RECIBIMOS TRATAMIENTO.
Imagino que ahora que el Ministro de Salud está desafortunadamente enfermo –Dios lo guarde-, no tendrá que rogarle a ningún portero que lo deje entrar a ninguna parte, aunque llegue cinco minutos tarde. (Ah, pero si los médicos se demoran o cancelan la cita usted sí tiene que esperarlos). Tampoco debe temer el ministro que lo devuelvan a su casa manejando después de recetarle un ibuprofeno, como le pasó al tío de una amiga, quien tuvo un infarto rumbo a su casa después de que le diagnosticaron “gastritis” y “No era. Oops, qué pena con el señor”. Ni tendrá que esperar agenda un par de meses, para que cuando llegue la víspera de la fecha le digan que la EPS cambió de prestadores de servicio y por lo tanto tendrá que esperar un mes adicional.
¿Aceptaría el señor Ministro ser tratado con medicamentos genéricos como tenemos que hacer sin chistar nosotros los de a pie? ¿O tendrá que esperar meses para que le aprueben un acetaminofén + codeína, como a una paciente cercana a mí, que sufría espantosos dolores y a la que le aprobaron el medicamento cuando ya había encontrado otra solución? Es lo mínimo. ¿No? Después de todo él sabe que así tratan a millones de usuarios que pagan y presentan gravísimas dolencias.
Me ha pasado y por eso me atrevo a decirlo. Aunque algunos se rasguen las vestiduras. He sufrido en carne propia eso de que “me pongan a esperar, me mamen gallo, me devuelvan por cinco minutos de retraso en medio de la lluvia, me obliguen a hacer filas larguísimas y me toque reclamar por cosas que podrían hacerse por internet, me den cita seis meses después… y todo tipo de linduras. Si usted no tiene amigos dentro de la EPS, se fregó. Vaya preparándose a pasar por la más dura prueba de resistencia. Comparado con esto, ¡el reality de los Súper humanos es un día en el parque!
Los gobernantes deberían dejarse de payasadas y apersonarse de la situación de la salud de una vez por todas, porque si todos los votantes nos morimos, ¿quién los va a elegir y quién les va a pagar el sueldo? El dinero que se roban los corruptos podría convertirse en montones de hospitales y darle medicina a quien la necesita.
Cuando uno requiere servicios de salud, nunca sabe si lo que está generando es un testimonio o un testamento. Por lo pronto los dejo con la historia del taxista –no creo sinceramente, que con conceptos tan definidos se la haya inventado- y me voy a sentar a esperar a que llegue la fecha de una ecografía ultra hiper urgente súper prioritaria, que necesito y me aprobaron en marzo, pero para la cual me dieron cita… EN SEPTIEMBRE.
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